Estatuas ecuestres II

Como se dice: a caballo

entre dos épocas. Entre

la edad del hierro y la era

del cobre. Sobre la cerca

que cruza el río. Saltando

para siempre, suspendido

en la carga hacia el destino

con la huella del origen.

Así también la saeta

señala el sentido dado,

que el sable, aunque corvo sea,

reafirma, redoblado

por el brazo en gesto extremo

y la mirada sin ojos.

La mano abajo, en la rienda,

contiene el espanto ciego.

Modelo multiplicado,

con sus variantes: la flecha,

lanzada sobre la nada,

la parada, desafío

erecto a los rezagados,

el paso del Rubicón,

rodilla apenas alzada,

o el dueño, casi plantado.

Bonapartes al ataque

o de regreso de Rusia

sobre el eje atravesado

entre la paz de las islas.

Atragantada retórica

de oradores encendidos,

encarnada en la madera

con que tallaron su objeto.

Capitanes arrastrados

por su capote, elevados

sobre su tierra y colgados

sobre la nuestra, que gira

alejándose de su órbita

y sin embargo sembrada

de herraduras, teatritos

donde resuena el galope.

15–17.3.2022

Estatuas ecuestres I

A galope detenido

por el fusil de Marey.

En años de escarapelas,

un disparo congelado

y para siempre de pie,

cabal sobre su montura,

denso de frente y perfil,

líder inmóvil, un héroe.

Sobre el pastel democrático

se multiplica la efigie.

Como la voz el tribuno,

el caballo alza las manos

y el sable en alto reparte

la gloria firme entre pares.

Uno por plaza, sostienen

el cielo de las repúblicas.

En la quietud de la tarde,

galopan desordenados

a la batalla perdida

en tiempos desvanecidos.

Persisten, por ser de piedra,

los ademanes de mármol

y el brío en sí inagotable,

con su horizonte invisible.

Del enemigo tomados

los modelos ejemplares,

emperadores y reyes

de riendas por desatar.

En común el contrapunto

de exaltación fugitiva

y fría conservación

del pedestal conquistado.

Del invasor sustraídos

los cascos a la carrera.

De la espuma original

a un océano de tierra,

por renacidos centauros

atravesado al galope.

Plumas, pintura de guerra

y el mito otra vez destino.

Polvo y humo sobrevuelan

la despoblada pradera.

Sobre el campo de batalla,

las almas de los jinetes.

Diezmada caballería.

Cinco cascos por cabeza

del cuerpo representado

por la cabeza de bronce.

Retórica de la piedra.

Lo no ocurrido y cantado.

El gesto fuera del tiempo

del capitán consagrado

que las nubes alejándose

desenmascaran. Las horas

sucesivas de la plaza.

La sorda planicie virgen.

Horizontal decadencia

del elevado modelo.

Cimientos devienen tumbas

de soldados sin fronteras

bajo cada suelo patrio.

Bajo las manos alzadas

del arrestado caballo,

las herraduras dispersas.

Regimiento licenciado

de conductores de ayer,

con su homenaje menguante

como una magra pensión.

Con el aire de esa época

que levantó su teatro

y persiste como farsa

del tiempo de las glorietas.

Por el fusil de Marey

lanzadas en perdigones

para dar centro a los parques

de pueblos y capitales.

Por el orín maltratadas

con sus metales hinchados,

sólo el músculo perfecto

de algún animal las salva.

12–15.3.2022

La espuma y la resaca

1

Tu cuerpo grande y tierno como un árbol

sólo se yergue para ser talado.

Los espejismos se borran

pero el desierto persiste,

como se borran las huellas

y permanece la sed.

2

La mano se cierra, pega

y el puño vuelve mojado;

la mano, vacía. El pie,

por dejar huella, se cubre

de polvo; la huella aguanta,

pisada. La inseparable

sombra a tus pies, más que tuya,

es de la tierra; la imagen

quebrada en la superficie

se recoge en tu quietud.

3

Así dormidas son perfectas. Nada

puja ni cede en su sueño redondo.

