Simulacros de inmortalidad IV

Entonces, sintió un terrible bastonazo en el pecho. Cayó. Se estaba quedando sordo, ciego. «Una bala -se dijo-. Estoy perdido si no me hago el muerto.» Pero, en él, la afición y la realidad formaban una sola cosa. Guillaume Thomas estaba muerto. (Jean Cocteau, Thomas el impostor, traducción de Mauricio Wacquez)

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El simulacro va en serio. No quiere

condiciones ideales ni bajo control

de presión y temperatura como

admite y exige la simulación, que busca,

en todo caso, ensayar una hipótesis

sin ensuciarse las manos, en la claridad

que distingue al saber, en teoría

objetivo. El simulacro, en cambio, se apodera

del objeto, lo arranca de su entorno

y desvía de su función para, sobre el mismo

territorio, ya adverso, ya propicio,

afirmar el reverso de lo dado, torciendo

el orden natural con el propósito

de enderezar el destino, corregir lo escrito

y oscurecer, para dar sitio a la sombra,

el plano iluminado desde todos los puntos

de vista posibles, buscando a ciegas

lo que nunca posaría bajo un microscopio.

Pragmático a la fuerza, el simulacro  

reniega de la ciencia y no quiere saber nada

más que lo útil, la mínima técnica

empírica necesaria para sus efectos,

indiferentes a los resultados

comprobables y cumplidos, si el truco resulta,

más allá y más acá, en nada tangible,

como no sea la piel de los incriminados.

El simulacro va en serio, se da

sobre el terreno y no destila saber alguno

que separe de sí, del repertorio

de los conjuros adquiridos para la próxima

tentativa de consagración. Previo

es el tiempo de la simulación, encerrada

en su límpido laboratorio

libre de engaños, prenatal, al del simulacro,

que no culmina en una proyección

abierta a todas las miradas interesadas

y sobre aviso durante el fenómeno,

sino que excede las medidas y las escalas

en su obligada precipitación

al tiempo de las consecuencias, con sus tropiezos

y accidentes, que aun de lo perfecto

en su ejecución hacen materia suya, porque

no es en la imagen sino en el cuerpo

que debe darse la redención. Y así fracasa

el acto aun más aclamado, porque

no busca creyentes, sino un dios. O lo divino.

16–18.10.2022