Muro

«La poesía debe ser hecha por todos» (Lautréamont)

El mundo del taxi es un mundo oscuro.

Éste es un país de tahúres. La poesía

es lo más fácil. Desconcierto. La poesía

debe ser hecha por todos. Al centro y afuera.

Tumba. Resuelve las siguientes operaciones.

Fabricando recuerdos. El último tranvía.

Todos nacemos para perder un poco. Soy

el fusible. Por el momento no voy al baile.

Seré vulgar, pero tengo dignidad. Deslizo

sin apoyar. No pasarán. El mar rojo. El tiempo

no espera a nadie. El tiempo está de mi lado. Yo

corrijo. Ni olvido ni perdón. Ojo por ojo.

Diente por diente. Piedra sobre piedra. Deseo

demolido. La escultura de sí. Sé tú mismo.

Total, a nadie le importa. Los hombres casados

descansan los lunes. Olmos hastiados de peras.

Ante toda duda abstente. Asado, vino y gol.

Música pegajosa. Vocación de ignorancia.

Sin mano izquierda ni sombra. Líder nato. Llueve 

sobre mi razón. Qué parece. Quizás yo sea

extemporáneo. Las ideas no se matan:

se ejecutan. Los colectivos son calentitos.

A ti te gusta estar contigo. Mi claroscuro.

Belleza demoledora. O ausencia o rechazo.

Me llaman río sinuoso. Yo soy el que rompe

el silencio. Paso. Conciencia de la desgracia,

constancia de la razón. Deseo sin espera.

No me interesan sus preguntas. Sustituciones.

Sueño del billete falso. Conjeturas vanas.

Demoler la morada o matar a la mujer.

El ovillo tiene dos puntas. Pasaje al fondo

de la tierra. Mundo oscuro. País de tahúres.

Poesía hecha de desechos. Resto. Saldo.

Créditos. El encargado del bar que frecuento.

Mi padre. El de Victoria. Yo mismo. Lautréamont.

Yo mismo otra vez. El hijo del sepulturero.

Primera hora. Nube baja. Leño que arde

según su medida. El tío de Carla. Carlitos

Aimar. Don Luis Buñuel. Belén Esteban. La abuela

de Sartre. Ejército republicano. Moisés.

Los Rolling Stones. Los Rolling Stones. Quién. Proceso.

Babilonia. Hamurabi. Tradicional. Deriva

de un cuento de Chéjov. Onfray. Estadounidense.

Anónimo. Título mío. Eugene O’Neill.

Refranero apócrifo. De la banda oriental.

Mi abuela hablando en lenguas. Un tiro de gracia.

Caricatura. Mesías. California trasnochada.

Filosofía salteña. Discurso temible.

Sarmiento contestado. Los pasos paralelos.

La antena siempre bien parada. Página abierta.

Viejo cuento de Chéjov. Encuestas fracasadas.

Nombre indio. Vocación. Pie. El I Ching de Emil Cioran

tirado por Fogwill, el oráculo de Vasco

Pratolini dado por Birri. Señaló Andrea.

Precisó Vicente. Consejo estructuralista.

Dedo de goma en el corazón del laberinto. 

Larga distancia circular. Alianza difícil

en la cresta de la ola. Por las negras huellas

de un Caín policial. La medicina no es

una ciencia. Taxímetro. Teléfono. Rotas 

cadenas de palabras trasplantadas. Legado.

Balance. Reconversión a moneda extranjera

con reconocimiento de deuda y boca abierta

del remolino para pasar a vertical.

Horizontal: hileras de piedras y ladrillos

desiguales alineados uno sobre otro

en un plano material erguido junto al rumbo

atento del que mide, escancia, cuenta y sostiene

desde su efímera ventanilla lo afirmado

delante y detrás, visible y no, legible y no:

borrados nombres, turbias identificaciones

de musas, jefes, acreedores, compañeros,

sirenas y maestros fuera del agua y fuera

de contexto o margen. El muro tiene dos lados,

uno para Champollion y el otro sin excusas.

