
A galope detenido
por el fusil de Marey.
En años de escarapelas,
un disparo congelado
y para siempre de pie,
cabal sobre su montura,
denso de frente y perfil,
líder inmóvil, un héroe.
Sobre el pastel democrático
se multiplica la efigie.
Como la voz el tribuno,
el caballo alza las manos
y el sable en alto reparte
la gloria firme entre pares.
Uno por plaza, sostienen
el cielo de las repúblicas.
En la quietud de la tarde,
galopan desordenados
a la batalla perdida
en tiempos desvanecidos.
Persisten, por ser de piedra,
los ademanes de mármol
y el brío en sí inagotable,
con su horizonte invisible.
Del enemigo tomados
los modelos ejemplares,
emperadores y reyes
de riendas por desatar.
En común el contrapunto
de exaltación fugitiva
y fría conservación
del pedestal conquistado.
Del invasor sustraídos
los cascos a la carrera.
De la espuma original
a un océano de tierra,
por renacidos centauros
atravesado al galope.
Plumas, pintura de guerra
y el mito otra vez destino.

Polvo y humo sobrevuelan
la despoblada pradera.
Sobre el campo de batalla,
las almas de los jinetes.
Diezmada caballería.
Cinco cascos por cabeza
del cuerpo representado
por la cabeza de bronce.
Retórica de la piedra.
Lo no ocurrido y cantado.
El gesto fuera del tiempo
del capitán consagrado
que las nubes alejándose
desenmascaran. Las horas
sucesivas de la plaza.
La sorda planicie virgen.
Horizontal decadencia
del elevado modelo.
Cimientos devienen tumbas
de soldados sin fronteras
bajo cada suelo patrio.
Bajo las manos alzadas
del arrestado caballo,
las herraduras dispersas.
Regimiento licenciado
de conductores de ayer,
con su homenaje menguante
como una magra pensión.
Con el aire de esa época
que levantó su teatro
y persiste como farsa
del tiempo de las glorietas.
Por el fusil de Marey
lanzadas en perdigones
para dar centro a los parques
de pueblos y capitales.
Por el orín maltratadas
con sus metales hinchados,
sólo el músculo perfecto
de algún animal las salva.
12–15.3.2022



















