Disfraz al desnudo

Trasnochando con Max Beckmann

ACORDES: Dm / C / G / Bb / Dm7 / G7 / F

Yo sé caminar con zapatos prestados

Yo puedo ponerme esos años de más

No me preguntes quién camina a mi lado

No quiero saber si tu voz me hace mal

Llevé alguna vez tu corazón de la mano

Pero aquel par de guantes no lo he vuelto a usar

Detrás de cada par de anteojos

Hay vidrios rotos que barrer

Por eso no quiero que veas mis ojos

Y dando la espalda me pongo a correr

Tan lejos como larga es la calle

Sin luz donde viven el dolor y el placer

¿Adónde vas cuando tu casa está a oscuras?

¿Adónde vamos cuando el bar quedó atrás?

¿A quién buscamos abrazando cinturas?

¿A quién seguimos de final en final?

De aeropuertos a estaciones

Sin propiedad ni souvenirs

Detrás de banderas cada día más altas

Corremos en trance sin dejarnos seguir

Llevamos debajo de la ropa más cara

El pecho de frente el corazón de perfil

No hay talón que al partir no lleve espuela

Ni polvo que queramos en la suela

Ni títulos que valgan de esta escuela

Volvemos sueltos a la ronda

Alrededor del viejo hogar

Cuyo calor se hace humo en tantas manos al viento

Unidas por cables de voltaje fatal

Guardamos la luna en nuestros puños cerrados

Y las locas estrellas a una altura normal

¿Adónde vas cuando tu casa está a oscuras?

¿Adónde vamos cuando el bar quedó atrás?

¿A quién buscamos abrazando cinturas?

¿A quién seguimos de final en final?

1985

Labios y dientes

De la serie Los masoquistas, Roland Topor (1960)

ACORDES: Cm# / A / B / Ab / Ab7 / E / Fm# / D / F#

La primera vez al vernos

No supimos qué decir

Nos quedamos sin movernos

Contemplando el ir y venir

De esas aguas agitadas

Hasta que la inundación

Nos dejó de nuevo a solas

En guardia ante la conversación

Escapamos de ese encuentro

Y luego de ciudad en ciudad

Aprendimos otras lenguas

Y otras formas de caminar

Pero siempre hubo entre ambos

El silencio de otra voz

Como un puerto abandonado

Un cadáver entre los dos

Hasta que alguien de paso

Habló de libertad

Y corté y quedé

Recortado por la mitad

Al volver a tropezarnos

Cuando el círculo acabó

No hubo cómo separarnos

Del camino que nos reunió

Pero bajo nuestras huellas

Quedó enterrado este aguijón

Asomado a nuestra espalda

Como aleta de tiburón

Y ahora aquí como al principio

Nos estamos mirando sin hablar

Vos como una esfinge rota

Yo como una anguila sin mar

Los dos temblamos esperando

Que uno se atreva a confesar

Cuando ése abra la boca

El otro lo podrá devorar

1984

Correspondencia nocturna

Editar es velar el sueño ajeno.

¿Cuán enamorado se puede estar?

No es como el lector, que duerme al lado.

La noche pesa sobre el ser despierto.

“Yo voy al teatro a silbar al público”,

me decía un amigo dramaturgo

a quien nunca el aplauso dejó oír.

Crítico se nace. Con ese drama

no se conmueve a nadie, aunque el conflicto,

siendo fatal, queda así asegurado.

No el mañana, aunque las próximas horas

son previsibles como la novela

que se me ha encargado solapar.

Tengo toda la sombra de la noche

por delante para dar a esta tinta

densidad y fluidez, y alrededor

para hacerlo con el discreto oficio

que mi oscura condición garantiza.

Como un párpado que se abre y cierra,

el deseo de reconocimiento

insiste y renuncia, igual que una herida

o el sueño opaco del que está cansado

pero trabaja. Y se retira y vuelve

a preguntar y pedir, considerado

tanto a la luz de la lámpara insomne

como al sol de la fama ajena, fuente

de un agua que no sacia pero brilla,

incapaz de dormirse en el sereno

perfil de una moneda. Así comercia,

pagando sus deudas con lo que obtiene

sin formar un capital, apostando

más al azar que a las cartas marcadas,

consigo mismo y con sus semejantes,

que los mismos billetes manipulan.

