Los desiertos obreros 7

Abstraction (Willem de Kooning, 1949-1950)

Para Carla a la intemperie

Calle desenmascarada

Lunes otra vez. La hora y el entorno, acribillados de colectivos,

nos resultan familiares. Pero no así el contenido de estos parajes,

ayer paisaje fabril sembrado de máquinas duchampianas,

hoy paseo comercial apenas repuesto de la resaca dominguera.

La calle Nueva York desaparecida con su histórica estampa

en las fauces provincianas de las liquidaciones voraces.

Las superficies titánicas alimentándose por sus puertas traseras

para pronto repoblar sus arboledas con vistas a la Gran Poda.

Cruzamos con cuidado el río sacudido por especies de feroces

depredadores obsesionados por las normas de tránsito vigentes,

desocupados disponibles en los escaparates de supernumerarios,

y secándonos al sol del vago examinamos nuestras existencias:

después de tanto andar hacia el infinito de limpios horizontes,

llegamos a este anillo de Moebius que cada urbe ahora lleva,

desposada por los portadores de los nombres favorecidos,

y a través de esa turbia red de anzuelos locales y extranjeros

pasamos ignorados, como peces ya pútridos para la caña,

considerando en frío, imparcialmente, la calle vaciada.

Aquí iban a pasar grandes cosas, aquí había hasta un hombre

propio del lugar. Aquí no queda pólvora ni vino, ni siquiera

el eco de una mala canción. The place lacking in interest.

Someday my prince will come. Desenterrada mazmorra.

Para cruzar este valle de lágrimas, como cualquier otro curso

de agua, has de buscar los vados y esparcir las piedras,

una tras otra, igual que Pulgarcito, aunque sin casa alguna

a la que volver. Sin casa alguna, porque el pueblo ha mostrado

sus cartas y sobre la mesa no se ve tu camino. Las afueras

desembozadas, el pueblo ausente y más allá, la inundación.

Después del diluvio. No recordamos, detrás de esa película

repetida proyectada sobre la seca superficie de la historia,

relieve en piedra, grabado a fuego, súbito calor incandescente

a través de la fogata aparecida de improviso entre los espectros

de las cosas acostumbradas por entonces, sino el impulso análogo

por el que hicimos nuestra entrada en la escena detrás de las batallas,

donde el sudor de la frente es invisible al igual que las barricadas.

Abiertas avenidas se entrecruzan al borde actual del campo raso,

como la tabla de nuestras enmiendas a la ley recibida. Más allá

no hay monstruos, sino vacío: espacio ofrecido al tiempo

para volcar sus novedades. Aquí ya todo está muy visto, tanto

que a pesar de los lanzamientos que continúan desplazándonos

hacia la nada con nuestras torpes herramientas, preferimos

quedarnos mirando el horizonte, confundidos con la nostalgia

de otros por el gastado transporte de madrugadas extintas.  

La calle. Traicionera como una serpiente que no deja de crecer,

indiferente a la orientación de sus anillos. No vendrá a llevarnos

vehículo alguno a la obra en curso de ningún constructor. Refresca

el aire inhóspito de la autopista y no hay abrigo a nuestras espaldas.autopista,

La fe viene de atrás de la montaña, aun en este llano que enfrentamos.

Diciembre 2016

Los desiertos obreros 2

El desierto rojo (Michelangelo Antonioni, 1964)

Para Carla a la intemperie

Noroeste

Ayer nomás había industrias todavía,

fábricas, usinas y el humo de colores

copando el cielo sobre el desierto poblado.

O el campo atravesado por el arroyo de las palometas,

allá donde todavía ninguna virgen se mostraba.

Donde aún no había vírgenes.

La pesada tristeza horizontal de las afueras

interminables, aglomerada y laminada capa de plomo,

ensanchada y depositada en oleadas sucesivas

por espontáneas generaciones de forasteros fracasados

en su viaje al centro desde el fondo de la tierra.

Materia cada año más espesa. Pequeñas fábricas,

pequeños talleres, pequeñas y medianas empresas

con sus camiones, chatas, grúas, furgonetas

y los coches de sus directivos abriéndose paso

entre moteles y colectivos, arroyos secos y turbios.

Espíritu de la Juan B. Justo, de la Gral. Paz.

Para qué Gaona habiendo Warnes.

Atravesar ese pantano de ida o de vuelta

consume el día, pero si no va a haber retorno,

¡qué libertad más allá de las chimeneas, de los bloques

de viviendas raleando pasado el nudo de autopistas,

por encima de los techos de los cerrados chalets de piedra,

entre baldíos y piscinas, perros sueltos y atados,

convergiendo hacia el punto de fuga de las nubes!

Caminando toma tiempo; pero así el espejismo

puede aguantar todo el día que tenemos por delante,

mientras los bólidos de la avenida, en paralelo, 

nos dejan atrás corriendo como si acabaran de atropellarnos.

Distancia irrecuperable porque es temporal,

período definitivamente entre paréntesis.

La vergüenza de matemáticos e historiadores.

Examen suspendido. Si apareciera ante nosotros

cualquiera de esos murales de detrás de los Urales,

tan futuristas en otro tiempo, con vestigios en Berlín,

¿preferiríamos derribarlo o intentaríamos

reconocernos en esas coloridas sombras suyas?

Doloridas sombras. Levantar esas pantallas

fue nuestro oficio y nuestro papel, ya quemado,

encabezar la marcha hacia la toma del jardín que guardaban.

Marchamos ahora hacia el oeste, hacia el futuro, mirando

el crepúsculo que no retrocede, señalado

por la barrera al pie del vacío andén. Otro fiasco.

Tren perdido. Condenados a la retaguardia,

dejamos a nuestras espaldas las ruinas de una vocación

más alta aún que las percudidas torres acechadas.

Diciembre 2016