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I El café de mi razón
El momento detenido
como una palabra ahí en la punta de la lengua
donde, clavado encima de una mesa
rodeada de indistintos,
desde el pozo en un puño que aprieta la mirada
se enciende, igual de humeante, el acento
sobre el lomo del rumiante
inclinado a la espuma universal allá abajo,
me dio a luz, silueta o fantasma en ciernes
ganando peso y ahí
ligero pero no casual, tensadas las cuerdas
de los nervios para el índice súbito.
El momento repetido
de negrura y lucidez repentina, en discordia,
ocupando mesa en la multitud
mientras nace la materia
azucarada y luminosa del universo
y se expande a la vez que se disuelve
bajo el giro de muñeca
del concentrado observador que de sí se olvida
en la paralela transformación
de su persona en la especie,
puso en órbita, como una antigua catapulta,
la cabeza a la que salvé la cara.
El momento decisivo
de atención indivisa que divide, afilada
y en cuña hacia la materia, la mesa
del salón, con el acento
a pico sobre el cosmos en expansión, centrado
en una cucharita que revuelve
espacio y tiempo en el mismo
sentido y reloj, despertador, me hizo nacer
y abrió el ojo, mandando y bautizándome
con un solo movimiento
que de la mesa hizo un tablero y de esa mirada
mía un instrumento de medición.
El momento sin retorno
que vuelve a poner delante el punto de partida
cada día cuya sombra revela.
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II La razón de mi café
Detrás de este sabor reconocido,
del hábito y su constancia,
que en cada sorbo atento devuelve un bien perdido,
se abre interminable la distancia
entre la negra sustancia
del universo expreso y el ojo distraído.
Las dos o tres cosas que sé del cielo
caben dentro de una taza
donde se quita a la Vía Láctea su velo
y se la hace representar la masa
de las cosas a la caza
de conciencia que las haga objeto de un anhelo.
Un viaje es una cuestión de moral
donde, al inicio inocente,
corresponde la separación del bien y el mal,
según se llegue a culpable o consciente
a través de la pendiente
que convierte el camino proyectado en real.
Adónde ir y dónde detenerse
sigue siendo la cuestión
que plantea cada día, oscura y sin moverse,
la cosa que tu negro corazón
refleja, en su imitación
de los astros que en tu derrotero quieren verse.
Tiempo abolido por los ecos ricos
de este discreto deleite.
A mi espalda un niño pide un libro para chicos.
En mi nuca un hombre anuncia el aceite
de su coche. Quien se afeite
que defienda tal fe de la soberbia y sus picos.
Yo alzo el negro universo estallado
de nuevo a mi lengua viva
y lo vierto en otra oscuridad, desembarcado
en la orilla despejada y esquiva
donde lleva la deriva
desde el punto inicial del sabor reconcentrado.
25–30.10.2022
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