Desnudando a Eva

Atención al narrador: abajo, a la izquierda

Ensayo a dos voces

Un chat por Whatsapp con mi amigo Alejandro Sosa Días. Lo transcribo literalmente. A es él, R soy yo.

A: Creo que esto ha sido parte de nuestra educación sentimental.

R: Cada vez que he vuelto a ver All about Eve he visto más claro que Addison es el héroe.

A: Absolutamente. Remata la situación y la pone en su lugar. Y además está bueno porque no es un héroe típico de la industria cultural.

R: Pocos deben pensar en él como héroe. Pero es quien se hace cargo de la situación, entre un montón de gente que va a ciegas. La bondad de la amiga de Margo genera bastante desastre. Vale más una mente lúcida.

A: Es el único que la ve. Y en el final revela sus prácticas detectivescas. Hace averiguaciones. Interroga sutilmente a gente.

R: Sí, es como un detective. Enmascarado, pero desenmascara. Y así lee el fondo de la malvada conspiradora. La conoce.

A: (Me gusta que hablamos de Addison y Margo.) Le saca el pasado. Hasta el nombre verdadero.

R: En cierto sentido, ella es justamente la verdad que corresponde a su pensamiento. Es muy sutil como pasa todo eso por la trama, pero muy claro. Si uno mira sin prejuicios, por supuesto.

A: Creo que ésa es la fortaleza de la película y la razón por la que sigue generando fans.

R: Quizás sí. Hay el brillo de Bette Davis, todo ese movimiento por delante, y por detrás el narrador De Witt que sostiene todo con el sentido que va estableciendo. Es el atractivo misterioso de la película.

«My name is Addison DeWitt and the theatre is my natural inhabitment.»

A: Faretta dice que es su película favorita. Esa elección lo honra, como diría Gervasio Montenegro.

R: Bien por Faretta. Comparte esto con Carla.

A: En mi caso también. Quizás con Sunset Boulevard. Old fashion taste.

R: ¡Ah, bien! Una gran película. También la vinculo con Sunset, aunque quizás me incline más por La malvada, justamente por Addison (y el “triunfo” de la lucidez).

A: Pero de todas formas los personajes de All about Eve me resultan más cercanos.

R: Sí, son gente mucho menos enrarecida.

A: Me gusta lo del triunfo de la lucidez.

R: Por eso hay quien ve a Addison como el malvado. Pero su rol es otro.

A: Es un gran error. Solamente es escéptico. Respecto a la humanidad.

R: Y como la humanidad vive de ilusiones…

A: Tal cual.

14.7.2024

Novelas y catedrales

Las catedrales están desiertas o colmadas de viajeros

y las novelas se prolongan hasta un horizonte baldío.

Nadie vendrá de allí ahora que los bárbaros están en casa,

ni echa sombra desde allí a la superficie del día perpetuo.

El algoritmo ha desenmascarado nuestra monotonía

y la distancia entre las variaciones adelgaza otro grado

con cada nueva apertura o brusco revuelo del abanico.

El viento levantado en remolinos revuelve las largas páginas.

Los pobres bárbaros se quedan en casa. Han echado raíces  

como la hiedra en los muros de la catedral, entreabiertos

labios a punto de expirar cuya dada y tomada palabra

ya no soporta el peso arbitrario de la materia adherida,

y a su sombra toman el sol. O vagan guiados por la costumbre.

Los escitas están entre nosotros. O bien somos nosotros.

De la novela sólo queda el hábito de contar historias,

que se deslizan derramándose por canales desbordados

y saltándose a la vez la estructura y su noción. El relato

se enreda y a nadie pierde. Nadie pierde ni se pierde aquí,

perdido entre tantos viajeros por las catedrales desiertas

que pasan hasta perderse, sin conclusión como las novelas,

que se consumen en continuado y no saben cómo acabar.

Agotamiento de los recursos culturales. La cultura

tiene hoy mil cabezas que incluyen, de antemano, la excepción

y le dan un lugar en el centro, vigilada. Que circulen

los visitantes alrededor. Reciclamiento acelerado

de sustancias y materias. Pesados tomos, pesados muros.

Vine a Europa perseguido por el sol que entonces despuntaba

al este y al oeste y llegado al norte desembarcó el sur.

Extensión y profundidad. Grandes construcciones colectivas

imaginarias y materiales, orientadas al gran cielo

de la resurrección o de la revolución, con su gran arco

tendido para resistir lluvias y asedios, golpes y siglos

de cosechas, gobiernos, hábitos, dogmas, rituales, labores,

en el centro del círculo trazado sobre y contra la estepa,  

en torno a un olivo u otro árbol cultivado que es raíz.

