El pensador furtivo

¿Es en el mundo o detrás de mi frente

donde se abre la ventana ausente

que retrocede mientras yo me lanzo

y caigo así otra vez del lado manso,

mucho después de ya rota la ola,

silueta voraz escupiendo sola

contra la suave espuma en retirada

por la luz fugitiva iluminada,

en esta invisible boca de lobo

donde el don prometido lleva al robo?

Para mí es escena repetida

esta escena por mí tan repetida

donde todo reconozco: el gran claro

en el centro del aire, como un faro

repentino detrás del horizonte,

la pendiente inesperada del monte

precipitando la llanura, el paso

en falso que es todo lo que es el caso,

el tropiezo fatal, el escalón

de entrada a toda representación,

las huellas confundidas de los guías

y, cruzadas, las tentadoras vías,

pero, aunque todo esto lo haya visto

en directo y pintado, lo imprevisto

es cada vez la nada que se enciende

en la punta fugaz que se desprende

del tejido paciente de las horas

regladas, a pesar de las señoras

reunidas al pie del altar del diálogo,

guiñando a la pesca del ojo análogo

cuyo oportuno parpadeo guarde

a salvo lo que un solo instante arde

y no vuelve en lo que se representa.

¡Ay, llamada que el oído lamenta

cuando la imagen blanca languidece!

Desde la idea el pensamiento crece,

alejándose de su causa pura,

pero pierde en el paso la segura

vereda abierta por la tribu en años

acumulados de bienes y daños

y cualquier plaza propia en la común,

infinitamente lejana. Aún

se vale de la lengua del comercio

material y habitual, y más de un tercio

de su tiempo se le escapa en labores

de cocina y taller, pero mejores

no son las horas sentado a la mesa

a la que cae desde la cabeza

que destroza luchando con su objeto,

cuando éste persiste en su secreto.

Si ese cruento combate fuera historia,

sin esta distracción, esta memoria

en el fondo de su negra conciencia,

quien persigue tan esquiva presencia

que no muestra de cierto más que un hueco,

en lugar de nadar en río seco

a la pesca de un pájaro cien veces

más valioso que cultivos y reses

en su corral numeradas excepto,

naturaleza propia del concepto,

por el hecho de ser sólo leyenda

cada día, sin que nunca descienda

de su cielo intocable, volcaría

su interés a otro cauce, con porfía

natural, compartida, y orientado

por fin, por su camino en ese prado,

hacia su honor y el reconocimiento

que su destreza para el pensamiento

debería ganarle, marcharía.

Con paso cotidiano subiría

los escalones universitarios,

atravesaría los calendarios

cosechando los sembrados laureles,

alguien ordenaría sus papeles

y entre columnas tendría su asiento,

respaldado por más de un argumento

sólido como sería el encastre

entre unos y otros, por dedos de sastre

cortados a la medida del sabio,

cuyo elogio ya late en cada labio

sonriente cuando lo hace rotundo.

Pero las cosas firmes de este mundo

nunca las sueña su filosofía.

No ve tras el cuadro la galería

de todos los posibles compradores,

ni detrás de los interlocutores

interesados su oportunidad

o si la ve, le parece maldad

aprovecharla por el bien de todos,

presentes antes en él otros modos

y otros hábitos para su talento.

El paso par es demasiado lento

para ir a la par de la repentina

luz que lleva incrustada en la retina

más hondo que todo lo que le enseñen.

Por mucho que los ángeles se empeñen,

sus alas no obstruirán ese vacío

al que no se cae, sino con brío

se salta aunque el ascenso nunca alcance

a culminar y en cambio, de este trance,

sólo quede volver a tocar tierra.

Pero jamás el círculo se cierra.