Aquí el que vende se siente explotado,

pero el que compra se siente estafado

y no hay, que equilibre la balanza,

más que el veneno de los comentarios

cuando se vierte en la copa del ausente,

deslumbrado por su propio reflejo.

Los que beben a su salud se ríen,

sentados a la sombra del espejo,  

pero hoy estoy solo y debo estar sobrio,

la silla recta y la espalda de pie.

Aun así, una sentencia que corrijo

me abre la risa y mi lengua inclina

al diálogo imposible con mi amigo

comediante, que duerme si no finge

dormir o estar despierto sobre un libro

como éste, inconcluso, interminable,

para ganar el pan de la vigilia.

Un faro que no guía a ningún barco,

mi ventana, la única encendida

sobre las plácidas olas del barrio

sumergido en su pecera sin islas.

Hago asomar una costa lejana

y deslizo hacia allí la breve espuma

de hace un rato, buscando el eco infiel

que confirme su razón y la firme.

Una risa cavernosa, de cueva

cerrada a ciudadanos honorables

en horas de servicio, al menos, donde

citarnos, como ahora no podemos.

La risa del amor desencantado,

que en la calma cautiva de estas horas

debo masticar con boca cerrada,

mientras maquillo, con dedos arteros,

un objeto vuelto prosaico. Hay alguien

que entiende esta tarea al otro lado

del océano opaco: la paciente

restauración de lo que jamás hubo,

espejismo de ojos legañosos.

Y por eso comprende esta escritura

de aguijones, que también él practica

cuando glosamos sagas y consignas

a la furtiva luz reveladora

de disecciones e iluminaciones,

luz mala del lector supersticioso.

Mientras el sol todavía no cubre

los estrechos límites de mi mesa,

puedo extenderlos, como de una balsa

los bordes que la apartan del naufragio,

aun si debo inclinarme ante este pálido

doble del amor no correspondido.

Mañana estará erguido en las vidrieras

detrás de las que otros no lucimos,

pasándonos debajo del pupitre

notas doctas acerca del premiado.

Desconocidos por nuestro semblante,

intercambiamos, fuera de registro,

toda una correspondencia culpable

de ser efectivamente privada.

1-2.4.2022

Vida y memoria de Paul Auster

Sobre Diario de invierno

El tema de este libro, que no es una novela, queda bien definido en su última línea: “You have entered the winter of your life” (“Has entrado en el invierno de tu vida”). Todo el texto desarrolla esta noción, presentida primero no sin temor y asumida al final con bastante plenitud por el autor, tras haber construido mediante la escritura de su diario una especie de fortaleza quizás no inexpugnable, pero sí bastante sólida a partir del mismo material con que ha edificado sus ficciones. Tanto en la obra como ante el tramo de su vida que se prepara a emprender, es la transformación de la experiencia en ficción lo que le sirve de fortaleza, mediante una operación que consiste en situar lo ya vivido bajo las reglas de juego que gobiernan sus novelas. De este modo, además, estas reglas son puestas a prueba y eventualmente comprobadas en tal confrontación con la realidad, aun si después todo queda dentro del margen de incertidumbre característico del mundo de Auster. La suma total hace de este autorretrato de madurez una buena oportunidad para comprender varias cosas sobre el autor, o al menos para formular algunas hipótesis sobre su manera de ver el mundo, así como sobre su singular éxito como escritor.

