Gran arte, gran público

"Una imagen es fuerte cuando la relación entre sus sentidos es justa y lejana" (JLG)
«Una imagen es fuerte cuando la relación entre sus sentidos es justa y lejana» (JLG)

Lo difícil no es comunicar, sino crear. Ya lo han dicho Deleuze, Godard (a pesar de su voluntad, enunciada en los 80, de “comunicar no algo, sino con alguien”, probablemente decepcionada luego) y muchos otros. Crear sería, de acuerdo con esto, si es tan difícil, producir algún signo o conjunto de éstos que, en el ingente e ininterrumpido tráfico de signos producido por todo lo comunicable, sea capaz de permanecer idéntico a sí mismo a través de todas las interpretaciones a que dé lugar por la evidencia de que en todos los sentidos vale más citarlo, repetirlo, que volver a sumergirlo, desmembrado y reconstruido pero ya jamás del mismo modo, a la misma altura, en el torrente indistinto de lo que se dice y se muestra. Una obra, entonces, viaja en el tiempo y en el espacio recortándose de ellos a la vez que cerrándose en sí misma, o mejor dicho sobre sí misma, pues su fuerza centrípeta no excluye a las visitas, lo que queda tanto más claro en la nitidez, propia de un trazo bien resuelto, con que afirma su presencia, marca sus límites e impone su contorno, definiendo su posición: enemiga del continuo. La obra es así contraria al movimiento general de la comunicación, pues su particularidad, tanto si demora la circulación como durante el tiempo que puede hacerla girar a su alrededor, lo desvía o lo interrumpe. También lo alimenta y así es como suele reconciliarse con él, pero la típica resistencia que toda obra encuentra al nacer confirma esta teoría: no se trata de un producto hecho a demanda, ni siquiera a una demanda imaginaria, y una ofrenda no es una oferta que aun si se equivoca lo hace pensando en el retorno que obtendrá; ni siquiera en la obra que junto a su fatal existencia como tal lleva una vida de producto se anula el desnivel, con todos los tropiezos que supone, entre su primera y su segunda condición. Pues hay siempre algo difícil de tragar en la creación, difícil de creer y de digerir. El artista jamás privilegia la información sobre la forma, ya que su arte reside en lo esencial más allá del contenido trasvasable de sus obras; en este sentido, podría extrapolarse el famoso “silencio de la pintura”, identificando su discurso con la elocuente distribución de colores estridentes y tonos apagados sobre la tela, al resto de las artes, cuya existencia no se agota en su expresión. Y lo que queda no es resto, sino núcleo; pues si la máscara no se sostiene sola, tampoco argumento alguno es capaz de justificar plenamente una forma, por mucho que uno y otra digan y delaten de su contrapartida. Ese vacío sin embargo lleno, igual que un abismo lo está de aire, es el que muchas veces se percibe con algo de temor en el teatro, cuando los intérpretes acaban de salir a escena y aún no hay sino ellos, desprovistos del imaginario que el espectáculo no tardará en distribuir entre sus cuerpos y las butacas. Pero hay un modo de conjurarlo, que no deja de ser, por la seguridad que brinda (el uso del lenguaje comercial es aquí intencional), el favorito de muchos: cargarse la obra. No el texto ni el drama sino la obra misma, entera, como conjunto; es decir, como obstáculo que ofrece resistencia a la fiel comunión entre intérpretes y público, absoluta cuando se trata de una estrella satisfaciendo una demanda ya establecida. He aquí otra vez el mismo objeto dividido en obra y producto, categorías irreductiblemente distintas y rara vez equitativamente atendidas. ¿Debe el público acercarse a la obra o ésta ponerse al alcance del público? La cuestión es estéril excepto para el intérprete, situado como medida de esa distancia que puede ampliar o reducir: si se aleja, crecerá la obra y los espectadores deberán hacer un esfuerzo; si se acerca, esa tensión se relajará y todo un clásico o pieza de vanguardia cabrá fácilmente en cualquier bolsillo, prêt-à-porter por bulevares, chats y tertulias.

