Estatuas ecuestres V

Encarnación suspendida

de un disparo de Marey.

Piedra y carne divididas

por el talento aplicado.

Alzado de la batalla,

el general vencedor

es vencedor general

en la guerra dominada.

Limpiar la carnicería

es la orden que les dan.

Los escultores transforman

la agonía en heroísmo

y la sangre del ausente

soldado desconocido

en simiente de la gloria

de la crin echada al viento.

Tiempo en fuga enmascarado

por banderas y razones.

Complicidad encubierta

de electores y elegidos,

representantes y jefes,

cuarteles y parlamentos.

Estafa de voluntarios

a espaldas del monumento.

La mano del funebrero

maquilla la muerte cierta.

La del artista, en la piedra,

la carne finge inmortal.

Pero, cuanto más diestra,

mejor revive el temblor

del animal espantado

 y el agua bajo su aliento.

Pasea por cualquier plaza,

por el tranquilo Tiergarten

acaso, sin luz de guerra,

detente y mira, en el claro,

al jinete y su sostén:

si la figura se impone

al nombre en el pedestal,

quédate en su compañía.

Si de la piedra se alzan

aquí y allá brotes vivos,

reflejos nerviosos tales

que se transmitan al resto

del homenaje, pregúntate,

como el maestro lo haría,

por los hábitos menores

de esos cuerpos enlazados.

¿Cómo fuma el artillero?

¿Cómo inclina la cabeza

a beber el pura sangre?

¿Cómo desmonta el guerrero?

¿Qué enseña lo modelado?

La sangre bajo la piedra,

cuya blancura traiciona

la mano que la domina.

O los dedos escapados

del puño sobre la rienda,

que en la colina tomada

dejan huellas fugitivas.

¿Ves el gesto interrumpido

por el ceñido uniforme

o la fiel desproporción

de las patas levantadas?

Los caballeros leales

no cambiaban de caballo.

Les daban un nombre propio

que marcaban sobre el mundo.

¿Podemos seguir el rastro

por los Andes, los Pirineos,

de los caídos al barro

de Agincourt, de Waterloo?

En el centro de Guernica,

decapitado, el centauro,

relincha su desconcierto.

Fotograma de Marey

recortado de la serie.

Dispersos por las ciudades,

reunidos en una especie,

posan los dos fugitivos.

24–27.3.2022

Estatuas ecuestres III

Para Marey era absurdo

reanimar lo compuesto.

Su disección de la acción

desnudaba cada pieza.

Lumière encendió el motor

y relanzó la carrera.

¿Cuántos muertos en batalla

revivieron desde entonces?

Siempre es posible elegir

entre tiempo y movimiento,

pero el camino tomado

al descartado regresa.

Ni el ojo alcanza al cometa,

ni Aquiles a la tortuga.

Y envejecen las estatuas

idénticas a sí mismas.

Caída la idea, vuela

su reflejo sobre el agua,

fantasma del movimiento

petrificado en efigie.

Multiplicada en su muerte

como el Cid, esta figura

compuesta para la fuga

resiste inmóvil el tiempo.

¿Existe continuidad

entre una herradura y otra?

¿Entre batalla y medalla?

¿Entre caballo y jinete?

La transmisión por la doma

que unció un cuerpo a otra cabeza,

su galopado circuito

cierra en esta efigie inerte.

Los caballos masacrados

en el siglo diecinueve

se extinguieron en el veinte

con los desfiles triunfales.

Desde su altura, no miran

al pueblo que los rodea

ni militar ni montura,

sino siempre más allá.

18–19.3.2022

Estatuas ecuestres I

A galope detenido

por el fusil de Marey.

En años de escarapelas,

un disparo congelado

y para siempre de pie,

cabal sobre su montura,

denso de frente y perfil,

líder inmóvil, un héroe.

Sobre el pastel democrático

se multiplica la efigie.

Como la voz el tribuno,

el caballo alza las manos

y el sable en alto reparte

la gloria firme entre pares.

Uno por plaza, sostienen

el cielo de las repúblicas.

En la quietud de la tarde,

galopan desordenados

a la batalla perdida

en tiempos desvanecidos.

Persisten, por ser de piedra,

los ademanes de mármol

y el brío en sí inagotable,

con su horizonte invisible.

Del enemigo tomados

los modelos ejemplares,

emperadores y reyes

de riendas por desatar.

En común el contrapunto

de exaltación fugitiva

y fría conservación

del pedestal conquistado.

Del invasor sustraídos

los cascos a la carrera.

De la espuma original

a un océano de tierra,

por renacidos centauros

atravesado al galope.

Plumas, pintura de guerra

y el mito otra vez destino.

Polvo y humo sobrevuelan

la despoblada pradera.

Sobre el campo de batalla,

las almas de los jinetes.

Diezmada caballería.

Cinco cascos por cabeza

del cuerpo representado

por la cabeza de bronce.

Retórica de la piedra.

Lo no ocurrido y cantado.

El gesto fuera del tiempo

del capitán consagrado

que las nubes alejándose

desenmascaran. Las horas

sucesivas de la plaza.

La sorda planicie virgen.

Horizontal decadencia

del elevado modelo.

Cimientos devienen tumbas

de soldados sin fronteras

bajo cada suelo patrio.

Bajo las manos alzadas

del arrestado caballo,

las herraduras dispersas.

Regimiento licenciado

de conductores de ayer,

con su homenaje menguante

como una magra pensión.

Con el aire de esa época

que levantó su teatro

y persiste como farsa

del tiempo de las glorietas.

Por el fusil de Marey

lanzadas en perdigones

para dar centro a los parques

de pueblos y capitales.

Por el orín maltratadas

con sus metales hinchados,

sólo el músculo perfecto

de algún animal las salva.

12–15.3.2022