El libro está escrito en la segunda persona del singular. Paul Auster, así, se dirige a sí mismo ante sus lectores. Él es “you” (tú), Siri es “your wife” (tu esposa), sus hijos son “tu hija” y “tu hijo”, su primera esposa, muy importante en este relato, es “your girlfriend” y luego “your first wife”, y así sucesivamente. Esta ausencia de nombres, sin embargo, no produce ningún problema a la hora de orientarse, y tampoco es cansador el recurso a la segunda persona como era de temer. De hecho, un valor a destacar en este libro es la calidad muy particular de su prosa, armónica, rítmica e inmediatamente clara en lo que narra o explica. Parece pensado para la lectura en voz alta, tanto por semejante posibilidad de comprensión inmediata como por la particular música continua que logra para la voz narrativa. Se ha definido muchas veces a Auster, sobre todo al de sus primeros libros, como “una cruza de Chandler y Beckett”, y de hecho en cuanto uno empieza a leer este texto es Beckett la referencia inmediata en la que piensa, no sólo por el uso de la segunda persona, que Beckett empleó en novelas como Company o piezas como That time, en las que como aquí un hombre ya mayor se confronta a sí mismo, sino por esa calidad rítmica, musical, propia del autor irlandés. Claro que se trata de dos escritores diferentes y estas diferencias se hacen notar enseguida, pues Auster aquí resulta tan claro, amistoso y benévolo como hosco, críptico y difícil podía resultar Beckett. Y el relato, aunque no sigue una cronología ni tiene la unidad de una única aventura, tampoco es una serie de fragmentos yuxtapuestos abruptamente que desafían al lector a intentar comprender si es que puede, sino que en cambio se desliza fluidamente de un tema a otro procurando darse a entender con una especie de confianza o al menos esperanza en el poder de la comunicación que nunca mengua. Auster no resulta difícil de leer ni de entender, pero esta curiosa memoria permite también entrever dónde reside su particular misterio y también ensayar una respuesta sobre por qué atrae y es sugestivo para tantos lectores.

La situación de base en el libro es la siguiente: el autor va a cumplir sesenta y cuatro años y siente que va a entrar en esa etapa que al final llama “el invierno de su vida”. Al escribir este “diario”, que tampoco lo es en el sentido tradicional ya que ni lleva fechas ni se interrumpe entre sus anotaciones, sino que va ligando presente y pasado todo el tiempo prácticamente sin solución de continuidad, consigna lo que tiene y lo que ama en su presente, a la vez que se interroga sobre el pasado que lo ha traído a esta situación y, muy especialmente, sobre ciertos anticipos de la situación en que ahora se encuentra. Hay ciertas escenas recurrentes: una de ellas es el accidente automovilístico a partir del cual decidió, habiendo sido toda su vida un excelente conductor, dejar de conducir: iba al volante cuando, por una vez en su vida, en lugar de seguir el consejo de su padre acerca de conducir siempre muy prudentemente, como si todos los demás fueran locos o tontos, realizó una maniobra apenas arriesgada, se produjo un choque y casi se mata junto a su mujer y a su hija; a pesar de que nadie lo culpó, él sí sintió vergüenza por su ligereza y decidió nunca más ponerse al volante de un coche. Es decir, un abandono de algo que ha hecho toda su vida y al que, en su situación presente y a su edad, piensa que irán siguiendo otros.

El monólogo por el que Auster se habla a sí mismo incluye a la vez un adiós a todo lo que no volverá y el examen del camino recorrido, aunque éste no se hace tanto cronológica como temáticamente. El dato capital de la vida que se evoca en estas páginas es quizás el siguiente rasgo: se trata de una vida partida aparentemente en dos, con una primera parte llena de dificultades, como si se estuviera casi bajo el peso de una maldición, y una segunda parte en la que de pronto cambian tanto la suerte como la naturaleza de los encuentros del autor con el mundo y sus habitantes, lo que determina también una distinta actitud. La primera parte de esta vida ha nutrido varios libros anteriores de Auster. De hecho el primero realmente importante, su “break through”, La invención de la soledad, no es en verdad una novela sino el relato del descubrimiento del gran secreto de su familia, el asesinato de su abuelo por su abuela, absolutamente determinante para su padre, sobre el cual se volverá en este libro así como en el definitorio momento de la escritura del libro correspondiente. Es con ese libro quizás que debería agruparse éste en una clasificación de la obra completa, ya que está compuesto un poco del mismo modo en cuanto a la combinación de narrativa y ensayo en una sola voz, quizás más lírica y menos examinadora en esta oportunidad.

De esa primera mitad de la vida de Auster se cuentan su infancia, los accidentes a los que sobrevivió de milagro (material como el que se encuentra en sus novelas), las difíciles relaciones entre sus padres además de la vida de cada uno, incluyendo las circunstancias de sus respectivas muertes, repentinas ambas como las de sus abuelos, lo que parece una marca de familia, su padre en brazos de su amante mientras hacían el amor, lo cual a él no le parece en absoluto, al contrario de lo que suele decirse, la mejor manera de marcharse (sobre todo si se piensa en la amante), las relaciones de su madre con sus dos maridos siguientes, de los cuales el segundo (un jovial abogado laboralista de izquierdas del que Paul se hizo amigo fácilmente) habría sido perfecto si no hubiera muerto tan pronto, mientras el tercero, un inventor fracasado, acabó trayendo más problemas que soluciones y por fin murió también, dejándola en una viudez difícil de soportar para una mujer que sobre todo deseaba compañía, y finalmente las difíciles relaciones del autor con su primera mujer, que de algún modo resumen simbólicamente esa difícil primera mitad de su vida. No será hasta los treinta y dos años, la mitad justa de los sesenta y cuatro que tiene en el momento de escribir este diario, que Auster comenzará a orientarse hacia una situación mejor, la de esa segunda parte que es posible llamar exitosa.

