
I La patria portátil
Si la patria es la infancia, el extranjero
es el futuro y el destierro la madurez.
Poco mérito en estas deducciones,
implícitas en una frase ya muy citada.
Más bien es vergonzoso descubrirse
descubriendo algo tantas veces advertido.
Mejor tapar semejante experiencia
con la manta de los sueños que llegan al día
y dar al despertar la claridad
del agua que convierte en salmón al desplazado,
impulsándolo sobre las caídas
que la gravedad impone al salto entre las tierras.
La corriente desborda los relojes
y elude los canales de riego proyectados,
pero el escarmentado sigue a flote,
con la infancia sobre la espalda o en el bolsillo.
Alrededor de cada huella propia
abandonada al anónimo suelo inmediato,
lo lejano y lo ajeno se confunden
en la misma y ubicua distancia omnipresente.
30–31.5.2022

II El sujeto humillado
Ahora siento la impotencia de las palabras,
el aliento del infierno quemando y comiendo.
La madera cruje en los estantes recargados,
que reducen a queja su discurso.
Este mundo sin resonancia, donde crecieron
los más jóvenes que yo, venido de una antigua
memoria perdida, con sus largas digresiones,
rehúye las altas invocaciones.
Cónsul de un país de lengua en desuso,
represento la retórica de un reino hundido.
A flote aún en el seco aire hablado,
mi tierra no tiene otro destino que ofrecerme.
31.5.2022

III La posada ambulante
En el tiempo, mar sin anclas
ni fronteras naturales,
dan refugio estas paradas
que no duran ni se posan
sobre las olas más rato
del que tardan en romperse.
Donde tantas anclas flotan
y las fronteras se corren,
aparecen estas islas
gobernadas por la fresca
mano que mueve las ramas
y a los pájaros sostiene.
1.6.2022

IV El eco perdido
Ahora oigo el silencio del otro
donde antes escuchaba mi voz
y el pájaro que supe hacer cantar
vuela solo y no acompaña mis pasos.
El silencio reunido en asamblea,
por mis propias palabras convocado,
ha dispuesto en el ángulo preciso
la última piedra de su teatro.
En el nido resuena el aleteo
de las alas desplegadas arriba.
Los caminos que van de casa en casa
arrancan cada silla de raíz.
Antes un anillo enlazaba el vuelo
de la voz que nacía y el retorno
de la mía transformada al oído
con el ritmo del andar inconsciente.
Ahora el vacío que lo atraviesa
me deslumbra como un sol repentino,
pero los ojos, que aceptan la sombra,
no consiguen atenuar el ardor.
27–28.5.2022





