
Sólo el músculo perfecto.
O la mirada insinuada
en los ojos del capitán.
O el vigor del torso equino.
O el pliegue de la chaqueta
sobre el rígido uniforme.
O el retórico ademán
del brazo tendido al sol.
La actitud de la cabeza
por encima del bicornio.
La torsión del cuello guiado
más que el cuero de la rienda.
La firmeza de los hombros,
mayor que la de la piedra.
El ángulo de la rótula
sobre la copia del hueso.
Evocación y presencia.
Del fondo de los corrales,
a través del terciopelo
de reservadas butacas,
del aire desempolvado
para uso de los salones,
del eco de los discursos
galopantes, algo llega.
Posado sobre los pómulos,
el puente de la nariz,
las ancas encabritadas,
el pecho condecorado,
como la tierra del poncho,
la grasa de la montura,
bajo la piel de la piedra,
del cuero sucio, algo queda.
Filtrado en los recovecos
de la masa trabajada.
Dentro del pliegue o la curva
hendidos en la dureza.
Como un hálito posado
sobre el obtuso aire grave.
Con la pronta ligereza
de las ruinas despejadas.

Caricaturas y ejemplos
confundidos en la gesta
de martillos y cinceles,
modelados y vaciados.
Algunos, fuera de filas,
algunas partes de algunos,
algunas, inesperadas,
algunas piezas se salvan.
Como restos del Titanic,
emergen del tiempo hundido
al espacio oxigenado:
ancas brillando en la lluvia,
un sable cortando el sol,
la mano firme en la rienda,
el mentón que no vacila
o el pecho a modo de escudo.
¿Fueron así alguna vez?
Así los imaginaron,
creídos, los ideales
de su historia desmentida.
Si algo llega, si algo queda,
no viene de lo ordenado
cumplido, sino del roce
casual del viento y la manga.
De ese delirio sinfónico
de oradores con espuelas,
en el eco polvoriento
de sus frases esculpidas,
alguna nota precisa,
discordante, sobrevive.
Fotograma lapidario
entre restos desteñidos.
Napoleón a caballo
era la huella del día.
Su sombra rasga el ocaso
y tizna a sus seguidores.
Detrás de todos sus triunfos,
posan rígidos, de guardia.
Si alguna medalla brilla,
es una crin que flamea.
19–23.3.2022