Todo vuelve y también el personaje

de intelecto febril, con nuevo traje

y desnudo inmemorial, persistente

y fugaz, fugitivo, impenitente:

no el fiel profesor de lo ya sabido,

ni el ensayista de lo repetido,

sino otro, por el rayo iluminado

y en la noche inmediata abandonado,

como antes, al mismo sol estable

para dar cuenta de lo inexplicable

por lo que nadie le pregunta. Raro

en cualquier campo que le ofrezca amparo,

pasa tapado por sus semejantes

distinguidos, entre los aspirantes

confundido aunque a nadie pida nada

o, de pie en la paciente encrucijada

de los malentendidos que provoca,

resbala, igual que el agua por la roca,

por los sentidos de los que el sentido

que él señala destinan al olvido.

Pero suelto también es eslabón

y ajeno también tiene tradición.

Parece cada vez que se alejara,

pero el firme espacio que nos separa

es, a mi espalda, cada vez más breve,

sin que pueda advertir cómo se mueve

su silueta vacía pero terca.

Viene y cada vuelta cae más cerca,

más próxima, adaptada, irreversible,

más activa cuanto más invisible,

y asomando con su gesto más viejo,

modelo rechazado en el espejo,

en la cara que lo mira sin verlo,

renace en el que ve para absorberlo

y en él reeditar, inesperado,

un clásico con todo su pasado.

Sucediéndose como hoja tras hoja

reaparecen, en ése que arroja,

desvío de su propia sangre sorda,

herencias y costumbres por la borda,

sombras vistas, con su fuego insensato

reavivado por otro relato,

para trazar, sobre la piel desnuda,

los rasgos de un destino que aún duda.

¿Es en mi casa o en otra vecina,

en mi ventana o la de aquella esquina,

donde de veras alumbra ese rayo

a cuya sombra intermitente ensayo

el repertorio de escenas legado

por un fantasma jamás recordado?

Bajo mis pasos, en retrospectiva,

sosteniendo la misma alternativa,

aparecen irresistibles rastros

ya seguidos sin consultar los astros,

turbias huellas reunidas sin azar

tras mucho talar, quemar, arrasar,

buscando el esquivo claro del bosque

de los frutos reservados, en los que,

dicen, mejor no creer ni confiar,

naturaleza virgen, colmenar

suspendido sobre el río sin freno.

Obvio epígono entre epígonos, peno

condenas heredadas ya cumplidas,

remedo gestos de vidas perdidas,

desentierro tesoros descubiertos

muchas veces con réditos inciertos

y otras tantas devueltos a la ciencia

del futuro, con esa indiferencia

del agua que regresa a su nivel,

y si estoy hecho para este papel

que hago, es su modelo el que me hace,

dispositivo formal que renace,

espontáneo, con cada frustrado

acreedor a un prontuario prestado

como yo, desestimador de leyes.

Si existió un decapitador de reyes

que con el rey decapitara el trono,

es ese espíritu al que debo el tono

y a él me debo, precursor caído

de la memoria de lo protegido

que el teatro de la inocencia odia.

Por eso, mi drama es su parodia:

descubro lo negro bajo lo blanco,

soy descubierto, me vuelvo yo el blanco

del que es mejor apartar la mirada,

desaparezco en la sombra negada

y allí, obstinado en mis imitaciones

bajo censura, imperfecto entre clones,

mientras el sol borra toda evidencia

del barro lastimado por la urgencia,

quieto en la selva de lo que se mueve,

arrastro mi nombre por esta nieve,

fingiéndome ciego, como Strogoff.

21.2–15.4.2016

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Ricardo Baduell

Desde hace veinte años me dedico a ayudar a escritores y personas que quieren escribir a concretar sus proyectos. He colaborado con reconocidos autores latinoamericanos y españoles en diversas obras publicadas, así como con muchos escritores noveles de ambos lados del Atlántico. Trabajo además con editoriales y agencias literarias, analizando y seleccionando manuscritos. ¿Escribes? Escríbeme (ricardobaduell@yahoo.com). O llámame (+34 667 912 702). O visita mi nuevo sitio Ricardo Baduell Book Doctor (baduellbookdoctor.com).

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