
Tal vez descubras, si no sigues ciego,
que la causa perdida que defiendes
en tu arrogante sueño invulnerable,
capitán de unas aguas que te ahogan,
es la que te sostiene, con el peso
de la derrota ya bajo tus pies,
la roca inmensa que no caerá
sobre ti, ya caída aquí, tu roca
firme, irrecuperable desde enfrente.
Tal vez, desde esta roca que no puedes
alzar para lanzarla a un enemigo
del que te burlas como si existiera
sin otra causa que darte la réplica,
tal vez desde la altura de esta roca
veas tu sombra y cese tu ceguera,
cuando esa negrura intransferible
derrote a tanta bruma que combates
y te imponga su imprevista victoria.
Tal vez entonces su voz reconozcas,
cuando haya dicho su última palabra,
ese día tan claro como el agua
que te ahoga y que el peso de tu roca
reconoce mientras le cede el paso
hacia las pálidas profundidades
en las que debe encontrarse su sitio
según las leyes del sol imparcial,
que ya no te deslumbra y te ilumina.
Tal vez, cuando recorte tu silueta
contra ese cielo que te daba alas,
te permita medir la sombra invicta
de la que fuiste creciendo, la roca
impenetrable bajo las banderas
insostenibles bajo las estrellas
que rigen este día y esta hora,
y situarte en el mapa que te borra,
con tu brújula y tus coordenadas.
Tal vez, predestinado por tu causa
a la roca que no se moverá,
cuando ya la partida no permita
ni un solo movimiento que la aplace,
jugador capturado por su apuesta,
quieras perderte por fin a ti mismo
y tropieces con tu única certeza:
ella vela, desnuda mientras sueña,
por tu mano que tiembla desarmada.
17.3.2020


