I
Se cuentan unos a otros lo que se les cuenta
la noche anterior a cada uno por separado
desde la red general, donde todo está en venta,
sirviendo lo mismo, aunque por ellos masticado.
Lo común en común ponen, sobre esa gran mesa
neutral pero propia que sostiene sus relatos,
creídos a medias si piensan con la cabeza,
pero siempre transmitidos con todos los datos.
Son historias redondas y tramas circulares,
igual que el movimiento materno de tejer,
que pasa y vuelve a pasar por los mismos lugares
y vuelve en cada curva donde debe volver.
Una voz en el centro del círculo del tiempo,
que sólo es circular mientras se cumple ese acto
de poner en nueva circulación viejos cuentos,
vestidos para oyentes respetuosos del pacto.
La voz está presente mientras pasan las horas
y sobrevive a cada desenlace ocurrido,
cuando todo vuelve a ser lo que aún es ahora
y el equilibrio original es restablecido.
O de no ser así, el abismo por cubrir
es techado por la moral y sus moralejas,
que cualquiera puede comprender y repetir,
protegido del desnudo mal por esas rejas.
Así la lengua materna, que todos comparten,
describe el mundo callado y sus bruscos sucesos,
tejiendo una espesa red, con más celo que arte,
entre la piel y la roca, la carne y los huesos.
Con ella se abrigan y defienden los reunidos
de lo que no se explica ni familiar se vuelve,
pero queda ordenado en fragmentos traducidos
según pasan por la grilla que el caos resuelve.
Rodea a sus criaturas el tejido elocuente
y después de nombradas las conserva en su trama,
pero siempre percibe el oído disidente
algún punto suelto por el que nace su drama.
II
“¿Alguien vio anoche una película policial
sobre un detective que se hacía criminal?”
“Sí, yo la vi la semana pasada.” “¿Quién era
la actriz que hacía de delincuente?” “La enfermera
que cura al doctor en la serie del hospital.”
“Se habla de un descenso a los abismos del mal.”
“Pero ella es un ángel.” “Porque está en otra historia.”
“Dicen que ir al cine es bueno para la memoria.”
“Me contaron que nunca la idea original
llega al público.” “No nos muestran nada real.”
“Pero yo vi mi reflejo ayer en la pantalla,
cuando el fiscal de distrito al testigo que calla
señala.” “¿Y quién eras?” “El que nunca cometió
el delito.” “La estrella.” “Que al final se salvó.”
“Ésa ya nos la han contado.” “Parece que tienen
historias que repiten por el gancho que mantienen.”
“La del muchacho humilde que gana una fortuna
y pierde el amor por ambicioso.” “La de alguna
víctima que encuentra el destino que merecía.”
“Y se salva.” “O no.” “Yo ésa no me la perdía.”
Igual que sobre el cuerpo se eleva la cabeza
sin soltarse ni ir más alto, el que claro se expresa
no tiene más que otro cubierto en esta mesa.
III
Hay un gran desequilibrio entre hablar y decir,
una diferencia que se pierde en la balanza.
Por muy concentrado que el decir sea, no alcanza
a explicar cómo oprime a las voces que hace huir.
Pero ellas, dispersas, le hacen el vacío
y lo dejan pasar nada más lo ven venir,
rápido, conciso, siempre pronto a definir
la saga interminable de esa novela–río
que va de unas a otras, sin dejar a la orilla
más que las palabras cuyas letras ya de plomo
rechazan el olvido y la corriente que brilla.
Se hunde el decir después de expresarse con aplomo
bajo un velo tejido por diálogos casuales,
anécdotas en serie y actores naturales.
29.11–12.12.2023