En los buenos tiempos de los Romanov, la zarina Catalina la Grande solía remontar el Volga aclamada por su pueblo, ordenado en entusiastas legiones a ambas orillas por su amante, el enérgico general Potemkin, también a bordo.

I
El crucero Potemkin divide la llanura
reunida por la mirada de imán que la siega.
Va surcando unos mares de trigo cuya altura,
pintada sobre el muro más alto de la vega,
ondea amenazante sobre toda figura,
ahogando cuanto no se eleva al llano. Riega
las dos márgenes sin margen el río sin sueños
y crece la multitud hija de un solo nombre,
con sus hoces al viento como soles pequeños
cuya luz viene toda del sable del gran hombre
firme entre lo que tiembla, las aldeas, sus dueños,
el agua que lo sostiene y su propio renombre.
Inclinando los mudos trigales a su paso,
el crucero Potemkin da proa al campo raso.

II
La zarina terrible siega el horizonte.
Como pueblos conquistados, el suyo desfila
firme en fachadas enfrentadas a la orilla
del río nacional, cuya indiferencia rompe
el paseo de hierro por la dicha blindada
de las almas cautivas en forzada defensa
de sus cuerpos, al contrario, propiedad sin venta,
ofrecida a unos dueños a los que, en cambio, ata.
Detrás del aclamar, la miseria sobrevive,
alojada en las grietas de espaldas al río.
El mural se desliza sin ser interrumpido
por discordia alguna junto al barco, que sigue
descubriendo un continente que entero confirma
lo que el blanco pie fugaz de la zarina afirma.

III
A bordo del crucero que no toca la costa,
el general va pasando revista a la leva
dispuesta frente a frente en dos filas angostas.
Detrás, más allá de estos murales, donde nieva
de verdad en un espacio y tiempo interminables,
sigue sin haber huella del esplendor mostrado
por el agua a la tierra en su reina admirable
y por el pueblo, reconocido, reflejado.
Todo imperio compite sin cesar con los años,
hasta que cesa cuando otra antorcha se refleja
en el río al que dan igual bienes y daños
porque ninguno deja marca en su piel vieja.
Mientras tanto, cada cuerpo adopta la forma
que salve su cabeza del dueño de la horma.
Me encanta. Gracias por compartir