
Domingo de errancia
1. Al pie de la muralla
Amplitud de la historia, trascendencia:
lo que se quiere es la actualización
de ese espíritu latente y dormido.
La iglesia de San Juan, vacía pero
visitada por el sol dominguero,
deja oír un espíritu sin cuerpo
que sólo por sí mismo y en sí mismo,
para sí mismo canta, vago espectro
de la piedra al margen del río, peso
que la corriente no se lleva, al fondo
de la móvil transparencia ligera.
Espacio aparte abierto y conservado
para un turista lejos del altar
y una señora a mitad de camino
entre la fe y la curiosidad. Sigo,
ya dentro, con la mirada, los arcos
que llevan a la cúpula del firme
interior levantado bloque a bloque
y envuelto en la luz lavada de imágenes
agrego mis pasos al recorrido,
avanzando por la nave mayor
despacio hasta descubrir al artífice
de la voz de la fe con su teclado.
Funcionario civil, con su presencia
ni divina ni angélica me prueba
que no era una grabación el eco
fiel del verbo en el templo sin creyentes,
sino un acto, en mi tiempo ejecutado.
¿“Cantaron”, el señor y su instrumento,
“la resurrección”, como las cigarras
del poema de Cardenal, poeta
llamado a ser pájaro y sacerdote,
para las hembras sordomudas? Cuando,
profanamente instalado en cualquiera
de las largas bancas alineadas,
termino de tomar mis notas, veo
una señora que acaba de entrar
y arrodillarse en la punta. Hay que ser
muy mayor, y parece que mujer,
para rezar. O el hombre, cuando reza,
prefiere no ser visto y sólo oído.
2. Tema
La ciudad vieja y a su alrededor
la ciudad nueva, como en derredor
de un aljibe, con su fondo infinito,
la sed, sin escondite, da su grito.

3. Caspar David Friedrich
Desde la perspectiva de algún observador
cultivado situado a mis espaldas, encima
de esta pequeña plaza desde la que me asomo,
éste podría ser un cuadro clásico: solo,
el observador inclinado sobre el conjunto
como yo, apoyado entre estas almenas, contemplo
la alegre concentración en la Plaza Mayor
de lazos de sangre y cercanía, vecindades
y generaciones, orientaciones y gremios,
en nombre del deporte y la vida al aire libre,
prolongada en el tiempo por la buena salud
y en el espacio por los senderos de paseo.
Pero qué claro es todo, sin nubes ni ilusiones,
cómo sube, sin velos ni algodón atenuante,
la algarabía compuesta, voces y bocinas,
cacofonía y megafonía en armonía
irreductible por la discordia o la distancia.
Todo es nítido en la plural confusión: la línea
fina y recta, férrea, de cada bicicleta,
los puntos luminosos de los cascos rellenos,
la voz de cada mudo en el coro universal
y cada frase ostentosamente articulada
por las mandíbulas implacables del vocero
de los pastores del rebaño, con su sentido
indudable remachado sobre la evidencia.
Desde esta posición, ganada cuando la altura
reducía al enemigo y acercaba al cielo,
todos los figurantes caben dentro del marco.
Si se quedaran quietos, podría establecerse
fácilmente su número, aunque crece a medida
que la hora de la cita es también más exacta
y con la masa aumenta de volumen el ruido.
Cuando la aguja alcanza su pico, lanza el pico
del locutor la bienvenida a los residentes.
Valga como entrada, aunque él querría una salida,
al paseo de un dominguero fuera de sitio
y en un mal día después de un preludio sombrío.
4. Anoche, justo antes de las bicicletas
En este lugar que antes no he visto,
todo sucede como lo he previsto.
Así no me entretienen los bluseros
con todos sus clichés festivaleros,
ni el duro casco con toda su historia.
Regreso al interior de mi memoria.
5. Perspectiva vertical del horizonte
Más allá de los muros de la ciudad antigua,
la ciudad nueva, con sus comercios y viandantes,
y más allá el campo, con su indiferencia ambigua.
Desde lo alto de la muralla, los de antes,
espiando más allá de la población exigua,
vigilarían la marcha de los caminantes.
Más acá, donde crece aún la ciudad contigua
de la que suben tantos ciudadanos rodantes,
la llanura es chatura que lo alto atestigua.

6. La fiesta de la bicicleta en Cáceres
Oh, deporte, espíritu gregario, absolución,
como en otro siglo en la iglesia ahora vacía,
de la soledad por la santa comunidad,
salvada hoy no por la espera de un vago reino,
sino por la partida con vuelta organizada.
Celebra tus fastos, poder de lanzar llamados
respondidos en masa unánime y sobre ruedas,
ante estos sordomudos convidados de piedra
que puedes ignorar, contando con su respaldo.
Estas torres, escaleras, casas y murallas
ya no contienen a los pobladores nativos
que, indiferentes a los restos que los rodean
e identifican, buscan otro entretenimiento
y lo encuentran en la exploración de las afueras
de su ciudad, conocidas pero sin lecciones.
Desde la muda distancia que dan las almenas
al forastero ocioso que entre ellas se asoma,
la vasta celebración se ve proporcionada,
pero se oye desde una distancia aún mayor.
7. Arco de triunfo
Pasacalles inflable de Electrocash, el paso
obligado de todos los ciclistas de paso
del vórtice llano donde quién no marca el paso
a las vastas afueras que venden libre paso.
Continuará
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