Ilusión y entretenimiento 2

Versión simplificada

Buena o mala, tanto la narrativa como la poesía promovidas se definen por un rasgo opuesto al de la literatura moderna: son simples. Aunque al lector se le escape el significado último, incluso inconsciente, del texto en cuestión, siempre cuenta con un sentido o referente inmediato que le garanticen una comprensión suficiente, al menos para él. El problema es cuánto vale eso que le basta: si esa comprensión es efectivamente suficiente y para quién. Lo que éste comprenda determinará su valor como lector. Pues lo simple, incluida la síntesis que ése mismo pueda hacer del material leído, es genial cuando condensa una cuestión compleja: la forma que contiene y señala efectivamente los elementos dispersos que así por fin forman un conjunto. Pero esa genialidad está en relación directa con la complejidad de lo que traduce. “Toda verdad es sencilla. ¿No es ésta una doble mentira?” (Nietzsche) Las verdades simples suelen ser las de la ideología. Analizada y cuestionada ésta, reaparece el magma conjurado. El circuito cerrado de la comunicación equivale a la circulación de la ideología, que más verdadera parece cuanto menos descompuesta. Y por eso es enemiga de la composición y exige lo espontáneo, ya que tal conducta responde al reflejo condicionado por las condiciones propias de la ideología. Pero detrás de esa conclusión que parece inmediata y sencilla se esconden muy enmarañados procesos: eso es lo que se barre bajo una alfombra rotunda y se procura olvidar como a una pesadilla.

Un espacio de cavilación (Pinter)

El teatro es la relativización del coro. Todas las declaraciones moralistas del coro, ya en la tragedia griega o isabelina, quedan cuestionadas por el solo hecho de que una voz se desprenda de él para cantar sola (Henríquez Ureña). Fausto (Marlowe) y Don Giovanni (Mozart y Da Ponte) son ejemplos de esta práctica, que en lugar de resolver la contradicción en una síntesis la deja abierta. En esa grieta entre dos costas, o ríos divergentes, vive el teatro. Nace de la separación, que también es su tema.

Infierno para todos

Las utopías pueden ser personales, pero las distopías siempre son colectivas. Promiscuidad del infierno, ilusión de atenuar el sufrimiento compartiéndolo o repartiéndolo, deseo egoísta de socializarlo, mientras el deseo del bien se lleva de lo más bien sobre los propios hombros. Cuando la visión del futuro se hace proyección del malestar presente, lo individual se convierte en colectivo a través de la identificación por contagio y su cultivo bajo idénticas condiciones para todos: la realidad que esas conciencias se dan a sí mismas. Las buenas distopías son lúcidas. No proyectan el interior de nadie, sino las consecuencias de algo ya en marcha y bien captado en el exterior de la caverna. Esas visiones objetivas no expresan el malestar sino sus causas, que suelen desenterrar de debajo de ruinas muy antiguas y fechar con tanta precisión como profundo caven.

Hacer oír al mundo que estamos aquí

Pasión de la especie: reunirse todos juntos en un espacio que toman o copan, cuantos más mejor, y gritar tan fuerte como puedan para espantar ese silencio que estremecía a Pascal aunque ellos jamás lo hayan oído, pero sí hablar de él. Modelo universal, maneras nacionales. Españoles por el mundo, españoles a los gritos. Hacer del mundo un plató de televisión. Un plato con bombos y platillos. El infierno como promiscuidad o su contrario, el espacio deshabitado. Silencio del que mueve el sol y las estrellas. Tumultuosos ríos de voces que se funden en un mar atronador.

Segunda naturaleza

Nunca se escribió, publicó y leyó tanto, pero tampoco nunca se habló tanto, en un mundo en el que todo, objetos y espacios, comunica. El rumor ensordecedor de las terrazas repletas, como el múltiple cantar de los pájaros en los árboles al caer la tarde. Diferencia de los acentos y los timbres, los humanos aturden y los pájaros no. ¿Nacidos para cantar de otra manera, no reunidos así al azar de la oferta comercial y de la moda, sino en ámbitos donde la palabra sea inteligible?

Hipocresía y cinismo

La burguesía es al capitalismo lo que el profeta al mesías, con la diferencia de que lo que anuncia no es el Verbo o la Palabra sino la Cosa, que por ser lo que es no la reconoce, como Jesús a Juan, sino que sólo la supera, implacablemente.