Toca, aprieta, acaricia, dice el aire.

Basta una gota caída del árbol

para enturbiar el espejo imantado.

4

El no de pecho.

El sí mayor.

Del no de pecho

al sí mayor,

¿qué escala lleva,

qué contrapunto

invierte el tono

y da al exceso

su negación?

5

Lo normal y mundano se me impone.

Veo las cosas por segunda vez.

Pesadas, apoyadas en sí mismas.

Sin aire en que flotar mientras el río

las pudre. Durmiendo bajo los arcos.

Girando con las sombras, opacando,

mientras se dejan atravesar limpias

por el sol estridente, sigiloso.

6

Por esta calle pasé igual que el viento

y a nadie quité el sombrero

que no lo recuperase.

Sujeto que no quiere el predicado,

soy el que rompe el silencio

donde las frases muy claras se acoplan

y hace falta hablar oscuro.

7

Ahora que estás despierta,

la fuente ruge,

la catarata

no cae, sino que salta,

y en la ventana discreta

el sol irrumpe.

8

La piedra al fondo del río revuelto

queda, la del puente es dejada atrás.

Mira ahí abajo que rápido tiran

más abajo aún el muelle reciente,

con la perla que la ostra rechaza. 

Una gota ya inclina la balanza

donde pisan más fuerte los notables

y se deslizan los desarraigados.

La piedra al fondo del río

no junta polvo y entierra

puente tras puente en la ostra

que la balanza no pesa.

9

El despertar taciturno

de quien sigue entre las cosas.

El cuerpo como otra cosa.

Manos y tazas lavadas

en una sola corriente.

Río arriba,

apartando la maleza.

Río abajo,

soportando la llovizna.

La palabra como un aura

del hosco núcleo.

10

Tu cuerpo suave y flexible, de agua

que hace relumbrar todas las cosas,

se derrama soltando sus cristales

bajo la mano invisible del viento.

Cuando un árbol así cae al desierto,

 dando toda la sombra de sus ramas,

sus cenizas se mezclan con la arena

y su raíz crece firme en el aire.

11

Quedan los pájaros,

el seco instante,

el relumbrón

que el sol opaca.

Quedan clavados

en la madera

cortada ayer

para retablo,

modesta leña

o tibia luz.

12

Estás delante del espejo falso

que te muestra lo que no eres, el que te enseña

lo que quieres, como si esos nenúfares

que bailan a la distancia cabal de tu brazo

pudieran emerger de su perfume.

13

Remontando la niebla se llega a la tiniebla

impenetrable dentro de la piedra.

La fluida claridad con que discurre la sombra,

desovillándose aunque en sí se esconda

mientras serpentea hacia la desembocadura

radiante que la niega, nada anula

de la fría afirmación en su dureza absorta.

14

La primera cerveza del verano,

con el sol en su cristal,

regresa desde antes que nacieras,

como esa luz, puntual.

Así cada día incendia las cúpulas

cubiertas por su gran manto de azufre

que cobija y regenera,

mientras crece en el fondo de la jarra

la sed sobrenatural.

15

…atravesar el mundo de los vivos

para llegar al cielo de los muertos,

cuyo único rastro son tus huellas…

…remontar la catarata

hacia la fuente invertida

donde arde la corriente…

…interpretar en desacuerdo con lo cifrado

el insidioso presagio que el sol enmascara,

conservando lo tangible en el centro del claro…

…ser en silencio

la voz erguida

que se desplaza…

16

Si devuelvo el envase, ¿ya podré evaporarme?

Soy la encrucijada de un montón de desencuentros

y tantas calles cortadas a oscuras que sólo

concibo las salidas cancelando las citas.

17

Coincidencia en la cresta de la ola

del espejo y la ventana,

destello del húmedo diamante en el aéreo

oro del sol,

instante delgado como la lámina

ilustrada por su opuesto,

como la piel del astillado velo 

entre dos mundos,

impresión de eternidad en la página ardiente

del día, de gravedad

en la carrera de lomos de plata.

