Estos días pasan como nubes

ACORDES: Am / G / Dm / Em / Amb6 / C / F

Vivo en una casa oscura

Entre el mar y la basura

Pero es luminosa esta ciudad

Aquí el cielo siempre es claro

A pesar del aire raro

Y aunque nadie diga la verdad

A las once voy de compras

Refugiándome en la sombra

Mientras el sol busca qué quemar

Por la noche salgo solo

Vago aparte y abro sólo

El pico a la hora de cenar

Pero cuando miro arriba

Más allá de los suicidas

Veo en cada avión la libertad

Y no olvido que soy libre

Aun en medio de los tigres

Que quieren comerse esta ciudad

Aceptando lentamente

Lo que me es indiferente

Día a día aprendo a estar acá

De la lluvia nada espero

Ni del turbio noticiero

Aguas que si crecen bajarán

Estos días pasan como nubes tras un sol fatal

Sólo en mi memoria suena algún trueno ocasional

Dentro de estas calles retorcidas vivo no muy mal

Nada más echo de menos alguien a quien ser leal

Al llegar la primavera

Nos volvemos como fieras

Mucho más sensibles al calor

Obsesivos del romance

Nos quedamos como en trance

Al acecho de un sueño menor

Mientras tanto el odio crece

Dura el hambre y permanece

Lo que no se puede tolerar

Unos marchan de la mano

Y otros buscan un hermano

Pero nadie encuentra a su papá

1988

Cosechar y desechar

Nicolas de Staël, Agrigente (1954)

La siembra es más feliz que la cosecha,

que cae siempre tras la granizada.

Cae en el tiempo, ya que en el espacio,

una vez rota la cáscara, queda

mansa a la espera de ser levantada

y sopesada, aunque no de inmediato.

Antes hay una pausa sostenida

entre el joven despuntar de los frutos

y el ancestral regreso de la hoz.

El diamante del rocío en suspenso.

Antes permanece, como si eterno

fuera, encendido, lo que va a caer

pronto, llegadas su estación y su hora,

y resplandece ahora, recién visto,

dominando el aire que no verá

más. La primera impresión. Y después,

los pasos a los que se precipita,

con sus manos decididas, lanzado

por el tiempo a su rueda, que lo muele,

operado por sus dueños y esclavos.

Recoger, tumbar, cortar, arrancar,

pesar, tasar, embalar, distribuir,

son acciones que se suceden rápido

y aprendidas de memoria se olvidan,

igual que el alimento se asimila

o es eliminado. Pero antes,

entre ver y actuar, entre la imagen

plena y su declinación, troceada

en empleos y estados sucesivos,

cae, anunciado por la granizada,

el momento que interrumpe el encuentro

del sembrador con su obrado milagro,

haciendo la primera siega: lenta,

porque es un demorado interrogante

plantado delante del fruto súbito

al cabo de meses, ala vibrando

inmóvil frente a la sed de otra cosa

y el hambre familiar que desconoce.

La pausa se desgarra entre el origen

ignoto iluminado por el brillo

y la urgencia de los días opacos

que lo empujan al barranco futuro.

Lo nacido no puede resistir

la mirada de hambre y decepción

que lo arrancan de la promesa dada

o más bien tomada por los que vuelven

a ver cómo brotó a la luz y miden,

pasado el ancestral deslumbramiento,

su valor inmediato: la noción,

confirmada por su naturaleza,

de lo perecedero y lo oportuno,

determinante de su concepción

y su inminente uso. Aquí comienza

la transformación de lo cultivado,

pero no antes, es decir: su paso

de la esperanza oscura a la evidencia,

de la persistencia obtusa al propósito

y la elaboración de alternativas.

Transformación de lo muerto, una vez

sacrificado a la necesidad

y al deseo, yin y yang renqueantes

y aun así recurrentes. Pero no

satisfacción de la secreta espera

que sólo se pronuncia como sueño

al quebrarse la cáscara y al sol

aparecer el oro inagotable

adeudado a la sombra. Decepción,

porque el acto no excede la potencia

y corresponde exactamente al genio

de la especie, plantadora y plantada,

las dos, en la misma materia fértil.

Generación tras generación, vuelve

el molde hueco, sin resurrección.

Y cada vez, como en cada estación,

se divide el aire entre el soplo etéreo

y el respirable. Reconocimiento,

rencor, resignación y recogida,

previstos por el anuncio fatal:

entre siembra y cosecha, granizada.

Después, a conciencia, tomar el trigo

y dejar caer los bordes dorados

con la luz del ocaso. Cargar pronto

lo que demora en convertirse en humo

y dar la vuelta con la rueda. Pasa

lento cada día, rápido el año,

cada uno de sus cuadrantes cercado

por las condiciones que lo definen,

incluyendo la fase en la que el suelo

vuelve a abrirse bajo los pies inquietos

para su previsión y su quimera,

nutridas por el saber y el olvido

que lanza otra vez su anzuelo al ausente.

14–21.11.2023

Los desiertos obreros 11

Le Mépris (Jean-Luc Godard, 1963)

Para Carla a la intemperie

Hércules ocioso

Dominando la bahía celeste

en su plena ignorancia del azul,

bañándose en el sol y el aire claro,

mutilado y monumental, divinizado,

el héroe ya no cumple tarea alguna

y su ejemplo no puede seguirse.

La columna se interrumpe al pie del sol,

definida hasta el agotamiento. Ruinas

espléndidas, más fuertes que las olas

sucesivas del mar envenenado.

Pero el coloso no escucha la radio

de los inquietos domingueros,

ni los mira lavar sus coches

mientras corren los futbolistas.

Nosotros lo miramos, incrédulos

de que el trabajo y el hambre algún día

puedan cesar hasta el punto exacto

sobre el que él reposa, intacto

dentro de sí aunque le falten partes

que nosotros no podemos desechar.

Ebullición. La hora de las cigarras.

Las tres en punto justas de la tarde

en el medio del verano moderno.

Silencio atónito, atonía de fondo.

Sudor de edificios. La luz lenta

en el balcón donde arde un cigarrillo.

Lento, lento en la brasa, al compás

de la hora que asciende en el aire,

evaporándose, quieta, horizontal

en la vertical. Todos hemos parado

a la vez, en el mismo punto ciego.

Nadie pica ni taladra ni martilla

dentro del alto, paréntesis tan claro

que sus límites no se ven. Vértigo

del sueño, porque esta obra en marcha

que en la distancia nos descubre

al realizado realizador de proezas

para siempre concluidas, no puede

ser más real que sus hazañas: hoy

es día de ocio y culto, sostenido

todavía por los tibios portadores

de un fuego encendido hace ya tanto

que sus cenizas casi se confunden

con las del templo entre cuyas ruinas

se alza el glorioso indiferente, así

que resulta imposible estar trabajando

o haciendo una pausa en el trabajo

para nosotros, pasajeros a su sombra.

Enero 2017