Las distintas épocas, la oscura y la brillante, al igual que el presente y el pasado, se entremezclan en el monólogo de tal modo que, aunque no se las confronte de manera directa, el contrapunto sí que se establece a ojos del lector. Auster repasa desde sus pequeños gustos cotidianos como los cigarros y el béisbol, entusiasmos que se le conocen, hasta cada uno de los domicilios que tuvo, desde aquél en que nació hasta éste donde vive ahora, en una suerte de catálogo razonado bastante extenso que sirve para revisar varios de los hechos referidos a la luz del espacio donde acontecieron, lo que permite agregar más detalles. Es notable el contraste entre la cantidad de cambios de domicilio de la primera parte de su vida, inestable, inquieta, incapaz de encontrar un domicilio donde desarrollarse fructíferamente, y los pocos ocurridos en la segunda parte, que hasta dan una idea de progresión y crecimiento con cada nueva mudanza.

Ya que, a pesar de que no faltan dificultades y tragos amargos durante esta época, su consideración general por el autor es inequívocamente positiva, llena de palabras de admiración y celebración tanto para su esposa como para su familia política, tan sólida como “disfuncional” era aquella de la que él venía. Lo que permite resumir el conjunto así: una vida con dos partes increíblemente bien diferenciadas, la primera como bajo el peso de una maldición que impide orientarse y mantiene a quien la vive en un estado constante de incertidumbre y casi indigencia, y la segunda como tocada por una gracia que permitió a aquél a quien salvó encontrar amor, felicidad y realizar una obra saludada además por un enorme éxito –aunque de esto no se habla en el libro-, ahora a las puertas de una tercera parte ante la cual, casi como un conjuro, se repasa el tortuoso camino seguido en un principio a la vez que se reafirma lo alcanzado más tarde. Lo interesante es ver cómo algunos de los mecanismos más reconocibles en el armado de las novelas del autor aparecen en este recuento de lo efectivamente vivido, es decir, de lo sólo parcialmente imaginario. Por ejemplo, Auster evoca el espectáculo de danza cuya contemplación lo liberó permitiéndole empezar por fin La invención de la soledad y dice literalmente que fueron esos bailarines los que lo sacaron de la crisis, ofreciendo un tipo de relación entre dos fenómenos, el que funciona como signo y el que se ofrece como situación, muy característica de sus novelas: dos cosas que nada tienen que ver coinciden y a partir de ello, impensadamente, algo funciona o se arregla.

Sólo que aquí, con todo el material de no ficción que el monólogo ofrece al lector, éste puede sospechar que más bien no, que no fueron los bailarines quienes lo hicieron, sino que son ellos lo que nos muestra el autor para cubrir el agujero de algo que en el fondo ignora: como si la “mala suerte” de la primera parte de su vida y la “buena suerte” de la segunda hubieran dependido de algo tan azaroso como una tirada de dados y la relación causal que haya podido producir el cambio no existiera porque no se la ve. Y este tipo de pensamiento no deja de ser, en el fondo, supersticioso: se conserva el carácter “mágico” del signo en la evocación porque los acontecimientos posteriores han sido felices o favorables, en el fondo como se puede apegar uno a una cábala. Los romanos, que eran muy supersticiosos, también atacaban o dejaban de atacar en función de este tipo de signos, sugestivos precisamente a causa de que no tienen relación causal con los hechos a los que se los refiere. Y ésta quizás sea una clave del éxito de este escritor tan personal y en principio no comercial: como tanta gente de hoy, se aparta de cualquier explicación racional y concluyente de lo que pasa para remitir a causas y consecuencias flotantes, o indefinidas, mientras procura deslizarse y hallar su camino en lo cotidiano indeterminado. En el panorama actual de fin de las ideologías, por más que cada individuo la viva a su manera esta posición está muy extendida. Si se suma esta actitud tan contemporánea al hecho de que, como se ve en este monólogo tan íntimo, tampoco hay en Auster ideas o sentimientos que puedan chocar, a la manera de los de un Céline o de un Bernhard, con lo que en general todo el mundo aprueba o comparte (sin que esto se deba a que el autor finja para agradar o a una falta de personalidad de su parte), no debe sorprender tanto el éxito relativamente masivo de una obra accesible pero que nada tiene que ver por sus características intrínsecas con los best-sellers y productos habituales de consumo masivo. Aunque la notoriedad proporciona una evidencia que vuelve superfluas esas razones tan necesarias para salir del fracaso.