El titán y los humildes se reconocen unos en otros

cara a cara a través de estos vitrales, donde un mártir revuelve

su caldero de café junto a otro que del té extrae un cosmos,

mientras crecen sus monstruos devorando deidades y mortales

para a su vez ser devorados por devotas generaciones

de creyentes en el libro por venir que, como el revelado

reunió las vidas de padres y profetas, conserve las suyas.

¿Mas dónde están las nieves de antaño? ¿Dónde las nieves eternas?

Lo construido hacia el cielo no conquistará la profundidad

nunca a pesar de la solidez de sus cimientos en las nubes

y la allanada extensión que ocupamos desplaza su horizonte

con cada paso al frente de un voluntario al que ningún destino

reclama. Los viajeros parten para irse y no para llegar,

desde esta estación a igual temperatura que aquella que espera.

Solos llevan su herida tan apretada contra la camisa

que no sienten el calor ni el frío, acorazados en su historia

personal, que termina donde empieza la cola del teatro

y culmina al salir a escena. La política los elude

a causa de esa identidad definida por un rasgo único

atravesado en el pecho, que los excluye de lo que no

es exclusivo y les cierra la puerta del palco a la platea.

Así el trovador repite el delirante mito familiar

en una serie discontinua de bises, con sus variaciones

obsesivas de boca en boca de una guerra civil privada,

donde la torpe verdad recurrente, increíble y descreída,

se abre al fin camino a través de un torrente de sangre inútil,

pero sólo alcanza la frente de la conciencia desdoblada

en el conde y el gitano entre los que su cuerpo deja un hueco.

El burgués destinatario de la pieza no se reconoce,

si lo hace, hasta el desenlace en el único que queda vivo.

El sentido es lo que sostiene tanta inverosimilitud,

propia de esos acontecimientos fingidos que lo condenan.

Desnudo ya de fantasías de amor o victoria, el villano

tan sólo conserva, para enfrentar otra vez la estepa en blanco,

el cuerpo salvado por su mano del deseo de entregarse.

Libros gruesos como murallas, edificios como tratados.

Ficciones enormes por las que devastan bosques y canteras.

La defensa monumental es parecida a la antigua guerra

de posiciones fortificadas criticada por Laclos.

El frío cruje la casa prieta y al recluido en su frazada

despeja insistente. Ni guerra ni paz ni crimen ni castigo

concilian su sueño, ni lo pueden remendar las hilanderas.

Abandono del servicio cultural obligatorio, búsqueda

de un resquicio a través de la pared de nombres e instituciones.

Un teatro portátil a la espalda y enfrente la luz del ojo

de un alfiler. A lo ínfimo confío toda mi esperanza.

Las sombras se alargan mientras baja el sol y de pronto en exceso,

hasta alcanzar su tamaño cuando al fin se acuesta lo que cae.

La novela pesa y la catedral se reúne con su cielo.

5–7.11.2022

El becerro de papel

Hacer dulce un rechazo fue una vez mi virtud.

Éste, seco, se sirve en el mismo mostrador,

pero del otro lado y acredita mis faltas. 

El becerro de oro (Damien Hirst, 2009)

Preferiría que me aplauda un mono

a trepar por el laurel

cultivado por semejantes manos.

Preferiría perderme en la selva

a caer en el jardín

donde se encuentran tales iniciados.

Si se imprimieran sus conversaciones

en lugar de los monólogos

detrás de los que saben esconderse,

habría escrito un libro de plegarias

para que el coro recite

y purgue en el altar de la impureza.

Preferiría beber de esa acequia

que de la fuente en el cruce

de diagonales de un tablero suyo.

Preferiría comer sobre el polvo

a sentarme en esa mesa

de miradas siempre en el plato ajeno.

Los pasos dados en ese terreno

se vuelven contra los pies

que se hayan dejado ver descalzos.

Los golpes dados en tal cuadrilátero

se devuelven eludidos

por sombras que bailan hurtando el cuerpo.

Preferiría rodar por la lona

a subir las escaleras

de esa academia de danzas cerradas.

Preferiría perder cualquier silla

a ganar en ese juego

y hablar la lengua de su reglamento.

Por eso declino la tentación

y contemplo la virtud

contraria de una música sin eco,

más acá del oído interesado

al acecho de rumores,

donde el becerro no tiene papel.

27.6.2021

Roces y embestidas

I Encuentros con gente falsa

Impresión definitiva del trato

–lavadas las copas, las huellas quedan-

con gente del comercio de la lengua:

Gente celosa que dice querer

Gente sentada que finge leer

Quien quiere ganar no puede entender

Lo que pasa más allá de la meta

Después de tantas vueltas naturales

Hay más parásitos hoy que animales

Ay, qué desdichadas diligencias comerciales

Y bosques derribados por su causa

27.6.2019

II ¿Dónde va la gente y en nombre de qué se junta?

