Los desiertos obreros 10

A Idade da Terra (Glauber Rocha, 1980)

Para Carla a la intemperie

Aliento plural

Desembocamos en la olla cuando empezaba el hervor,

en el momento en que subían, desde el fondo, pequeñas risas

desahogándose, invertidas lágrimas, las primeras burbujas, gregarias,

persiguiéndose, agrupándose y creciendo a través del aire espeso

de la concentración cada vez más pesada de cuerpos sedientos.

Estadio espontáneo de las masas reunidas, indiferentes a la causa

de la ocasión, de la invitación surgida antes del tiempo 

que de la mano atenta a firmar lo que estaba escrito, lo periódico

irregular que ha de cumplirse. Cuerpos anónimos bajo un solo nombre

oportuno, concebido desde el vientre ancestral del hambriento

para ser coreado, repetido hasta perder todo sentido,

como enseñan los maestros de la negación. Allí se afirman

los pies que resbalan, deslizándose entre las columnas de hierro

en despiadada sustitución de las de mármol, fuera del aéreo alcance

del ojo que proyecta y vigila, y dando alas, empeñosos, al movimiento

diagonal con que se inicia el balanceo, momentáneo, de la materia

viva sacudiéndose las riendas del arado, prometido al horizonte

en recesión, se elevan con su carga reanimada sin un paso

al frente, cerrando en cambio el paso a todo avance y ocupando el sitio,

desplegando los brazos al fin ociosos y ansiosos de continuación,

e instalan su nube de humano vapor en el recinto sin muros.

Cuerpo de baile. Espíritu de cuerpo. Danza de espíritus perdidos

entre su propia encarnación y el gran espíritu sin cara,

ya ni solos ni sujetos en la marea ascendente del verano en su cénit.  

Allí entramos, pasándonos el vino y la cerveza. A la olla, a mezclarnos

con los que están de paso, los que tienen sitio, los que descansan

de un cansancio que jamás conocimos, la sosegada calma

de este mismo mar cuyas aguas jamás nos admiten ni siquiera reflejan

cuando están tranquilas. Entramos en la corriente, en su seno

de corrientes encontradas, temperatura variable, desordenado oleaje

gobernado por el metrónomo del artista de variedades

destacado bajo las luces, proveedor de músicas, desconocedor

coreógrafo del ansia y la nostalgia que la música despierta

en los cuerpos arrastrados a su drama sin objeto ni argumento.

La multitud baila sola. No en parejas. Solitaria, se pierde, disgregada

en conciencias flotantes, mientras conserva su lugar en la tierra

bajo sus pies, apretada, entre los vientos pasajeros a través de las islas

asomando, inconscientemente pensativas, sobre la superficie

sonriente, espumosa, cabezas separadas por sus largos o fuertes cuellos

del tronco común y entregadas sin saberlo a nociones riesgosas,

evocaciones de desastres, escenas de las que no se escapó a tiempo,

imaginarias invasiones comparables al rapto de las sabinas

o fantásticos naufragios sin mañana, cosas ocurridas lejos o a punto

de acaecer, entre tragedias domésticas y la comedia cotidiana

barrida ahora por la ola de sangre, sudor y lágrimas debida al canto

de las sirenas animadoras, de su espejo. Pero lo falso es el modelo

y lo verdadero, la imitación. Magna amalgama. Gana magna.

Iluminados, pasamos juntos del alcohol al aire estrellado.

Enero 2017