2011

Paisaje velado

Willem de Kooning, Montauk II (1969)

I

El misterio es un rostro vuelto hacia sí mismo

que hemos visto una vez y ya nunca nos da la cara.

Lo que uno recuerda siempre es misterioso

–el pasado y el origen son siempre misteriosos–:

cinco minutos después de ocurrido,

uno ya no sabe si en realidad sucedió

o qué sucedió en realidad.

La piel acariciada vuelve a tener frío

y el que baja las escaleras podría no haber subido nunca.

Se pierde en la galería de los rostros amados

y entre ellos ya nunca es vuelto a encontrar.

Nadie sabe nada. La memoria es un museo

con todos sus cuadros mirando a la pared.

Sin detenerse, alguien vive en estos corredores

y el frío, al levantarle el cuello del abrigo,

delata al detective en plena pesquisa.

Ciertamente, uno tiene un aire misterioso.

Se ha vuelto misterioso. Y el misterio

es un rostro vuelto hacia sí mismo.

Máscara dada vuelta, símbolo de sí mismo,

el que baja las escaleras llega al medio de la calle.

A su espalda se amontonan multitudes incompatibles.

Pronto lo rodean; nadie choca ni avanza. Es inútil

tocar bocina, inútil como un grito. Todos quieren lavar

lo que creen lágrimas en su cara. Crecen. Como un mar,

se lo tragan. Los hombres son irreconciliables.

El silencio está entre ellos como una mujer callada.

Y esta mujer, ensordecida, se asoma a una ventana

que nadie mira.

Willem de Kooning, Untitled (1979)

II

Aguas vacías como lágrimas viejas

inundan tu cuarto y empujan mi barca.

Me has visto llegar al otro lado de la calle

con el pelo al viento, como a través del mar.

Sola señal de vida, el viento impulsa la corriente

y cierra las persianas de tu casa. Uno pronto se pregunta

quién pasó por aquí y quién vivirá allá arriba.

Willem de Kooning, Landscape, Abstract (1949)

III

Misterio, misterio. La violencia es la tristeza acelerada

y así todo misterio comienza violentamente.

Después va perdiendo velocidad

hasta volverse triste

como la rueda de un carro volcado.

Por este río seco se navega sin ancla.

Para encontrarse hay que ir con rumbo opuesto.

Después queda una huella como un pozo

despoblado. Y la tierra, girando, se la lleva.

Escaleras abajo, después de poco,

las lágrimas son sólo agua

olvidada en un rostro que no recuerda haber llorado.

En esto hay un misterio, un hecho oculto a la mente.

Uno ya no sabe qué sucedió en realidad.

La única testigo tiene frío. Se levanta el cuello del abrigo

y sale: la espera el agua mansa

de una calle siempre igual. Quien por aquí haya pasado

no pasó, no compró nada y nunca subió:

hasta que ella diga lo contrario. Entonces su voz sonaría

en valles sin eco y radios apagadas

hasta ahogarse en un río vacío. Ante este pensamiento se da vuelta

y mirando hacia su ventana, imagina la vista desde allí:

un paisaje tranquilo y devastado,

triste como la distancia abandonada.

1987

Cementerio vertical

Petrificada cascada de nombres

y trabajos. Restos reproducidos

o, con mayor rigor, reproducciones

de restos reunidos y organizados

cada vez bajo un principio precario

que en la construcción procuraba hallar

su fundamento. Trazos inmediatos

de un paso inseguro y apuntalado,

con demora de recopilador,

por el nuevo salido del infierno

vuelto sobre su recorrido. Signos:

fragmentos compuestos bajo una firma

nítida y difusa, como la goma

precisa, invasiva, que disimula

los huecos y las grietas del conjunto,

haciéndolo pasar por algo orgánico.

