
La gran desilusión
Por el largo camino a Tipperary marchaba
la presumida victoria guiando al pueblo en armas.
Setenta años después, hace cuarenta, mi abuela,
en la mesa del desayuno, tarareaba
la melodía sin recordar más que el inicio
tan alegre, cuando aún todo era alegría
en el largo camino a Tipperary, de rifles
apuntando al cielo y pechos anchos como escudos.
Hay un largo camino a Tipperary
para cantar victoria antes de tiempo.
Tipperary era el punto de partida
y después todo era tempestad.

El doctor y el ingeniero, a ambos lados del frente,
testimonian el mismo entusiasmo voluntario
por la hermosa guerra de explosiones en el cielo.
Largo era el camino al desencanto veterano.
Desde Londres, París, Berlín, Viena y toda Europa
marchaban cantando, con la sangre aún caliente,
grandes batallones de campesinos y obreros
llamados al sacrificio por sus opresores.
Cambiar la fábrica por la trinchera,
el patrón por la patria y la bandera.
Cargar armas en lugar de herramientas
y del destino vengar las afrentas.


En las escenas de víspera de guerra abundan
las sonrisas y lágrimas de las despedidas,
cuando las mujeres ven partir a los soldados
admirándolos y temiendo por lo que admiran.
Pero la ola ardiente que alza Delacroix
del barro húmedo, humilde, con sus bayonetas,
la guía una mujer que se vuelve hacia los suyos,
sin ver al futuro espectador que tiene enfrente.
¿Qué hay sino cadáveres delante
de la conquista de la libertad?
Detrás, la cortina de humo realza
la cuna popular de esta victoria.


Los soldados cantan rumbo al frente en voz tan alta
como ondea la tricolor en el puño alzado.
¿Quién recuerda, contemplando aturdido, la balsa
del pintor de caballos, opuesta, en retirada,
donde incluso agoniza el pintor de las Gloriosas?
Unos pasan sobre los muertos y otros arrastran
en la corriente los cuerpos de los desgraciados,
alejándolos de los que miran mar adentro.
La marea sube y baja, violenta,
piadosa, llevando y trayendo sangre
de la fuente a la desembocadura,
del frente de batalla al corazón.

Bajo el avance heroico asoma la retirada,
sobre las huellas del dolor se impone el combate.
El moribundo de un cuadro alza un rifle en el otro
y los dos, superpuestos, se reafirman y niegan.
El curioso puede hacer crítica comparada,
el combatiente debe creer en su enemigo.
Cuando el silbido del obús acompaña el coro,
la melodía se repite en clave menor.
Nuestra vida es un viaje interminable
entre el invierno y la noche sin alba.
Buscamos el camino de regreso
en la tierra, donde nada perdura.


¿Cuál es la gran ilusión? ¿La victoria o la paz?
Dos camaradas se despiden de sus queridas
y al frente marchan, desentonando en armonía
con el enemigo sus esperanzas de gloria.
Machacados, malheridos, jamás desertores,
si caen prisioneros procuran evadirse,
como la balsa en fuga, no como el pueblo en armas,
alejándose del ojo por su libertad.
Dos compatriotas cruzan la alambrada
después de vivir con el enemigo
y ver que la frontera natural
cae entre tropa y Estado Mayor.

La gran ilusión del ministro de propaganda,
con tantos espectadores por ser reclutados,
era masacrar las copias de esos evadidos.
La gran desilusión comienza cuando el cohete,
en lugar de estallar en el cielo, deslumbrante,
inicia su caída. Y el mar bajo la balsa
se desliza sobre el fuego revolucionario,
dentro de los pulmones henchidos de canciones.
Hay un largo camino a Tipperary
y un camino más largo desde allí,
que se tuerce con la curva en descenso
y del punto más alto no regresa.

24–28.1.2023

















Barba Jacob, Porfirio. La dama de cabellos encendidos / transmutó para mí todas las cosas. El efecto de la metáfora supera al de la droga.














