Petrificada cascada de nombres
y trabajos. Restos reproducidos
o, con mayor rigor, reproducciones
de restos reunidos y organizados
cada vez bajo un principio precario
que en la construcción procuraba hallar
su fundamento. Trazos inmediatos
de un paso inseguro y apuntalado,
con demora de recopilador,
por el nuevo salido del infierno
vuelto sobre su recorrido. Signos:
fragmentos compuestos bajo una firma
nítida y difusa, como la goma
precisa, invasiva, que disimula
los huecos y las grietas del conjunto,
haciéndolo pasar por algo orgánico.
Un fantasma recorre cada mundo
fijado y sugerido por sus huellas
en cada intento de reanimarlo
emprendido por sus deudos. Existen
esos trazos, restos de pensamiento
fosilizado, negro sobre blanco,
del que la luz letrada se desprende
clara y alumbrando, pero no hay
ni una brisa del aliento supuesto
bajo las pétreas letras pasando
de la losa al lector que la contempla,
abanicándose en vano. Lustrosos,
flamantes, descascarados perfiles
apretados el uno junto al otro
en hileras discretas e imponentes
a un lado del pasillo, dominándolo,
sombra blanca sobre el oscuro curso
de las calladas aguas apacibles.
Caras escondidas una tras otra,
plegadas, con sus marcas y sus manchas
testimoniando la era mortal
o, corrijo, lo mortal de la era
cerrada como sus hijos en fila.
Sucesivos estratos de memoria
en el caprichoso orden de las lenguas,
de los volúmenes y los orígenes,
las afinidades imaginarias
o referidas, las dedicaciones
y las especialidades, los nichos
uno sobre otro, ilustres hileras
en calma sucesión de arriba abajo,
reunidas en el mismo plano, libres
de la dimensión en que se respira,
escandida catarata de hielo
plantada justo enfrente y a la orilla
de las aguas dormidas que se arrastran.
Yo nací de entre estas piedras de pie,
de esta Roma con sus muertos inscriptos
en el lomo y la frente de sus lápidas
que permaneciendo inmóvil se aleja
irreversible como la carrera
serpenteante, irregular del Tíber,
sin hundirse pero ya inabordable
por más declinaciones que domines
de su lengua, volcada a partitura.
Desprendido, como apuntado al margen,
examino la rígida película
vertical entre mis dedos, un cuadro
que lleva a otro casi igual al lado,
corriente levantada, sin caída,
me paseo entre concentradas líneas
de palabras lapidarias, aparte
del coro casual de las transacciones,
y reparo, por primera vez, como
si no hubiera tenido tiempo antes,
en las fechas. Los números desnudos
al cabo del balance, con un guion
en medio señalando la abolida
presencia del fenómeno de turno.
Muertos. Todos muertos. O muerto todo
lo que los animó, lo que procura
reanimar el creyente entregado,
en sublime sesión de espiritismo,
al drama detrás del telón de piedra,
de la cascada, como grave estela
fijada al margen de la costa seca,
que labrada persiste en su caída.
Cabezas convocadas por la pública
lectura del confiado testamento
sin herederos de cada firmante,
cada una abstraída en la idea única,
gris, de un testamento del heredero,
sostenidas en lo alto del cuerpo
separado del mármol modelado,
en la gran tradición del monumento
que se seca agotada la tormenta
mientras la gota moldea la piedra.
15–18.6.2021