Gauguin, editor de Van Gogh

Cuando llegué a Arlès, Vincent estaba metido de lleno en la escuela neoimpresionista y tenía muchas dificultades que lo torturaban, cosa que no se debía a que esta escuela fuera mala, como lo son todas, sino a que no se adecuaba a su temperamento, que estaba muy lejos de ser paciente y que era tan autónomo.
Con todo ese amarillo sobre violeta, con todo ese trabajo por complementarios, sus desordenados cuadros no conseguían más que débiles armonías, inacabadas y monótonas. La sonoridad de las trompetas estaba totalmente ausente de ellos.
Empecé a tomarme el trabajo de instruirlo: fue un trabajo fácil, porque encontré un terreno rico y fértil. Como todos los temperamentos originales que están marcados por la impronta de una fuerte personalidad, Vincent no temía a nadie y no era testarudo.
Desde ese día mi Van Gogh hizo rápidos progresos; parecía adivinar todo lo que había dentro suyo, y el resultado fue toda esa serie de efectos y más efectos de sol al aire libre.

¿Han visto ustedes el retrato del poeta?
La cara y el pello están pintados en amarillo de cromo 1.
La ropa, en amarillo de cromo 2.
La corbata, en amarillo de cromo 3 con un alfiler de corbata verde esmeralda, sobre un fondo amarillo de cromo 4.
Esto es lo que me decía un pintor italiano, y agregaba: “¡Merde, merde! Todo es amarillo. ¡Ya no sé más qué cosa es la pintura!”
Sería inútil que nos ocupáramos aquí de problemas de técnica. Con esto sólo quiero hacerles saber que Van Gogh, sin perder ni un ápice de su originalidad, recibió de mí una provechosa enseñanza. Y me daba las gracias todos los días. Eso es lo que quiere decir cuando le escribe al señor Aurier diciéndole que le debe mucho a Paul Gauguin.
Cuando llegué a Arlès, Vincent estaba tratando de encontrarse a sí mismo, en tanto que yo, como era mucho más viejo, era un hombre maduro. Pero algo le debo a Vincent, y es la certeza de haberle sido útil, la ratificación de mis ideas personales sobre la pintura. Y también, en los momentos duros, el recuerdo que conservamos de los que son más desdichados que nosotros mismos.
Paul Gauguin, Diario íntimo