
De menor a mayor
La canción es la forma rotunda de la música. Cuanto más rica y sólida es la tradición en que se asienta, menos debe meditar en su estructura y mejor puede colmarla, siendo así capaz de acoger todo tipo de experimentaciones, como los standards en el jazz. Y ofreciendo una satisfacción más inmediata que otros géneros musicales, al resultar reconocible incluso cuando es desconocida.
Jugar a pensar
Los niños empiezan a hablar imitando, pero luego, al empezar a hilvanar frases con sentido, también lo hacen así y utilizan inflexiones orales persuasivas, tonos expresivos y acentos enfáticos que de algún modo ponen en escena el despliegue de la razón, aunque no necesariamente se corresponden con el contenido de sus argumentos. El desarrollo de la lógica adulta supone la progresiva corrección de este desajuste, pero nunca está acabado el trabajo de la razón: más adelante, ya alcanzada la mayoría de edad, de modo más discreto, por eso más engañoso y ya no cómico, se sigue haciendo lo mismo. Los pensamientos se formulan en una imitación del pensar practicada a través del estilo, que sostiene las afirmaciones mediante la forma, aunque más allá de ésta nada haya que las sostenga. Ficción, pero no fingimiento del pensar: jugar a entender, a penetrar lo que así tan sólo se modula, conduce al accidente que interrumpe el proceso y de golpe, de ese golpe, en un sobresalto, a veces arroja una idea.
Tinta invisible
Las ideas dependen de las circunstancias y del modo de adaptarse a ellas. Luego quedan como convicciones, a veces fosilizadas. Se afirman verdades que serían otras si la perspectiva que forzó su surgimiento hubiera sido diferente, el éxito en lugar del fracaso, por ejemplo, o viceversa. Cada uno extrae sus principios de las encrucijadas y desvíos –en mitad del camino de la vida, no en el inicio- en los que cae, sin experiencia, como reacción necesaria a esos azares contrarios, acosado por la necesidad para elaborar unas máximas cuyos orígenes, como los de un capital mal habido, disimula incluso sin proponérselo, bajo la forma de apariencia suficiente que debe darles para enunciarlas y que sirvan así de dique al desconcierto, convenciendo a otros incluso tal vez sólo imaginarios. Del lápiz a la imprenta, en imitación de lo firme por auténtica precariedad.

La arena acumulada
Generación: la cultura de mi tiempo es la del tiempo de mi vida, nacido en 1964, con una prehistoria localizable en lo que dio a luz lo nacido entonces y desde ahí una historia que tiene su infancia en los 60/70 y se asombra de cómo los ecos y obras de la época persisten en la difusión de souvenirs (discos, películas) y en la evocación de quienes la vivieron, mitos para los más jóvenes, historias de esos viejos raros a los que se ve sobreviviendo, como en SarraZine (Balzac), dentro del aura de su fama. “Eran los muertos los que hacían vivir aquella época: discos grabados décadas atrás, películas rescatadas de las tijeras de los censores y las trituradoras de los productores, libros prohibidos cuando tenían vigencia…” Así podría expresarse, a propósito de los años de mi madurez, quien viera en ellos el tiempo de una decadencia pero no el origen de la pendiente.
Lo que la noche le oculta al día
Música, reducida a la función de animar y reanimar, en vivo o grabada, en la reunión cuerpo a cuerpo o en la diaria coincidencia de los cuerpos en un plano. Función del ritmo: mantener a flote lo que desanimado se hundiría. Función de la melodía: fijar un motivo replicable a falta de razón que lo sostenga. Función de la armonía: blindar el conjunto desde dentro para que nadie se quede fuera. Consecuencias del blindaje, la fijación y la mantención: sordera al contrapunto, anulación de la disonancia, descomposición imperceptible en la masa sonora. Imposibilidad de toda progresión. Abajo el infierno y arriba una nube empeñada en mantener la tierra a flote. Ni siquiera estructura cíclica: loop, giro repetido en el que a cada vuelta se olvida para perder la conciencia y que pueda lo sabido de memoria retractarse justo un paso antes del abismo, sobre el que se pierden los sonidos y los ecos que exceden la función conservada.
Negro sobre blanco
El ejercicio de la virilidad es un acto de decisión. Lo femenino se abre y se cierra, invitación o posibilidad, suspendido en esa ambivalencia radical de una puerta siempre entreabierta que se hace reconocer precisamente por la ambigüedad de su actitud y de sus gestos, unos signos que cabe interpretar y en consecuencia permiten decidir. Entonces, “el hombre propone”, como dice el refrán, que suele completarse con la rima y el eco: “y la mujer dispone”. Pero en esa restitución del equilibrio se pierde lo esencial, que viene de la diferencia y se dirige al no ser de cada uno, atravesándolos: más allá hay la resistencia de un tercer cuerpo, de uno u otro orden, o la incertidumbre ajena a ambos de la que acaban de intentar apropiarse. Precisamente “arrebato” se llama a veces a este enlace, a menudo furtivo e incluso necesariamente furtivo. No es lo que ocurre en la intimidad del hogar, sino lo que arde en el fondo del armario.