Antonioni

In memoriam Steve Cochran (1917-1965)
In memoriam Steve Cochran (1917-1965)

Se habrá enterado por los diarios y es posible, estimulada su imaginación por lo singular de la noticia, que recordara lo difícil que había sido entenderse al principio, perdido el otro en aquellas nieblas que él conocía desde su infancia, no sólo a causa de la lengua madre de cada uno, cuya frontera él desde muy joven sabía cruzar, sino, sobre todo, de la perspectiva opuesta sobre casi todo, que volvía a abrir entre ambos siempre una nueva y la misma grieta, el viejo silencio poblado de fantasmas. Pero había sabido guiarlo a través de las duras semanas de trabajo entre los arrozales, los pobres caseríos dispersos de la dura región, por los caminos que llevaban de uno a otro lugar abandonado en que transcurría la desesperada historia, y el americano, cuya idea de Europa era muy distinta de lo que se había ido resignando a encontrar una y otra vez durante ese trayecto, había aprendido poco a poco la actitud adecuada a cada estación, aunque la última forzosamente lo excluyera, ante la inviabilidad de un salto real al vacío al pie del cual no lo esperaba sino el grito de la mujer; la cara de ella, en cambio, ocupaba el lapso en que su cuerpo, inanimado tras el corte, golpeaba por fin la tierra. Durante el doblaje había terminado de sustituirlo por el personaje; y ahora, diez años después del suicidio ficticio, como aquel sobrio fracaso desenterrado por el éxito posterior, lo tenía de vuelta, verdaderamente muerto, ante sus ojos de creador. Por eso, porque enseguida habrá imaginado el velero a la deriva, las tres jóvenes invitadas (para las que no habrá podido evitar, como por reflejo, hacer un rápido casting mental entre las últimas intérpretes aparecidas) indiferentemente torturadas por el sol del Caribe, el cadáver cada vez en peor estado del Don Juan de pronto enfermo que no se habían atrevido a arrojar al mar, a tocar siquiera, el suceso se le habrá hecho irreal: le parecería, muy probablemente, ya una película, típicamente suya además, y se diría, en el instante en que percibiera a su imaginación trabajando, que nunca la haría pues ya estaba terminada. Que el destino del protagonista le diera la impresión de llevar su firma sólo puede ser una suposición.

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Los iletrados

El gran mundo nunca muere
El gran mundo nunca muere

La idea de un arte popular, como la idea de un arte patriótico, aun cuando no fuera peligrosa, me parecía ridícula. Si se trataba de hacerlo asequible al pueblo sacrificando los refinamientos de la forma, “buenos para ociosos”, yo había tratado a las personas del gran mundo lo bastante para saber que son ellos los verdaderos iletrados y no los obreros electricistas. A este respecto, un arte popular por la forma estaría destinado a los miembros del Jockey más bien que a los de la Confederación General del Trabajo; en cuanto a los temas, las novelas populares aburren tanto a la gente del pueblo como a los niños esos libros escritos para ellos. Al leer se intenta salir del propio ambiente, y a los obreros les inspiran tanta curiosidad los príncipes como a los príncipes los obreros. (Marcel Proust, El tiempo recobrado) ¿Mucha? ¿Poca? ¿Sigue siendo así? ¿Quiénes son, en nuestros tiempos democráticos, los integrantes del “gran mundo”? ¿Los famosos? ¿Los financieros? Y el saber, por lo menos técnico, acreditable en tiempos de Proust, según sus palabras, a los obreros, ¿continúa definiendo a alguna clase, a algún colectivo especializado? ¿Es comparable algún grado de destreza tecnológica, como proveedor de identidad, a cualquiera de los viejos oficios en torno a los cuales sus practicantes se agremiaban? ¿Se lo puede considerar como atributo cultural, aunque sea equívocamente, del modo en que los viejos iletrados, aquellos miembros del “gran mundo”, se arrogaban la posesión y administración de la cultura humanística? La idea de un arte de consumo, plenamente realizada a través del sacrificio de lo manual y artesanal a la producción en serie, unifica el mundo y lo hace tan grande para trabajadores como para herederos, iguales unos a otros en el consumo inteligente de cuanto hoy les es dado a cambio de un mínimo, espiritual y material.

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