
Para Carla a la intemperie
Los errantes
Vía muerta. Pasto largo, amarillo. Pesados durmientes
resquebrajados, ennegrecidos. Flores que mueren pisadas.
Matorrales secos, inclinados. Nuestra sombra alargándose
a nuestra espalda, adivinada. El rítmico rumor de las piedras
frotándose bajo nuestros pasos. Arriba, delante, a contraluz,
refulgente, oscuro, cegándonos a su herrumbre, atravesado
sobre el cielo, por activos muertos de permiso, fugitivos
entre el norte y el sur de la ciudad, nota elevada de la antigua
industria del acero, con su tejido filtrando la luz y las miradas,
el codiciado puente de renombre local. Barrial. Vecinal.
Rodeado de leyendas fugaces, destino augurado al joven vago,
en consonancia con el ejemplo del niño que en la barrera
todavía lejana ofrecía ayer sus limones, por cada moneda varios,
a los coches impacientes en perpendicularidad con estos rieles.
Rumbo de tierra dejada. Raquíticos arbolitos a ambos lados.
Copas bajas ofreciendo sus duros frutos desdeñados, caídos
más tarde, a su tiempo, alrededor de troncos mal alimentados,
para ser picoteados hasta el destrozo por pajaritos distraídos:
entonces convertidos en basura, jamás barrida, en cambio pateada
con el mismo aburrimiento por la hosca inercia de nuestros pies.
La frente alta, huesuda, sudor sin pan a cambio, navegantes
por estos rieles, relumbrón marino en lo opaco polvoriento
y guía por juego de nuestro ocio forzoso en resonancia
con el silencio definitivo del ferrocarril en la calva huella
que seguimos, acomodados a la espesa calma de sus talleres,
al detenido movimiento de sus vagones sin tiro, dispersos
al azar entre galpones sin cimientos, arrojados ahí sin siquiera
una llave que guarde sus estantes, criaderos de polvo al viento,
mientras, en el incierto desenlace del día estéril, previendo
la oscuridad y el frío puntualísimos que el ocaso trae de la mano,
tratamos de concentrarnos entrecerrando los ojos al sol de frente
y en el nombre de nuestras bajas, si no hacer memoria, recordar:
a pesar de nuestra común extracción inferior, despreciábamos
los canales abiertos para nosotros por los dueños de las opiniones
y leíamos nuestros clásicos en mal pagadas ediciones de bolsillo
que después, con oscuras manos, poníamos en circulación.
Las mismas manos diestras y obedientes que ahora duermen,
abiertas o cerradas, en los bolsillos vacíos. O casi, porque siempre,
hurgando con dedos acostumbrados al esfuerzo, es posible
descubrir un resto o reliquia que cambiar por el menú del día.
Súbita a la calculada luz del crepúsculo insensible a circunstancias,
luce como una medalla mientras dura su tiempo de gloria.
Diciembre 2016