Un fantasma recorre cada mundo

fijado y sugerido por sus huellas

en cada intento de reanimarlo

emprendido por sus deudos. Existen

esos trazos, restos de pensamiento

fosilizado, negro sobre blanco,

del que la luz letrada se desprende

clara y alumbrando, pero no hay

ni una brisa del aliento supuesto

bajo las pétreas letras pasando

de la losa al lector que la contempla,

abanicándose en vano. Lustrosos,

flamantes, descascarados perfiles

apretados el uno junto al otro

en hileras discretas e imponentes

a un lado del pasillo, dominándolo,

sombra blanca sobre el oscuro curso

de las calladas aguas apacibles.

Caras escondidas una tras otra,

plegadas, con sus marcas y sus manchas

testimoniando la era mortal

o, corrijo, lo mortal de la era

cerrada como sus hijos en fila.

Sucesivos estratos de memoria

en el caprichoso orden de las lenguas,

de los volúmenes y los orígenes,

las afinidades imaginarias

o referidas, las dedicaciones

y las especialidades, los nichos

uno sobre otro, ilustres hileras

en calma sucesión de arriba abajo,

reunidas en el mismo plano, libres

de la dimensión en que se respira,

escandida catarata de hielo

plantada justo enfrente y a la orilla

de las aguas dormidas que se arrastran.

Yo nací de entre estas piedras de pie,

de esta Roma con sus muertos inscriptos

en el lomo y la frente de sus lápidas

que permaneciendo inmóvil se aleja

irreversible como la carrera

serpenteante, irregular del Tíber,

sin hundirse pero ya inabordable

por más declinaciones que domines

de su lengua, volcada a partitura.

Desprendido, como apuntado al margen,

examino la rígida película

vertical entre mis dedos, un cuadro

que lleva a otro casi igual al lado,

corriente levantada, sin caída,

me paseo entre concentradas líneas

de palabras lapidarias, aparte

del coro casual de las transacciones,

y reparo, por primera vez, como

si no hubiera tenido tiempo antes,

en las fechas. Los números desnudos

al cabo del balance, con un guion

en medio señalando la abolida

presencia del fenómeno de turno.

Muertos. Todos muertos. O muerto todo

lo que los animó, lo que procura

reanimar el creyente entregado,

en sublime sesión de espiritismo,

al drama detrás del telón de piedra,

de la cascada, como grave estela

fijada al margen de la costa seca,

que labrada persiste en su caída.

Cabezas convocadas por la pública

lectura del confiado testamento

sin herederos de cada firmante,

cada una abstraída en la idea única,

gris, de un testamento del heredero,

sostenidas en lo alto del cuerpo

separado del mármol modelado,

en la gran tradición del monumento

que se seca agotada la tormenta

mientras la gota moldea la piedra.

15–18.6.2021

Tierras de acogida

Van rumbo a un sur

del que llega un rumor.

I CORO

¿Por qué caminar tanto si no vamos tan lejos?

Del oro que se queda detrás del horizonte,

no nos tocará más que la luz de estos reflejos

tardíos y livianos, aunque el viento remonte

y arrastre nuestros pasos en una de esas olas

suyas favorables, oportunas, ascendentes,

que rompen el tímpano a las pobres caracolas.

El río de la abundancia sólo admite afluentes

y el arroyo que seguimos se aparta y se seca.

¿A qué cielo conducir nuestro carro sin alas?

Nos creemos de paso, pero a falta de meta

nos vamos quedando en los rincones de estas salas

que estaban aquí cuando llegamos y ahora esperan

la próxima ola, con sus nuevos estancados

en la función de calentar el sitio que heredan.

Sin embargo, no todos los pasos están dados.

La lluvia resbala por las caras de las casas,

desdeñosas o indiferentes como porteras,

pero los pies que se hincan en calles y plazas 

conservan en cada planta sus huellas enteras.

1-15.11.2021

II SOLO

Me convertí en una ópera bufa

porque mi voz no halló abrigo en el coro.

Llegué al teatro colmado el aforo

y tuve que encender mi propia estufa.