Reacción cutánea al estrechar una mano

de las que firma, sella y reparte el bacalao:

Toda una red de alianzas lleva al punto

preciso donde el río desemboca

y el oro se acumula. De la boca

dejada atrás sedienta, sin asunto

que tratar con el rey de pie en el muelle,

no llegan alabanzas ni se oyen

tampoco pensamientos. Desenrollen

aquí su alfombra roja (que se estrelle

su dorada corriente contra el brillo

fugaz y omnipresente del anillo

real de tan esquivo) los deudores

del culto obedecido, que entroniza

sin duda a su heredero. La ceniza

es la sombra del fuego, sus errores.

29.11.2018

III Contestación

Respuesta a aquel tertuliano elocuente

que condenaba la quema anarquista

de iglesias como un acto de barbarie,

mientras la única mujer del grupo

fiel evocaba a su abuelo anarquista.

Al buen conversador conservador:

Siempre es bueno ver arder una iglesia,

aun si sus frescos son sacrificados

a tal fuego. A la tragedia le basta

un puñado de piezas para dar

entera su herencia y al cristianismo

unas cuantas pinturas deberían

alcanzarle para pagar la apuesta.

La cultura general de estos días

es emética: que el tiempo digiera

y asimile cuanto, contemporáneo,

no se le parezca. Y el resto, entero,

que ni restos deje. No preservemos,

no defendamos vestigios nacidos

ya como vestigios. Mucho más valen,

que tantas sobras curadas ya muertas

y mansos caballos de comisarios,

la antorcha del anarquista y el viento

que continúa su obra por el cielo.

10.4.2018

IV Nostalgia de Times Square

Al aire y las vistas, donde concilian

el sueño los paisajistas urbanos:

En la clara montaña del domingo

lo único que pasa son ciclistas.

El aire es diáfano como una sábana

en la que nunca haya dormido nadie.

2016

V Las ovejas carnívoras

Cuando veas al lobo preceder al rebaño,

no creas que tus ojos te muestran el engaño.

Los que quieren rebaños para hacerse pastores

se hacen los pastores y congregan rebaños.

Un pastor es un lobo que vio tiempos mejores,

pero debe contemplar estos próximos años.

La época feroz paraliza a las ovejas

y a los perros desorienta, sin amo ni olfato.

El lobo disfrazado de perro, si lo dejas,

un rebaño blanquísimo reúne en un rato.

Y le enseña a afilar, mostrar e hincar esos dientes

que la hierba buena y mala arrancan de raíz.

La piel de cordero no disimula las frentes

obtusas constituidas en frente del país.

Pero su marcha armoniosa, como un mar de nieve,

la visión del páramo que dejan hace leve.

2016/2021

VI Pieza de museo

Donde sobra la interpretación falta la obra.

Donde la idea abstracta basta la pieza sobra.

Curador, ¿por qué mejor no te enfermas

y faltas al trabajo, donde sobra

tu intervención entre el ojo y la obra

que tu marco ya mutila? Que duermas

bien, comisario, inocente en tu celda

sin agua ni pan. Deja que circule

sola a fondo la forma, que la adule

el torpe que el arte a la mano suelda,

para siempre en Altamira. Mañana

se va, tú no vengas esta semana.

21.6.2021

Admiración suspendida

Después del ensayo

Mucho tiempo he pasado en la butaca

del mirón a la espera de sentido.

Muchas veces he esperado un principio

con fe en sus demoradas consecuencias.

A solas en la luz agonizante

de la sala de las revelaciones,

definido en prefigurado sitio

mientras otros, dispersos, se concentran,

muchas veces he medido el espacio

vacío entre fantasmas y miradas.

Mucho tiempo he planchado los telones

y lustrado quemadas candilejas.

Si sumara estos lapsos a la luz

del crepúsculo de laboratorio

consagrado al aquietarse del líquido

amniótico de las próximas horas,

estos libres minutos dedicados

a evaluar lo que pronto estará oscuro

u ocupar el revés del parpadeo

sostenido en la inconsciencia del ojo

con la misma lectura intermitente

practicada entre las mesas de saldos,

el tiempo transcurrido alcanzaría

para haber completado una carrera.

Abierto por reformas

Muchas cosas aprendí en ese margen

entre la nada y la contemplación.

Mucho comprendí en ese tiempo muerto

entre el suspenso y la acción, entre el acto

y la antesala de los convocados,

considerándolo en retrospectiva.