Da capo

Insistir es la forma activa de resistir.

La educación del olfato

El conocimiento del cliente incluye un sutil matiz de desprecio. Se conocen sus debilidades. A menos que sea inocente, como el del camarero de Yo serví al rey de Inglaterra, que comparte las inclinaciones de aquellos a los que sirve y aspira a satisfacerlas porque sueña con la misma redención que ellos. Pero la inocencia está llamada a su caída, no pudiendo evitar todo tropiezo. El desprecio equilibra entonces el rencor y hace posible una negociación amistosa.

Gravedad

Desear lo posible: lo más difícil, como si lo imposible fuera justamente la propia matriz del deseo. Como si lo difícil fuera trascender al revés: pasar de aspirar al cielo a querer la tierra, que a pesar de estar bajo nuestros pies nos pesa, como anunciándonos que terminaremos debajo suyo.

Ligereza

Como si: simulación del pensamiento. O simulacro de pensamiento.

Espacio no apto para edificar

El conocimiento desmitifica y así deprecia. Convierte en mortal al dios. Saber sosiega pero mata la esperanza. El vacío que ésta deja es ese lugar que el saber no ocupa.

Carnada

El mercado deprecia. O defrauda. O recurre a la inflación. Lo que se lanza allí es un cebo y quien pica lucha enseguida contra el anzuelo. O por él. La sangre atrae al tiburón y repele al pez gordo. Pero nadie se alimenta de carnadas.

Hermetismo o censura

El límite lo pone el lector que uno imagina.

Karaoke literario

El lector imita al autor.

Quinta columna

Acometer una tarea superior a las propias fuerzas es ir contra las propias fuerzas.

Lengua franca

El opio de las letras
El opio de las letras

Todo empieza a falsearse entre escritor y lector cuando éste, en la cabeza de aquél, deja de ser un semejante, un igual, él mismo (¿quién de los dos?), para en cambio devenir un objetivo, un target cuyo perfil, naturalmente, sólo puede ser sesgado, nunca frontal ni menos entero, de manera que toda equivalencia entre uno y otro queda rota por el desequilibrio implícito entre la parte y el todo, o el que domina aunque sea ilusoriamente el circuito de comunicación propuesto y el que sólo ocupa su lugar, cada vez virtualmente situado con mayor precisión, dentro del sistema puesto en marcha. Pero también la figura del emisor mengua durante el proceso, tanto como procura adaptarse a su receptor y a medida que éste alcanza por su parte una mejor, más alta, más acabada definición. Los dos entran así en falta, reducidos a una expresión y una representación cuyo marco, determinado a pesar de la diferencia introducida entre sus extremos por iguales reglas para ambos,progresivamente se ajusta de manera cada vez más adecuada a la norma social imperante sobre el proyecto de lectura en curso. Lo que acaba por anular la obra entera clausurando su apertura ya en el inicio y remitiendo su completo discurso a una más que aconsejable elipsis para el inquieto lector sin tiempo que dedicar a refundiciones.Alienados dentro de la circulación de un lenguaje en transmisión continua al servicio de un programa cambiante pero unidireccional que determina la necesidad de alcance inmediato e influencia comprobable de los mensajes emitidos, quienes aspiren a encontrar un cuerpo en lugar de su codificación tendrán que sintonizar otra frecuencia y captar, en el interior de la misma corriente de palabras,la onda de una voz particular como sólo puede venir de un individuo, cualquier sujeto, capaz de hablar en nombre propio y autorizado por su trabajo a firmar lo que produce.Escribir tiene como meta alcanzar esa lengua franca que es a la vez el punto de partida de cualquier testimonio legítimo, la unidad mínima de valor sin la cual no se agrega ningún otro. Si existe un punto de encuentro cierto entre autor y lector, coincide sin duda con éste: punto de llegada y de partida a la vez, a él se superpone, o es él mismo, aquél donde la claridad ideal de un agua virgen impide distinguir al autor del lector en el espejo. Ni el más esencial de los ríos discurre en un solo punto, pero es la leyenda de esa gema la que mantiene abierta la garganta por la que ha de fluir la verdad.