Distancia abolida en tiempo real
Distancia abolida en tiempo real

Metástasis del bovarismo

«El mundo deviene sueño y el sueño deviene mundo» (Novalis)

Si Madame Bovary rechazaba el mundo refugiándose en una novela rosa, un mundo vuelto novela de todos los géneros por todos los medios en continuado, donde los cómicos no llegan ni se van sino que ocupan el espacio vacío sin cesar, lleva la alienación al grado más alto y convierte el problema en solución. Vivir con la enfermedad: durante el siglo veinte, la acumulación de objetos típica de la decoración del siglo diecinueve, que agredía al vacío como queriendo hacerle padecer a su vez el supuesto horror o aborrecimiento que por él sentía la naturaleza, cuya ilusoria profusión aquella estética procuraba heredar o imitar, hizo estallar las paredes de las casas para instalarse por doquier en la ciudad, progresivamente cubierta a partir de entonces de chucherías y piezas de arte o diseño, mejor dicho, seleccionadas sin embargo de entre un pajar en proporción al cual cada una de ellas no es sino la tan mentada aguja, una de tantas. Hubo también una vanguardia que procuró despojar tal escenario, ya en el teatro o en las artes plásticas, entre otros terrenos, recuperando el vacío por sustracción o hasta por desesperadas tablas rasas, pero la enorme proliferación de la imitación y la producción en serie, de la repetición del modelo y sus variaciones, desborda el pensamiento y a partir de los 80, rota toda idea de revolución, la acumulación y circulación no sólo de mercaderías sino también de información, de lo abstracto concretizado, no hace más que acelerarse en exacta proporción a la pérdida de espacio y por consiguiente de diferenciación entre los distintos acontecimientos posibles. Hasta el minimalismo prolifera y multiplica sus ejemplos, abigarrando el conjunto, mientras se sueña con un “decrecimiento” general que traería el ansiado sosiego. Y a la vez, por todas partes, como al agua bajo la superficie de una capa de hielo fino, se siente el aborrecido vacío, sólo que a este vacío no es al parecer la naturaleza sino el espíritu quien lo teme. O los espíritus, temerosos de no ser sino ilusiones de la carne. Nietzsche: “Quien tiene por qué vivir tolera casi cualquier cómo.” Pero es por la pendiente opuesta que el mundo ha rodado.

Una segunda naturaleza

Programa: desarrollar la idea, o la metáfora, de la “metástasis”, a través de los medios de comunicación masiva, del “cáncer” que afecta a los sucesores, por más inconscientes que éstos sean, de Madame Bovary, primera adicta moderna a la ficción, corroyendo su conciencia y su mundo. “La naturaleza aborrece el vacío”: idea surgida de una usurpación, la de la industria que procura ocupar el lugar de la naturaleza y someterla a su programa, según el cual los productos vendrían a ser tan “amigos” como “enemigo” es el vacío. Pero como bien ha escrito Philippe Sollers en un viejo libro suyo muy poco leído, el maoísta Sobre el materialismo, “no es la naturaleza sino la representación la que aborrece el vacío”. Justamente, el vacío que procuran ocupar en continuado los medios de comunicación y la industria del entretenimiento es el que interrumpe cualquier continuado. Es la crítica la que debe producir y efectivamente produce el vacío, por lo cual no debe sorprendernos que en nuestra época, encantada de poder sustituirla con toda clase de publicidades y promociones, brille por su ausencia. La crítica, que introducía el vacío entre las cosas y permitía así distinguirlas, desoída ha pasado a encarnarlo; se hace oír en el vacío, como aquél que clamaba en el desierto, y a su vez manifiesta ese vacío inabordable para quien no quiere que exista. Esa dependencia de un deseo es el que hace de la crítica un espacio de libertad.

La vida en continuado