Muchas súbitas iluminaciones

y firmes conclusiones razonadas

me acaecieron en ese breve

paréntesis entre la consumada

huida de la circunstancia inmediata

y el hundirse en la representación.

A flote en la butaca vacilante,

con la cabeza asomando despierta

para sondear el mar de un vistazo,

muchas veces de pronto he comprendido

lo que pronto dejaría de ver

o anticipado la fachada en ciernes.

Discreto, ignorado, simple pupitre

de la escuela de estar desocupado.

Allí donde se aprende con la nuca

y el culo decide el punto de vista.

Donde emerge la evidencia impasible

quebrando el hielo de las convicciones.

Detrás y delante de ese intervalo,

muchos campos cultivé. Muchas tablas

cepillé y acumulé muchos clavos.

Muchos restos guardé y atesoré,

recogidos en ruinas y naufragios.

Muchas páginas leí, cuadros vi,

toqué tallado en piedra y en madera,

consideré a la luz de la ventana

y de la linterna. Muchas razones

deduje de pasos y melodías,

tamizándolo todo con la red

que del río extrae lo que no pasa.

Esperar la ausencia

Mucha pesca metí en mi bolsa, pero

la concisa lección definitiva

que me enseñó mi puesto de trabajo,

la recibí en este mismo paréntesis,

ante el telón o la pantalla en blanco,

entre lo turbio y su reflejo claro.

No la ola alumbrada por el faro,

ni el puente de mando ni el mascarón

de proa, sino el bote lateral,

apto para excursiones y abandonos,

al servicio de ociosos y curiosos.

Y a veces el timón, que está en la popa.

Así fue cómo dejé de buscarme

en los grandes retratos del museo.

Toca a unos hombres hacerse famosos

y a otros conocer la oscuridad.

Hay quien cumple su sueño y quien despierta.

De este lado del muro de cristal,

contemplo las estrellas en la noche

que me envuelve y oscurecido ruego

por una cultura sin nombres propios,

por una literatura sin libros,

dejando en lo alto cuanto elevé,

mientras sigo las ondas río abajo.

12.8–2.9.2022

Correspondencia nocturna

Editar es velar el sueño ajeno.

¿Cuán enamorado se puede estar?

No es como el lector, que duerme al lado.

La noche pesa sobre el ser despierto.

“Yo voy al teatro a silbar al público”,

me decía un amigo dramaturgo

a quien nunca el aplauso dejó oír.

Crítico se nace. Con ese drama

no se conmueve a nadie, aunque el conflicto,

siendo fatal, queda así asegurado.

No el mañana, aunque las próximas horas

son previsibles como la novela

que se me ha encargado solapar.

Tengo toda la sombra de la noche

por delante para dar a esta tinta

densidad y fluidez, y alrededor

para hacerlo con el discreto oficio

que mi oscura condición garantiza.

Como un párpado que se abre y cierra,

el deseo de reconocimiento

insiste y renuncia, igual que una herida

o el sueño opaco del que está cansado

pero trabaja. Y se retira y vuelve

a preguntar y pedir, considerado

tanto a la luz de la lámpara insomne

como al sol de la fama ajena, fuente

de un agua que no sacia pero brilla,

incapaz de dormirse en el sereno

perfil de una moneda. Así comercia,

pagando sus deudas con lo que obtiene

sin formar un capital, apostando

más al azar que a las cartas marcadas,

consigo mismo y con sus semejantes,

que los mismos billetes manipulan.

Aquí el que vende se siente explotado,

pero el que compra se siente estafado

y no hay, que equilibre la balanza,

más que el veneno de los comentarios

cuando se vierte en la copa del ausente,

deslumbrado por su propio reflejo.

Los que beben a su salud se ríen,

sentados a la sombra del espejo,  

pero hoy estoy solo y debo estar sobrio,

la silla recta y la espalda de pie.

Aun así, una sentencia que corrijo

me abre la risa y mi lengua inclina

al diálogo imposible con mi amigo

comediante, que duerme si no finge

dormir o estar despierto sobre un libro

como éste, inconcluso, interminable,

para ganar el pan de la vigilia.

Un faro que no guía a ningún barco,

mi ventana, la única encendida

sobre las plácidas olas del barrio

sumergido en su pecera sin islas.

Hago asomar una costa lejana

y deslizo hacia allí la breve espuma

de hace un rato, buscando el eco infiel

que confirme su razón y la firme.

Una risa cavernosa, de cueva

cerrada a ciudadanos honorables

en horas de servicio, al menos, donde

citarnos, como ahora no podemos.

La risa del amor desencantado,

que en la calma cautiva de estas horas

debo masticar con boca cerrada,

mientras maquillo, con dedos arteros,

un objeto vuelto prosaico. Hay alguien

que entiende esta tarea al otro lado

del océano opaco: la paciente

restauración de lo que jamás hubo,

espejismo de ojos legañosos.