Y una voz para cantar
A voz en cuello

Coro. Lo que distingue a la voz propia, es decir, a la voz de alguien, a la voz que sale de un cuerpo, no es el nombre, sino el timbre. Aunque en cualquier manifestación colectiva las voces se mezclen, la multitud más anónima se compone de cuerpos separados y el efecto conjunto es resultado de un fallo en la percepción, similar a aquél al que el cine, compuesto por fotogramas, debe su vida. Pero no es en el registro donde se cumple la verdad que éste predica, ni en la síntesis alcanzada por la correcta armonía de los elementos, sino en el fondo sin forma de cada uno de éstos por separado y más allá de los mensajes que lancen o dejen. O, según la imagen del coro ya aludida, no en el aire habitado ni en la voz plural o singular que lo agite, sino en las cuerdas vocales empleadas y distribuidas por garganta, como es sabido. En el azar general, aunque se pierda para los puntos de vista de sus contemporáneos y sucesores en el viejo agujero negro del “tiempo de pies ligeros” (Marlowe), cada cuerpo tiene su destino y guarda sus huellas.

La actualidad como posteridad. La vanidad de cada época cree que su juicio es tan certero cuando olvida a unos autores del pasado como cuando recuerda a otros. Nuestra posteridad, si llega a  ocuparse de nosotros y así reconocerse nuestra, también podrá opinar sobre las tonterías que elegíamos conservar a expensas de otras verdades, sobrevaluadas a su debido tiempo por sus destinatarios.

Una fuerza del pasado
Una fuerza del pasado

Transformación de un uso. En La revolución del lenguaje poético, una de sus obras mayores, Julia Kristeva observa cómo, en la poesía llamada de vanguardia, surgida con poetas como los que aquí estudia, Mallarmé y Lautréamont entre otros, el goce no depende del uso del lenguaje, sino de su transformación. Podría decirse, aunque tal vez ya lo diga el texto, que esto ocurre más o menos con la poesía desde siempre y que es lo que la distingue de la comunicación; pero, más allá de estos matices, aunque es cierto que las dificultades de interpretación de la poesía no tradicional hacen de lo observado por Kristeva, además de algo demostrado, un tema por tratar, lo que no hay que olvidar, y menos si se considera la ya mentada dificultad, es que lo normal es gozar con el uso. Pues el uso del lenguaje es su circulación y el goce que da es la participación en ella, en la comunicación, de boca a oreja y de boca en boca, con su ilusión sostenida de hacer contacto, percibir y ser percibido. Lo que no se satisface con el uso es lo que desea y busca la transformación, como el acto sexual puede mostrarse repetidamente insuficiente y exigir complementos imaginarios, estéticos o afectivos diversos. Los poetas, como tanto insisten sus biógrafos, suelen tener sus rarezas; aunque uno muy célebre, tras proceder con decisión al desarreglo de sus sentidos, al ver el agua y no poder beber decidió romper su cuenco. Rara vez el árbol da sombra a aquél que lo plantó: la poesía, liberada así por sus cultores, no los libera a ellos sino más bien sigue el modelo de esas leyes que, tras necesarias enmiendas, reconocen y acogen en su seno unas prácticas y conductas antes condenadas, privadas a partir de ese momento de un potencial de ruptura, agotada su novedad, convertido en ilusión.  

Forma y formato. El formato es la forma que precede a la materia, el concepto entendido como modelo a seguir por las réplicas, incluidas las variaciones. Dar forma a una materia es inscribir en ella el vacío que llevamos con nosotros y reprochamos a la naturaleza cuando no lo colma, pero la producción en serie en cambio llena el vacío de un molde, un formato, repitiendo lo previsto hasta que es la repetición lo que define por fin una forma, repetida. Pues, antes que alcanzar una forma, todo individuo de una serie ha de responder a un formato. No hay piezas únicas en la colección programada, o si hay alguna lo es como accidente, a menudo inadvertido, o rareza dentro de la serie, determinada en cambio por el mayor parecido entre las otras piezas. En este esquema, cada alternativa desechada es un modelo de lo que se podría haberse hecho siguiendo el camino que sugería, probabilidad para siempre caída al margen de la realidad. Pero es fácil dejar de lado al marginal, sobre quien además recaerá la culpa por semejante distancia abierta entre la realización y el proyecto.

Desde la torre. Como Hermes durmió a Argos contándole historias aburridas, así la industria del entretenimiento distrae la atención de su propósito y la dispersa entre unas chimeneas que no lanzan más que humo.

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