La risa, contagiosa, me sostuvo,

pero si uno hace todos los papeles,

los quema y aunque mude varias pieles,

acaba desdentado. Si retuvo,

tal vez encuentre dónde hallar reposo,

pero ni ahí escapará del acoso.

15.11.2021

III IDILIO

Cazada, como una vela,

para que el viento la hinche,

se eleva por sobre el aire

desde que tiene raíces.

Aterriza y se despliega

sin derramarse, despierta

en la calma suspendida

sobre la piedra arrojada,

mientras despacio se acerca

la costa bajo la quilla.

Dar a luz, dar al olvido,

consentir en tener casa,

dejarse dorar al sol

que no salvará la tierra,

son maneras del aliento

cálido en busca de fuego.

Del mástil a las ramitas

hay la distancia completa

que lo que enciende reúne

con lo que lento se apaga.

15-16.11.2021

IV CONTEMPLACIONES

Yo creo que los ángeles no cantan,

sino que permanecen suspendidos

en el vibrar de esas alas que espantan.

Mientras vuelvan las aves a sus nidos,

habrá música en casa. Sobre el agua,

planean las voces de los caídos.

Comprender no es la función del agua,

que sin reflexión refleja lo dado,

sino regar y refrescar la fragua.

Las alas no son las plumas del pavo

real, que con su abanico se encanta,

pero su sombra no hace tejado.

16-17.11.2021

Gaviotas negras

Les écrans du soleil (Leonardo Cremonini, 1967-1968)

ACORDES: Am / D7 / Em7 / Em / Gm / Dm7 / Eb / D / Am6b / E7 / F# / E / Dm / C / G / F

Estas costas enterradas

Bajo un cielo azul postal

Van poblándose de cuerpos

Que no quieren despertar

Nuestro amor se va y regresa

Como un loco a lo normal

Cada día de más lejos

Sin decirnos dónde va

La gente que imita

La risa del mar

Alrededor

Ya va tomando buen color

En paz

Días radiantes

Pasan como aviones

Vacíos ante el sol

Ahora vamos hasta el fondo

De un profundo callejón

Que lleva a un hondo

Cajón

Caminamos en redondo

Como el ciego en su prisión

Estas costas separadas

Por un mar conciliador

Van hundiéndose cansadas

En la espuma y el rumor

Nuestro amor se va y regresa

Como el viento alrededor

A girar en la veleta

Del olvido y el rencor

Huellas y sombras doradas

Se borran sin un adiós

Ahora vamos hacia el centro

De un oscuro corredor

Que lleva dentro

Del sol

Quemo todo lo que encuentro

Pero el fuego no es mejor

1983

Defensa del archipiélago

1 Creciente

Un hombre soñó convertirse en isla,

pero antes tenía que morir.

Mientras fuera ese hombre, lo que aísla

tendría que evitar para vivir.

Solo, un hombre tan sólo es una piedra,

pero unido construye una ciudad

y deviene, en los brazos de esa hiedra,

un árbol con raíces de verdad.

Como aturdido por unas campanas

al comienzo, parece despertar

poco a poco, lo mismo que sus ganas,

pero logra, al sumar, multiplicar

por docenas los pies que, emparejados,

siguiendo, bailarines, su compás,

como el bosque de Macbeth levantados,

toman la calle y nadie queda atrás.

Como un sol pleno inundan la pantalla,

manifestando su felicidad,

hasta que nadie queda afuera y calla,

apagada, la negatividad.

¡Ay, pero ahora, con todos adentro

y nadie que haga de espectador,

todo amenaza con fundir a negro

y no queda margen alrededor!

27.7.2021

2 Orilla

Dos polos y las ambiguas comillas del juego.

Libertad y cautiverio, un carbón y una vela

encendidos en las puntas del pecho que ciego

palpita amoldándose a la mano que revela.

Una reina a la que dan órdenes en su trono,

una esclava con licencia de tierras ajenas.

Anécdotas litorales variables en tono

como el límite entre las aguas y las arenas.

27.7.2021

3 Rompiente

A la sirena se le escapó un gallo

y de un picotazo me despertó.

Acento fulminante como un rayo,

el cristal de terciopelo quebró

y vi caer el sol sobre los hombros

dorados del gigante en el peñasco,

hundido ya a nivel de los escombros

que antes me impedía ver el asco.