Y por eso comprende esta escritura

de aguijones, que también él practica

cuando glosamos sagas y consignas

a la furtiva luz reveladora

de disecciones e iluminaciones,

luz mala del lector supersticioso.

Mientras el sol todavía no cubre

los estrechos límites de mi mesa,

puedo extenderlos, como de una balsa

los bordes que la apartan del naufragio,

aun si debo inclinarme ante este pálido

doble del amor no correspondido.

Mañana estará erguido en las vidrieras

detrás de las que otros no lucimos,

pasándonos debajo del pupitre

notas doctas acerca del premiado.

Desconocidos por nuestro semblante,

intercambiamos, fuera de registro,

toda una correspondencia culpable

de ser efectivamente privada.

1-2.4.2022

Vida y memoria de Paul Auster

Sobre Diario de invierno

El tema de este libro, que no es una novela, queda bien definido en su última línea: “You have entered the winter of your life” (“Has entrado en el invierno de tu vida”). Todo el texto desarrolla esta noción, presentida primero no sin temor y asumida al final con bastante plenitud por el autor, tras haber construido mediante la escritura de su diario una especie de fortaleza quizás no inexpugnable, pero sí bastante sólida a partir del mismo material con que ha edificado sus ficciones. Tanto en la obra como ante el tramo de su vida que se prepara a emprender, es la transformación de la experiencia en ficción lo que le sirve de fortaleza, mediante una operación que consiste en situar lo ya vivido bajo las reglas de juego que gobiernan sus novelas. De este modo, además, estas reglas son puestas a prueba y eventualmente comprobadas en tal confrontación con la realidad, aun si después todo queda dentro del margen de incertidumbre característico del mundo de Auster. La suma total hace de este autorretrato de madurez una buena oportunidad para comprender varias cosas sobre el autor, o al menos para formular algunas hipótesis sobre su manera de ver el mundo, así como sobre su singular éxito como escritor.

El libro está escrito en la segunda persona del singular. Paul Auster, así, se dirige a sí mismo ante sus lectores. Él es “you” (tú), Siri es “your wife” (tu esposa), sus hijos son “tu hija” y “tu hijo”, su primera esposa, muy importante en este relato, es “your girlfriend” y luego “your first wife”, y así sucesivamente. Esta ausencia de nombres, sin embargo, no produce ningún problema a la hora de orientarse, y tampoco es cansador el recurso a la segunda persona como era de temer. De hecho, un valor a destacar en este libro es la calidad muy particular de su prosa, armónica, rítmica e inmediatamente clara en lo que narra o explica. Parece pensado para la lectura en voz alta, tanto por semejante posibilidad de comprensión inmediata como por la particular música continua que logra para la voz narrativa. Se ha definido muchas veces a Auster, sobre todo al de sus primeros libros, como “una cruza de Chandler y Beckett”, y de hecho en cuanto uno empieza a leer este texto es Beckett la referencia inmediata en la que piensa, no sólo por el uso de la segunda persona, que Beckett empleó en novelas como Company o piezas como That time, en las que como aquí un hombre ya mayor se confronta a sí mismo, sino por esa calidad rítmica, musical, propia del autor irlandés. Claro que se trata de dos escritores diferentes y estas diferencias se hacen notar enseguida, pues Auster aquí resulta tan claro, amistoso y benévolo como hosco, críptico y difícil podía resultar Beckett. Y el relato, aunque no sigue una cronología ni tiene la unidad de una única aventura, tampoco es una serie de fragmentos yuxtapuestos abruptamente que desafían al lector a intentar comprender si es que puede, sino que en cambio se desliza fluidamente de un tema a otro procurando darse a entender con una especie de confianza o al menos esperanza en el poder de la comunicación que nunca mengua. Auster no resulta difícil de leer ni de entender, pero esta curiosa memoria permite también entrever dónde reside su particular misterio y también ensayar una respuesta sobre por qué atrae y es sugestivo para tantos lectores.

