Editing y poesía

Un mito romántico

Como todos los que trabajan en el medio editorial o literario tropiezo a menudo con ese mito, cultivado por el marketing, del artista como héroe. Puede que lo sea, o que algunos lo sean, pero no por la silueta monumental destacada y recortada de su entorno que esa idea o argumento de venta, adaptado a la idea de victoria que cada época cultiva, procura imponer. En una palabra, abajo los figurones. Y arriba las obras, cuyo origen y destino son inciertos pero cuya forma es nítida, para lo cual todos los medios son lícitos siempre que se la alcance. No es que el fin justifique los medios: es que sólo por los fines que alcanzan esos medios revelan sus principios, es decir, los principios que siguen. Y estos principios pueden ser seguidos a su vez por cualquiera de los que participan en el proceso por el que un libro llega a ser lo que es: no sólo el escritor, sino también el editor que trabaje con él, el agente que se ocupe de su representación, la editorial que lo publique o los lectores que se interesen por la obra.

Una obra contemporánea

Contra el mito romántico del artista aislado por la inspiración, contra el mito contemporáneo de la soledad del poeta, he aquí un poema conmovedor logrado mediante la combinación de alejandrinos escritos por diez poetas diferentes en el libro Cien mil millones de poemas, firmado por Jordi Doce, Rafael Reig, Fernando Aramburu, Francisco Javier Irazoki, Santiago Auserón, Pilar Adón, Javier Azpeitia, Marta Agudo, Julieta Valero y Vicente Molina Foix.

Llega el común hastío con manto de guerrero.

La sangre se detiene como fugaz bobina.

La sangre riega el torso, la luz ríe y declina

tumbada soledad de viejo prisionero.

Hay música de lobo en las calles de enero.

La lluvia horada en mí, me envuelve la neblina.

Todavía excitada, mi memoria imagina

la lágrima perdida dentro de un aguacero.

Lleva el río destellos de moneda corriente.

Caído entre mis huesos, mastico mi presencia.

Como el ritmo del mar, contrario al continente,

el sol se arroja al mar hastiado de su ciencia.

La guadaña le alarga la figura esplendente.

Implacable y sediento, el letargo es su esencia.

Un libro plural singular

El libro no es una antología de sonetos escritos por varios poetas, sino que cada uno de estos versos pertenece a un poeta distinto. El primero es de Adón y los siguientes, respetando los turnos, son de Agudo, Azpeitia, Aramburu, Doce, Aramburu otra vez, de nuevo Azpeitia, Reig, Auserón, Aramburu, Agudo, Auserón, Azpeitia y por fin Adón otra vez como al principio. La combinación la he leído en la reseña de Sáenz de Zaitegui aparecida en El Cultural, donde se invita, como en el libro, a cada lector a hacer las suyas propias, es decir, a devenir poeta él mismo mediante una operación que casi podemos llamar editing, como se hace con las novelas para dejarlas a punto. Cortar y pegar, pero no al azar sino aplicando el criterio y la intuición para que surja algo de lo que se pueda decir que “la asociación entre sus sentidos es justa y lejana”, como dice Godard que ocurre cuando una imagen es “fuerte”. El “punto de fuga” al que nos hemos referido en un artículo anterior (https://refinerialiteraria.wordpress.com/2012/01/13/el-punto-de-fuga/) es justamente el que determina ese lejano lugar donde se produce dicha asociación, al que se llega mediante la “línea de sentido” invocada en otro artículo aun precedente (https://refinerialiteraria.wordpress.com/2011/10/21/la-linea-de-sentido/). Un editing verdaderamente logrado, que realmente contribuya a hacer de un buen manuscrito una novela acabada, sigue esta misma regla de composición, que sin ser más que una regla de juego es también la ley propia de la obra en cuestión, establecida por su autor deliberadamente o como consecuencia de los actos que ha imaginado. Todo lo que no está de acuerdo con ella es lo que hay que cortar o cambiar.

Un combate fraterno

Los aliados del escritor

El golpe de dados del año

En una edición reciente del suplemento Tendencias del diario La Vanguardia de Barcelona aparece una nota acerca de la realización de ese éxito simultáneo de crítica y público que ha llegado a ser Libertad, la novela de Jonathan Franzen, durante el año 2011. Una especie de “making of”. Allí se destaca no sólo la labor del escritor, sino también la de todos aquellos que han contribuido al suceso: el agente, el editor, la prensa, los traductores, los libreros y en definitiva los lectores, o al menos los más activos, esos que mediante el “boca a boca” pueden elevar en ocasiones un volumen humildemente editado a la categoría de gran best seller. No es el caso, ya que como bien señala el artículo ésta ha sido, poco a poco, una labor de equipo, articulada casi desde un comienzo: un escritor aún joven pero con una sólida carrera internacional ya a sus espaldas, el respaldo proactivo de un agente capaz de convertir la potencia en acto, el panorama de un editor con el poder de situar la obra en el lugar que le corresponde dentro del espacio cultural global, traductores en varias lenguas a la altura del desafío, críticos receptivos como deberían serlo siempre los primeros lectores, en fin, todos subidos a una creciente ola de confianza mutua e impulso hacia el mundo que ha conducido a esta plenitud. ¿Quién querría quedarse fuera?