18

Las sucesivas islas desde cuyas orillas

el náufrago, seco, interrogaba al horizonte,

se confunden en su estela, iguales a los granos

de arena reunida bajo los pies detenidos.

Dorada por el sol que detrás del mar responde,

la risa del mar resuena de una roca a otra

y en cada ola se alza la sed escondida,

visible como un rayo de sol cuando tropieza.

18–25.5.2021

Saludo al público

Al lector desconocido

El rechazo disipa las tinieblas.

Desgarradora lanza de Atenea

en el centro oportuno del reloj.

Corazón traspasado, desplazado

de su eje y de la rueda, detenido.

Gran parrilla de la revelación.

Radiante sol del desprecio. Del alba

la muda culminación incendiaria

que el párpado recela. Nacimiento

no querido, del azar a la luz

por un corte, razón del accidente

agazapado, invisible, negado.

El teatro primero está vacío.

Nadie en el andén. Silencio del patio

de butacas, del balcón al que sube

el canto interrumpido, la llamada.

Nadie sino la cera del oído.

La luz sin freno. Interior inundado

de fuego, de calor que nada acoge,

del esplendor de la mirada ciega

sobre el soñado reconocimiento.

Retratos descascarándose antes

aún de que los espejos se borren.

El viento que atraviesa las ventanas.

La casa no comprende ni contiene.

Hueco íntimo donde nada cabe.

Tomada por su posición. Espalda

del escudo levantado, talón

escondido en la amplitud de su huella.

Derramada placenta del ayer.

Tintero vaciado, limpio y translúcido.

Frío cristal encendido y cortante,

reflejo del idéntico exterior

incandescente y helado, contrario

a toda concepción, sobrevenido.

Plano sin sombra ni curva atenuante.

La silueta se recorta del círculo

y cae. Sol que se alza perfecto.

Intachable ojo ciego. Delator

de miradas, de ángulos y puntos

de vista declarados. Divergentes

la lengua y el oído, la mirada

y el ojo. Página ardiente, ilegible.

Caldero del desencuentro, frontera

sin cruce. Donde hierve lo que se hunde.

Donde se asienta la brasa. La horma

que desconoce y anula las huellas.

Espejo todo fuego y sin imagen.

La planta del pie arraiga en el hielo.

Blanca humareda. Palabra quemada

con su taco y su empeine por el rayo

concentrado sobre la superficie

donde abre un ojo de cigarrillo

consumiéndose para ser y deja,

vacío, bordado, su roto. Al fuego

lo dado a luz, revelada ceniza.

Contra este cristal incandescente,

escalofriante, su aplastado escudo.

Lecho sin agua. Meta sin bandera.

Nadie espera de pie sobre esta piedra.

Tabla rasa de la mesa redonda.

Costa recta del lago prenatal.

Donde filo y punta se aguzan, donde

se endurecen lo plano y lo escarpado.

Donde el molde rechaza la materia

y la arcilla la mano delicada.

Allí la cita concertada a ciegas,

allí la hora prometida. Aquí.

Donde el último haz de bruma tenue

se desvanece y nadie lo recoge.

Donde se teme la puntualidad.

De ese entero se apartan las mitades

y tratan de bastarse con sus bordes.

De este punto. De esta inicial. Del claro

en la desembocadura del río.

De esta luz que devuelve cada mancha

a su pobre origen, a su mirada

desatendida. Del punto sin fuga,

de la inicial insaciable. Del sitio

donde se toca la chispa y la mano,

perdiendo su gobierno, se retira

sin haber sido estrechada. De aquí,

de la aspirada flor aspiradora,

vuelven los rechazados y aquí vuelven.

Desde la sombra de la red de Hades.

Ingrata claridad no agradecida

penetrando bajo el más prieto párpado.

Amargando la lengua. Presentando

lo conocido idéntico a sí mismo,

en su medida. Aquí la misma lámpara

encendida sobre el sillón despierto.

El soplo y la aparición si alguien vela.

Si alguien pone dos vasos. En la mesa

combustible. Para la boca abierta.

Donde el pecho cerró antes los brazos.

2–6.8.2021