Nunca más las escamas de esa cola

veré, ni brillarán astros y estrellas

con esa luz, ni habrá una nueva ola

que tanta altura alcance o deje huella

comparable en aquél cuya razón

alumbró esa última canción.

Delfín Negro, 18.7.2021

4 Postal

Sobre la arena tendida, madre de espejismos,

canasto, sandalias, telas claras y estridentes.

De la huella la vista busca el pie que presiente

y desentierra la nuca asomada al abismo

que ondula transformado en vidriera, con sus piedras

preciosas y escurridizas, su jardín de ortigas

y su arco iris de invitaciones fugitivas.

La figura real y entera seca la niebla

favorable a las impresiones, pero ¿por qué

creer en el documento, en la estatura adulta,

más que en las migajas hacia la imagen oculta,

cuando es ésta la que ha ganado nuestra fe?

Son Bauló, 19/28.7.2021

5 Margen

Vivir al margen es rodear una montaña

sin dejar que el sol caiga antes de hora,

llevar la barca por la telaraña

cuando no pasa la ola ansiosa que devora

y al revés que el mal timonel, que erró y quedó manco,

deslizándose paciente entre el barro y la caña,

tirar la piedra y esconder el blanco.

28.7.2021

Meditaciones mediterráneas

I

El horizonte contenido. Los barcos, magros,

embalsamados entre península y península.

Cielo de vitrina y un oleaje de gasa.

El rastro de los monstruos marinos es un trazo.

II

Mar de botella y mástil de palillo. Navega

la racha sin freno de la ola imaginaria.

La grúa del puerto dormido llama al cristal.

La ostra no responde. El golfo, puño cerrado.

III

Capitán de camarote y piloto de mapa.

El ojo de buey guiña y desemboca en un vaso.

Las grandes navegaciones, ya hace tanto secas,

agrietan la profundidad de los pergaminos.

IV

Un mundo refugiado bajo un cielo mayor

y acorralado por dentaduras desiguales.

Un plato de agua y sal tan lleno de tropezones

que nunca han bastado para colmarlo y saciarse.

V

Soy la última hoja de una rama menor,

el eslabón más leve de una rota cadena.

La punta de un trapecio ya a punto de caer,

la gota caída aparte de un charco cansado.

VI

El mar suena más profundo cuando se desplaza

por el espiral del caracol al del oído.

Afuera se ve sereno como las postales

donde se firma, callada, la paz familiar.

VII

Que esta página impar continúe derramándose

en la misma tinta blanca que no coagula

y siga así retirando, prudente, lo dicho

de la mesa insaciable que bebe su palabra.

VIII

Mi cabeza es el vientre de cualquier madre en ciernes,

desconfiada de ese mar del que todo lo espera.

La playa sembrada de estériles amuletos

relumbra a sus ojos y acecha bajo mis pies.

IX

Huellas en la arena que no significan nada,

ni se pueden aprender o proteger del viento.

Cimientos de nubes elevándose a tormenta,

sumergidos en la ciénaga ornada de espuma.

X

Dos mujeres. Delante, la que fuma y vigila,

distraída, a los niños en el mar, mientras monta

su guardia ante el recinto invisible que la otra

cierra alrededor de la pantalla que la absorbe.

XI

La sombra del cuerpo blanco divide la arena,

que intocada se cierra tras el paso no dado.

Desplegadas, las alas abandonan su huella

al sol que picotea hasta no dejar un grano.

XII

La horizontal que determina la sucesión

de las cosas en el espacio, recta y discreta,

carece de razón y tan sólo porque calla,

como si ya lo supiera, resiste al abismo.

XIII

Ni obsesión ni objetivo ni curso transversal

sobre el vago y lento oleaje balbuceante.

La historia sepultada de un galeón caído

bajo las sábanas de un sueño mucho más firme.

XIV

Del consuelo que extiende la manta de la pena,

de esas viejas pagadas que vienen a llorar,

que no quede en la arena más sombra que la espuma,

que sonríe un momento y al siguiente no está.

XV

Pequeñas acuarelas superficiales pero

sugestivas, lo que desborda su estrecho marco.

Un aire de mar difuso dentro de una red

cuyos lazos deben su fuerza a su levedad.

Las Palmeras, Tarragona

13–15.7.2020