Cyrano en Alphaville

Yo, que viajé a la luna y su blancura pinté

Bordar en el aire, si no queda bastidor.

Si la consecuencia se desmarca de la causa.

Si la razón no puede volver sobre sus pasos.

Si las páginas escritas de izquierda a derecha

no pueden ser leídas al revés, si la corriente

por creciente ya jamás puede ser remontada,

ni examinados de contraportada a cubierta

los libros, ni encontrar su materia la memoria,

en una ciudad tejida por cables abstractos

que transmiten la energía eludiendo los cuerpos.

Si los labios más dulces han perdido el oído

y los ojos orgullosos se inclinan al orden

manifiesto en las planillas de la programada

eliminación gradual, ¿a qué piel dirigir

el roce de la voz, el ascenso del aliento

de la sombra del jardín a la luz del balcón,

tanto enmascarado como a cara descubierta?

Sí, “me impresionaron la dureza y la tristeza

de su expresión”, a las veinticuatro, hora oceánica,

cuando solo desmonté en la ciudad de Alphaville.

Bordar en el telar abandonado

por las manos ayer desvanecidas,

en busca de un hilo reanudado

entre el habla perdida y nuestras vidas.

La reina de las preciosas

“Tus ojos regresaron de un país arbitrario

donde nadie supo nunca qué es una mirada”,

dicho en tono firme y transido, desde la sombra

del ala del sombrero, entre las altas solapas

del impermeable, a la pálida proyectada

contra los muros helados en busca de fuego

que consumir entre sus labios, inexplorados

a causa de la amarga frialdad de unas palabras

adelgazadas hasta quedar con un sentido

único, imperativo, sin respuesta posible.

No por qué, sino para qué: según tal consigna

se conduce por estas calles de dirección

única sin sentido, cuyas altas fachadas

carecen de desvanes y patios interiores

con aljibes o sin ellos y no muestran, secas,

nada más que lo que reflejan, reafirmando

la transparencia del vidrio y su naturaleza.

Nada crece en el árbol sin ramas, deshojado

y vacío de nidos para que, bajo el cielo,

por encima esté él del penacho más erguido.

Bordar, pinchándose los suaves dedos

con la agudeza del razonamiento,

y del hilo deshacer los enredos

hasta dar claridad al movimiento.

La naturaleza del vidrio

“Bórdalo”, pedía la reina de las preciosas

en privado, retirados los malos poetas

con su paga y las amigas con sus alabanzas,

al objeto y no al sujeto del discurso, y yo,

escondiendo la nariz procedía, inspirado

en la abundancia de matices de cada verbo.

Ahora ¿cómo, con cada vez menos palabras,

hacer resonar el fondo de la caracola?

¿Qué malentendido hacer oír bajo los párpados

de estas numeradas seductrices, dividiéndolas?

La película ultrasensible de la mirada

que registra desde su aparato el mecanismo

insomne de esta ciudad sumergida en la noche

hace visible su oscuridad y así revela

el foco vigilante cuya voz carcomida

devora las palabras que no vuelven a verse.

Yo, que viajé a la luna y su blancura pinté

con mi tinta, reconozco una fuente de luz

verdadera cuando me enfrento a ella. Conozco

la palabra de la noche y sé que ésta no es.

Bordar en secreto sobre un pañuelo

regalado iniciales delatoras,

contar con la elocuencia del señuelo

agitado ante miradas lectoras.

La palabra de la noche

Mucho tiempo estuve solo acostándome tarde,

mirando películas hasta la madrugada,

soñando después con los espacios exteriores

y asomando al sol una espada aún desafiante.

Por esa época oí la frondosa leyenda

de Alphaville, la ciberciudad peor que la muerte,

donde vengo a descubrir que la realidad

es más parca y lo es más con cada nuevo signo

introducido en sus circuitos, sin preciosismos

de los que pueden decodificar un bordado.

17–18.11.2022