La mano en la sombra

Se habla mucho, en nuestra paranoica época obsesionada con toda clase de conspiraciones, de productos fraguados mediante la colaboración de todos los involucrados en la industria cultural: directores de marketing, negros literarios, comerciantes de papel impreso como podrían serlo de chorizos y demás villanos ilustrados empeñados en engañar a ese Inocente que vendría a ser el público lector. Pero si este reportaje es interesante es porque no es una acusación más contra la Gran Estafa General, sino el relato, con el testimonio de muchos de sus protagonistas incluido, de cómo ha sido posible la feliz excepción que sólo de vez en cuando se produce: una auténtica gran novela reconocida por los lectores en el mismo momento de su publicación. A pesar de la desmesura característica del éxito de una obra valiosa cuando se piensa en tantas otras que deben vivir su vida en la oscuridad, lo ocurrido simboliza un logro y encarna a la vez un modelo, un ideal incluso: el de un modo de colaboración que haría posible la circulación de la verdad, literaria al menos, y su aclamación general, su feliz reconocimiento. Nuevamente, sólo cabe asentir ante esta afirmación.

Sin embargo, como dice un gran poeta, “un golpe de dados nunca abolirá el azar”. El acierto de una decisión o de la serie de decisiones detrás de una acción individual o conjunta coronada por un justo éxito sólo puede apreciarse en retrospectiva y cuánto tal acción tenga de ejemplar no garantiza el éxito de sus imitaciones por mejor intencionadas que éstas sean. Como el valor de cada obra ha de medirse en relación con su riesgo, es decir, con su posibilidad de error al aventurarse en el terreno de lo no definido, lo no escrito, así cada operación cultural, incluidos sus aspectos financieros y comerciales, es singular y, si señala un camino, no por ello asegura la meta. A cada dorado éxito que como un sol atraviesa el cielo de la civilización de su época le sigue la misma noche incierta, de igual modo que la mesa de juego vuelve a abrir su inconmensurable margen de incertidumbre ante cada jugador que se sienta a ella con toda su experiencia y sus martingalas.

Aliados de medianoche

Esto no desmiente el valor del buen ejemplo ni el del conocimiento adquirido por la vía del éxito que comprueba lo acertado de una política. Pero sí advierte contra la tentación de la fórmula, la receta o el sistema en la que se es tan proclive a caer cuando se debe planificar una acción futura, o un conjunto de acciones. William Burroughs decía que un escritor escribe acerca de lo que tiene delante en el momento de escribir. ¿Cómo? ¿Y la memoria? ¿Y la imaginación? ¿Depende todo de la percepción? En todo caso, es en el presente absoluto donde se juega y se decide cada partida. Y es por eso que, así como el mejor escritor será aquél que capte, en cualquier momento y más allá o más acá de cualquier prejuicio, lo que de veras está ocurriendo en cualquier situación, sus mejores aliados serán aquellos que, más acá o más allá de los condicionamientos de cada  época o de los instrumentos que permiten hacer pronósticos, mejor perciban la relación concreta entre su obra y el tiempo en que le ha tocado nacer. Personas concretas y no jurídicas, es decir, hombres y mujeres; editores y no editoriales, por poner un ejemplo, ya que son los individuos y no las instituciones que éstos animan o en las que prestan sus servicios los que cuentan con la percepción directa de las cosas, por más que luego puedan errar en su interpretación.

Lautréamont dejó escrito, y se lo ha citado mucho, que el gusto es el nec plus ultra de la inteligencia. Pues bien, el gusto pertenece precisamente a ese orden de la percepción directa que se anticipa a toda información, aun a la mejor, más completa y más actualizada base de datos con que ninguna organización pueda contar. El buen lector utiliza sus propios ojos. La clave o pista de cada obra está en su texto y no en el contexto social o cultural por el cual, procurando preverla según la generalidad, no se la ve en su carácter de excepción. Siendo así, los verdaderos aliados del escritor, agentes, editores, críticos o book doctors, se reconocerán por esta sola condición: la de estar ahí, ver en lugar de haber oído hablar. Denoel contrató a Céline sin esperar la opinión de nadie y Lindon ni siquiera a Beckett le permitió disuadirlo. Del mismo modo, al final del Libro de la Selva, mientras Bagheera y los elefantes bajo el mando del Coronel Hati colaboran en la búsqueda de Mowgli, el que acierta a atrapar al tigre por la cola en el momento oportuno es el oso, Baloo, fuera de programa pero dentro de la realidad, a la altura del evento único que es cada escrito.

El tigre por la cola