Encarnación suspendida
de un disparo de Marey.
Piedra y carne divididas
por el talento aplicado.
Alzado de la batalla,
el general vencedor
es vencedor general
en la guerra dominada.
Limpiar la carnicería
es la orden que les dan.
Los escultores transforman
la agonía en heroísmo
y la sangre del ausente
soldado desconocido
en simiente de la gloria
de la crin echada al viento.
Tiempo en fuga enmascarado
por banderas y razones.
Complicidad encubierta
de electores y elegidos,
representantes y jefes,
cuarteles y parlamentos.
Estafa de voluntarios
a espaldas del monumento.
La mano del funebrero
maquilla la muerte cierta.
La del artista, en la piedra,
la carne finge inmortal.
Pero, cuanto más diestra,
mejor revive el temblor
del animal espantado
y el agua bajo su aliento.
Pasea por cualquier plaza,
por el tranquilo Tiergarten
acaso, sin luz de guerra,
detente y mira, en el claro,
al jinete y su sostén:
si la figura se impone
al nombre en el pedestal,
quédate en su compañía.
Si de la piedra se alzan
aquí y allá brotes vivos,
reflejos nerviosos tales
que se transmitan al resto
del homenaje, pregúntate,
como el maestro lo haría,
por los hábitos menores
de esos cuerpos enlazados.
¿Cómo fuma el artillero?
¿Cómo inclina la cabeza
a beber el pura sangre?
¿Cómo desmonta el guerrero?
¿Qué enseña lo modelado?
La sangre bajo la piedra,
cuya blancura traiciona
la mano que la domina.
O los dedos escapados
del puño sobre la rienda,
que en la colina tomada
dejan huellas fugitivas.
¿Ves el gesto interrumpido
por el ceñido uniforme
o la fiel desproporción
de las patas levantadas?
Los caballeros leales
no cambiaban de caballo.
Les daban un nombre propio
que marcaban sobre el mundo.
¿Podemos seguir el rastro
por los Andes, los Pirineos,
de los caídos al barro
de Agincourt, de Waterloo?
En el centro de Guernica,
decapitado, el centauro,
relincha su desconcierto.
Fotograma de Marey
recortado de la serie.
Dispersos por las ciudades,
reunidos en una especie,
posan los dos fugitivos.
24–27.3.2022