La situación de base en el libro es la siguiente: el autor va a cumplir sesenta y cuatro años y siente que va a entrar en esa etapa que al final llama “el invierno de su vida”. Al escribir este “diario”, que tampoco lo es en el sentido tradicional ya que ni lleva fechas ni se interrumpe entre sus anotaciones, sino que va ligando presente y pasado todo el tiempo prácticamente sin solución de continuidad, consigna lo que tiene y lo que ama en su presente, a la vez que se interroga sobre el pasado que lo ha traído a esta situación y, muy especialmente, sobre ciertos anticipos de la situación en que ahora se encuentra. Hay ciertas escenas recurrentes: una de ellas es el accidente automovilístico a partir del cual decidió, habiendo sido toda su vida un excelente conductor, dejar de conducir: iba al volante cuando, por una vez en su vida, en lugar de seguir el consejo de su padre acerca de conducir siempre muy prudentemente, como si todos los demás fueran locos o tontos, realizó una maniobra apenas arriesgada, se produjo un choque y casi se mata junto a su mujer y a su hija; a pesar de que nadie lo culpó, él sí sintió vergüenza por su ligereza y decidió nunca más ponerse al volante de un coche. Es decir, un abandono de algo que ha hecho toda su vida y al que, en su situación presente y a su edad, piensa que irán siguiendo otros.

El monólogo por el que Auster se habla a sí mismo incluye a la vez un adiós a todo lo que no volverá y el examen del camino recorrido, aunque éste no se hace tanto cronológica como temáticamente. El dato capital de la vida que se evoca en estas páginas es quizás el siguiente rasgo: se trata de una vida partida aparentemente en dos, con una primera parte llena de dificultades, como si se estuviera casi bajo el peso de una maldición, y una segunda parte en la que de pronto cambian tanto la suerte como la naturaleza de los encuentros del autor con el mundo y sus habitantes, lo que determina también una distinta actitud. La primera parte de esta vida ha nutrido varios libros anteriores de Auster. De hecho el primero realmente importante, su “break through”, La invención de la soledad, no es en verdad una novela sino el relato del descubrimiento del gran secreto de su familia, el asesinato de su abuelo por su abuela, absolutamente determinante para su padre, sobre el cual se volverá en este libro así como en el definitorio momento de la escritura del libro correspondiente. Es con ese libro quizás que debería agruparse éste en una clasificación de la obra completa, ya que está compuesto un poco del mismo modo en cuanto a la combinación de narrativa y ensayo en una sola voz, quizás más lírica y menos examinadora en esta oportunidad.

De esa primera mitad de la vida de Auster se cuentan su infancia, los accidentes a los que sobrevivió de milagro (material como el que se encuentra en sus novelas), las difíciles relaciones entre sus padres además de la vida de cada uno, incluyendo las circunstancias de sus respectivas muertes, repentinas ambas como las de sus abuelos, lo que parece una marca de familia, su padre en brazos de su amante mientras hacían el amor, lo cual a él no le parece en absoluto, al contrario de lo que suele decirse, la mejor manera de marcharse (sobre todo si se piensa en la amante), las relaciones de su madre con sus dos maridos siguientes, de los cuales el segundo (un jovial abogado laboralista de izquierdas del que Paul se hizo amigo fácilmente) habría sido perfecto si no hubiera muerto tan pronto, mientras el tercero, un inventor fracasado, acabó trayendo más problemas que soluciones y por fin murió también, dejándola en una viudez difícil de soportar para una mujer que sobre todo deseaba compañía, y finalmente las difíciles relaciones del autor con su primera mujer, que de algún modo resumen simbólicamente esa difícil primera mitad de su vida. No será hasta los treinta y dos años, la mitad justa de los sesenta y cuatro que tiene en el momento de escribir este diario, que Auster comenzará a orientarse hacia una situación mejor, la de esa segunda parte que es posible llamar exitosa.

Las distintas épocas, la oscura y la brillante, al igual que el presente y el pasado, se entremezclan en el monólogo de tal modo que, aunque no se las confronte de manera directa, el contrapunto sí que se establece a ojos del lector. Auster repasa desde sus pequeños gustos cotidianos como los cigarros y el béisbol, entusiasmos que se le conocen, hasta cada uno de los domicilios que tuvo, desde aquél en que nació hasta éste donde vive ahora, en una suerte de catálogo razonado bastante extenso que sirve para revisar varios de los hechos referidos a la luz del espacio donde acontecieron, lo que permite agregar más detalles. Es notable el contraste entre la cantidad de cambios de domicilio de la primera parte de su vida, inestable, inquieta, incapaz de encontrar un domicilio donde desarrollarse fructíferamente, y los pocos ocurridos en la segunda parte, que hasta dan una idea de progresión y crecimiento con cada nueva mudanza.