Detrás de los párpados lacrimosos, del duro

exterior acribillado de tenues leyendas,

consignas y lamentos, juramentos y frases

representativas de perpetuas intenciones,

indivisible al nivel del grano, interminable

igual que el espacio, la tinta petrificada

de las sentencias memorables. Sólo la tinta.

Sin luces ni letras. Al otro lado y expuesto,

en continuado, valiente, pintarrajeado,

el escudo de la especie. Negra, al pie del muro,

la firma de una huella fugitiva.

28.9–15.10.2016

Política de la literatura

No importa quien se dirige a no importa quien
Un partido sin afiliados ni votantes

La política de la literatura no es la política de los escritores. No concierne a sus compromisos personales con las luchas políticas o sociales de su tiempo. Ni concierne tampoco a la manera en que representan en sus libros las estructuras sociales, los movimientos políticos o las diversas identidades. La expresión “política de la literatura” implica que la literatura hace política en tanto que literatura. Y supone que no hay que preguntarse si los escritores deben hacer política o consagrarse más bien a la pureza de su arte, sino que esta pureza misma tiene que ver con la política. Supone que existe un lazo esencial entre la política como forma específica de la práctica colectiva y la literatura como práctica definida del arte de escribir.

Lectores anónimos
Lectores anónimos

La literatura es ese nuevo régimen del arte de escribir donde el escritor es no importa quién y lo mismo el lector. (…) La literatura es el reino de la escritura, de la palabra que circula fuera de toda relación de destinatario determinado. (…) No se dirige a ninguna audiencia específica. (…) Circula sin destinatario específico, sin maestro que la acompañe, bajo la forma de volúmenes impresos que se encuentran un poco por todas partes y ofrecen sus situaciones, personajes y expresiones a la libre disposición de quien quiera apropiárselas. Basta con saber leer lo impreso, una capacidad que los ministros de las monarquías que realizan censos juzgan ellos mismos necesario extender entre el pueblo. En esto consiste la democracia de la escritura: su mutismo charlatán revoca la distinción entre los hombres de la palabra en acto y los hombres de la voz sufriente y ruidosa, entre los que obran y los que no hacen más que vivir. La democracia de la escritura es el régimen de la letra en libertad que cada uno puede retomar por su cuenta, sea para apropiarse de la vida de los héroes o de las heroínas de novela, sea para hacerse escritor él mismo, sea aun para introducirse en la discusión sobre los asuntos comunes. No se trata de una influencia social irresistible, se trata de una nueva partición de lo sensible, de una nueva relación entre el acto de palabra, el mundo que configura y las capacidades de aquellos que pueblan este mundo.

para nadie
Libre apropiación de la palabra

La era estructuralista ha querido fundar la literatura sobre una propiedad específica, un uso propio de la escritura que ha denominado “literaridad”. Pero la escritura es una cosa muy distinta de un lenguaje entregado a la pureza de su materialidad significante. La escritura significa lo inverso de toda propiedad del lenguaje, significa el reino de la impropiedad. Si se quiere entonces llamar “literaridad” al status del lenguaje que hace a la literatura posible, hay que entender lo opuesto de la visión estructuralista. La literaridad que ha hecho posible la literatura como forma nueva del arte de la palabra no es ninguna propiedad específica del lenguaje literario. Al contrario, es la democracia radical de la letra de la que cualquiera se puede apropiar. La igualdad de los sujetos y de las formas de expresión que define la novedad literaria se encuentra ligada a la capacidad de apropiación del lector cualquiera. La literaridad democrática es la condición de la especificidad literaria. Pero esta condición amenaza al mismo tiempo arruinarla, ya que significa la ausencia de toda frontera entre el lenguaje del arte y el de la vida sin más. Para responder a esta amenaza de desaparición inherente al poder nuevo de la literatura, la política de la literatura ha debido desdoblarse. Y se ha esforzado por romper esta solidaridad, por disociar la escritura literaria de la literaridad que es su condición.

Jacques Rancière, Politique de la littérature, 2007

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