Los desiertos obreros 2

El desierto rojo (Michelangelo Antonioni, 1964)

Para Carla a la intemperie

Noroeste

Ayer nomás había industrias todavía,

fábricas, usinas y el humo de colores

copando el cielo sobre el desierto poblado.

O el campo atravesado por el arroyo de las palometas,

allá donde todavía ninguna virgen se mostraba.

Donde aún no había vírgenes.

La pesada tristeza horizontal de las afueras

interminables, aglomerada y laminada capa de plomo,

ensanchada y depositada en oleadas sucesivas

por espontáneas generaciones de forasteros fracasados

en su viaje al centro desde el fondo de la tierra.

Materia cada año más espesa. Pequeñas fábricas,

pequeños talleres, pequeñas y medianas empresas

con sus camiones, chatas, grúas, furgonetas

y los coches de sus directivos abriéndose paso

entre moteles y colectivos, arroyos secos y turbios.

Espíritu de la Juan B. Justo, de la Gral. Paz.

Para qué Gaona habiendo Warnes.

Atravesar ese pantano de ida o de vuelta

consume el día, pero si no va a haber retorno,

¡qué libertad más allá de las chimeneas, de los bloques

de viviendas raleando pasado el nudo de autopistas,

por encima de los techos de los cerrados chalets de piedra,

entre baldíos y piscinas, perros sueltos y atados,

convergiendo hacia el punto de fuga de las nubes!

Caminando toma tiempo; pero así el espejismo

puede aguantar todo el día que tenemos por delante,

mientras los bólidos de la avenida, en paralelo, 

nos dejan atrás corriendo como si acabaran de atropellarnos.

Distancia irrecuperable porque es temporal,

período definitivamente entre paréntesis.

La vergüenza de matemáticos e historiadores.

Examen suspendido. Si apareciera ante nosotros

cualquiera de esos murales de detrás de los Urales,

tan futuristas en otro tiempo, con vestigios en Berlín,

¿preferiríamos derribarlo o intentaríamos

reconocernos en esas coloridas sombras suyas?

Doloridas sombras. Levantar esas pantallas

fue nuestro oficio y nuestro papel, ya quemado,

encabezar la marcha hacia la toma del jardín que guardaban.

Marchamos ahora hacia el oeste, hacia el futuro, mirando

el crepúsculo que no retrocede, señalado

por la barrera al pie del vacío andén. Otro fiasco.

Tren perdido. Condenados a la retaguardia,

dejamos a nuestras espaldas las ruinas de una vocación

más alta aún que las percudidas torres acechadas.

Diciembre 2016