Ya que, a pesar de que no faltan dificultades y tragos amargos durante esta época, su consideración general por el autor es inequívocamente positiva, llena de palabras de admiración y celebración tanto para su esposa como para su familia política, tan sólida como “disfuncional” era aquella de la que él venía. Lo que permite resumir el conjunto así: una vida con dos partes increíblemente bien diferenciadas, la primera como bajo el peso de una maldición que impide orientarse y mantiene a quien la vive en un estado constante de incertidumbre y casi indigencia, y la segunda como tocada por una gracia que permitió a aquél a quien salvó encontrar amor, felicidad y realizar una obra saludada además por un enorme éxito –aunque de esto no se habla en el libro-, ahora a las puertas de una tercera parte ante la cual, casi como un conjuro, se repasa el tortuoso camino seguido en un principio a la vez que se reafirma lo alcanzado más tarde. Lo interesante es ver cómo algunos de los mecanismos más reconocibles en el armado de las novelas del autor aparecen en este recuento de lo efectivamente vivido, es decir, de lo sólo parcialmente imaginario. Por ejemplo, Auster evoca el espectáculo de danza cuya contemplación lo liberó permitiéndole empezar por fin La invención de la soledad y dice literalmente que fueron esos bailarines los que lo sacaron de la crisis, ofreciendo un tipo de relación entre dos fenómenos, el que funciona como signo y el que se ofrece como situación, muy característica de sus novelas: dos cosas que nada tienen que ver coinciden y a partir de ello, impensadamente, algo funciona o se arregla.

Sólo que aquí, con todo el material de no ficción que el monólogo ofrece al lector, éste puede sospechar que más bien no, que no fueron los bailarines quienes lo hicieron, sino que son ellos lo que nos muestra el autor para cubrir el agujero de algo que en el fondo ignora: como si la “mala suerte” de la primera parte de su vida y la “buena suerte” de la segunda hubieran dependido de algo tan azaroso como una tirada de dados y la relación causal que haya podido producir el cambio no existiera porque no se la ve. Y este tipo de pensamiento no deja de ser, en el fondo, supersticioso: se conserva el carácter “mágico” del signo en la evocación porque los acontecimientos posteriores han sido felices o favorables, en el fondo como se puede apegar uno a una cábala. Los romanos, que eran muy supersticiosos, también atacaban o dejaban de atacar en función de este tipo de signos, sugestivos precisamente a causa de que no tienen relación causal con los hechos a los que se los refiere. Y ésta quizás sea una clave del éxito de este escritor tan personal y en principio no comercial: como tanta gente de hoy, se aparta de cualquier explicación racional y concluyente de lo que pasa para remitir a causas y consecuencias flotantes, o indefinidas, mientras procura deslizarse y hallar su camino en lo cotidiano indeterminado. En el panorama actual de fin de las ideologías, por más que cada individuo la viva a su manera esta posición está muy extendida. Si se suma esta actitud tan contemporánea al hecho de que, como se ve en este monólogo tan íntimo, tampoco hay en Auster ideas o sentimientos que puedan chocar, a la manera de los de un Céline o de un Bernhard, con lo que en general todo el mundo aprueba o comparte (sin que esto se deba a que el autor finja para agradar o a una falta de personalidad de su parte), no debe sorprender tanto el éxito relativamente masivo de una obra accesible pero que nada tiene que ver por sus características intrínsecas con los best-sellers y productos habituales de consumo masivo. Aunque la notoriedad proporciona una evidencia que vuelve superfluas esas razones tan necesarias para salir del fracaso.

2011

Cementerio vertical

Petrificada cascada de nombres

y trabajos. Restos reproducidos

o, con mayor rigor, reproducciones

de restos reunidos y organizados

cada vez bajo un principio precario

que en la construcción procuraba hallar

su fundamento. Trazos inmediatos

de un paso inseguro y apuntalado,

con demora de recopilador,

por el nuevo salido del infierno

vuelto sobre su recorrido. Signos:

fragmentos compuestos bajo una firma

nítida y difusa, como la goma

precisa, invasiva, que disimula

los huecos y las grietas del conjunto,

haciéndolo pasar por algo orgánico.

Un fantasma recorre cada mundo

fijado y sugerido por sus huellas

en cada intento de reanimarlo

emprendido por sus deudos. Existen

esos trazos, restos de pensamiento

fosilizado, negro sobre blanco,

del que la luz letrada se desprende

clara y alumbrando, pero no hay

ni una brisa del aliento supuesto

bajo las pétreas letras pasando

de la losa al lector que la contempla,

abanicándose en vano. Lustrosos,

flamantes, descascarados perfiles

apretados el uno junto al otro

en hileras discretas e imponentes

a un lado del pasillo, dominándolo,

sombra blanca sobre el oscuro curso

de las calladas aguas apacibles.

Caras escondidas una tras otra,

plegadas, con sus marcas y sus manchas

testimoniando la era mortal

o, corrijo, lo mortal de la era

cerrada como sus hijos en fila.

Sucesivos estratos de memoria

en el caprichoso orden de las lenguas,

de los volúmenes y los orígenes,

las afinidades imaginarias

o referidas, las dedicaciones

y las especialidades, los nichos

uno sobre otro, ilustres hileras

en calma sucesión de arriba abajo,

reunidas en el mismo plano, libres

de la dimensión en que se respira,

escandida catarata de hielo

plantada justo enfrente y a la orilla

de las aguas dormidas que se arrastran.

Yo nací de entre estas piedras de pie,

de esta Roma con sus muertos inscriptos

en el lomo y la frente de sus lápidas

que permaneciendo inmóvil se aleja

irreversible como la carrera

serpenteante, irregular del Tíber,

sin hundirse pero ya inabordable

por más declinaciones que domines

de su lengua, volcada a partitura.

Desprendido, como apuntado al margen,

examino la rígida película

vertical entre mis dedos, un cuadro

que lleva a otro casi igual al lado,

corriente levantada, sin caída,

me paseo entre concentradas líneas

de palabras lapidarias, aparte

del coro casual de las transacciones,

y reparo, por primera vez, como

si no hubiera tenido tiempo antes,

en las fechas. Los números desnudos

al cabo del balance, con un guion

en medio señalando la abolida

presencia del fenómeno de turno.

Muertos. Todos muertos. O muerto todo

lo que los animó, lo que procura

reanimar el creyente entregado,

en sublime sesión de espiritismo,

al drama detrás del telón de piedra,

de la cascada, como grave estela

fijada al margen de la costa seca,

que labrada persiste en su caída.

Cabezas convocadas por la pública

lectura del confiado testamento

sin herederos de cada firmante,

cada una abstraída en la idea única,

gris, de un testamento del heredero,

sostenidas en lo alto del cuerpo

separado del mármol modelado,

en la gran tradición del monumento

que se seca agotada la tormenta

mientras la gota moldea la piedra.

15–18.6.2021

Defensa del archipiélago

1 Creciente

Un hombre soñó convertirse en isla,

pero antes tenía que morir.

Mientras fuera ese hombre, lo que aísla

tendría que evitar para vivir.

Solo, un hombre tan sólo es una piedra,

pero unido construye una ciudad

y deviene, en los brazos de esa hiedra,

un árbol con raíces de verdad.

Como aturdido por unas campanas

al comienzo, parece despertar

poco a poco, lo mismo que sus ganas,

pero logra, al sumar, multiplicar

por docenas los pies que, emparejados,

siguiendo, bailarines, su compás,

como el bosque de Macbeth levantados,

toman la calle y nadie queda atrás.

Como un sol pleno inundan la pantalla,

manifestando su felicidad,

hasta que nadie queda afuera y calla,

apagada, la negatividad.

¡Ay, pero ahora, con todos adentro

y nadie que haga de espectador,

todo amenaza con fundir a negro

y no queda margen alrededor!

27.7.2021

2 Orilla

Dos polos y las ambiguas comillas del juego.

Libertad y cautiverio, un carbón y una vela

encendidos en las puntas del pecho que ciego

palpita amoldándose a la mano que revela.

Una reina a la que dan órdenes en su trono,

una esclava con licencia de tierras ajenas.

Anécdotas litorales variables en tono

como el límite entre las aguas y las arenas.

27.7.2021

3 Rompiente

A la sirena se le escapó un gallo

y de un picotazo me despertó.

Acento fulminante como un rayo,

el cristal de terciopelo quebró

y vi caer el sol sobre los hombros

dorados del gigante en el peñasco,

hundido ya a nivel de los escombros

que antes me impedía ver el asco.

Nunca más las escamas de esa cola

veré, ni brillarán astros y estrellas

con esa luz, ni habrá una nueva ola

que tanta altura alcance o deje huella

comparable en aquél cuya razón

alumbró esa última canción.

Delfín Negro, 18.7.2021

4 Postal

Sobre la arena tendida, madre de espejismos,

canasto, sandalias, telas claras y estridentes.

De la huella la vista busca el pie que presiente

y desentierra la nuca asomada al abismo

que ondula transformado en vidriera, con sus piedras

preciosas y escurridizas, su jardín de ortigas

y su arco iris de invitaciones fugitivas.

La figura real y entera seca la niebla

favorable a las impresiones, pero ¿por qué

creer en el documento, en la estatura adulta,

más que en las migajas hacia la imagen oculta,

cuando es ésta la que ha ganado nuestra fe?

Son Bauló, 19/28.7.2021

5 Margen

Vivir al margen es rodear una montaña

sin dejar que el sol caiga antes de hora,

llevar la barca por la telaraña

cuando no pasa la ola ansiosa que devora

y al revés que el mal timonel, que erró y quedó manco,

deslizándose paciente entre el barro y la caña,

tirar la piedra y esconder el blanco.

28.7.2021