Micrópolis

Asedio de La Rochela (1627-1628)

I Delfín

No sé si gallo o pavo real,

tiburón o pez espada,

pero ni aun la partida ganada

le quita el temor al viejo mal

que le manda vivir para

cuidarse el culo y salvar la cara.

27.11.2023

II La Rochela

Mi mente es la torre en que almuerzan los mosqueteros

para ganar una apuesta y conversar en paz

en medio de la guerra. Rechazando a terceros,

apuntan a sus rivales y a los que son más

los echan a menos, atendiendo a los lejanos,

que discretos se deslizan fuera de su alcance

y difíciles de ver desde esa altura. Vanos

son los asaltos de los locales y su avance

vertical, desde el que caen, pero los ausentes

amenazan las posiciones más delicadas

y en ellos concentran su estrategia. Así, mi mente

aloja un pensamiento guardado por espadas

y bien alimentado, que el campo de batalla

considera inferior al tablero del que calla.

25.11.2023

III Moderado

Afrancesado en el trato,

ibérico en la costumbre,

no fía a luces ni a cumbres

su suerte, sino al mandato

del que reniega al hablar

pero obedece al callar,

solidario de lo oscuro

mientras enciende otro puro.

No da razón sacar pecho,

pero así marcha derecho.

25.11.2023

El atareado pueblo de Brueghel el Joven

IV La construcción del estado

Reyes, presidentes y ministros de finanzas

coinciden en la imposibilidad de cumplir

el deseo del pueblo, con sus cantos y danzas

invocando un reino puro que no va a venir.

La ley sólo se cumple aquí abajo haciendo trampas

que nunca son suficientes, igual que tampoco

lo son panes y peces, ni pueden ser las rampas

tan limpias como querría el arquitecto loco.

Hay que trabajar para ganar y gastar más

y ahorrar algún dinero, pero no fuerza alguna

que pueda cotizar alto en épocas de paz.

Y si el oro desborda los canales de mármol,

fundir un mínimo y guardar lo duro en su cuna,

al fondo de la mina, como raíz del árbol.

17.12.2023

V Un fenómeno puntual

Lo que viniendo de mí

no llega a ninguna parte,

como una especie de arte

perdido desde el nacer,

será como lo que vi,

con unos ojos aparte,

fugaz, desaparecer.

Era luz, color, placer,

pero, después del descarte,

no viene más por aquí.

17.12.2023

VI Oficial de enlace

Vincular lo menor a lo mayor,

inclinar lo más alto a lo más bajo,

es la mitad del trabajo

que hasta haciéndolo a medias él sabe hacer mejor.                  

Mano derecha franca, mano izquierda sutil,

pasando entre acantilados,

disuelve los glaciares enfrentados

y desarma incluso a la guardia hostil.

17.12.2023

Las muchas caras de un hombre de estado

VII La acción de gobernar

Un hombre normal no ejerce el poder,

que transforma al que alcanza su ejercicio.

Si es de origen popular o patricio,

poco importa detrás del parecer.

El que tiene la llave y cerradura

encuentra y así pasa al otro lado,

abandona el espacio perpetuado

por las leyes de la paz que no dura.

Cuando se adentra en lo desconocido

del futuro prometido a la historia,

se separa de los que representa

como el sueño que cae en el olvido.

Desde esa soledad de la victoria,

maniobra y dicta. Y en ella revienta,

dejando a sus espaldas una duda

ajena a la certeza general.

Su experiencia no es universal

y para comprenderlo eso no ayuda.

26.11.2023

VIII Un fenómeno desapercibido

Soy un caso singular,

pero no de destacar,

si juzgo según el caso

que me hacen. El rechazo

no me explico por mis actos,

aunque la falta de impacto,

tampoco. Muy ejemplar

no debo ser y, si impar,

destinado a lo que sobra.

He allí el autor y su obra.

12.12.2023

IX Comité de sanidad

Hoy castran como ayer apedreaban.

Pequeños sacerdotes de paisano.

Cargue piedras, papel o tijeras, esa mano

viene y vuelve a envolver, aplastar o separar

el miembro impar. El mal que condenaban

sigue vivo. Queda un margen de azar

debajo del soberano.

18.12.2023

Notas al margen del discurso en curso

X Cierre de campaña

Estas experiencias no pueden ser transmitidas

a los que no las esperan: sordos electores

que delegan en raudas imágenes sus vidas,

planas como las pantallas ante sus sillones.

19.12.2023

XI Un fenómeno discreto

Saber pasar desoído

si he de seguir ignorado

es un destino indicado

que puedo ver ya cumplido.

Si no espero, habré partido

y así estaré en otro lado

donde uno y otro costado

conmigo se habrán reunido.

Así algo habré aprendido

después de ser olvidado.

13.12.2023

XII El acto de escribir

Lo que se hace sin lector, grabar

sobre la piedra ciega

signos cuneiformes para el radar

de un futuro estratega,

cambia como el mar cuando se despliega

y se contrae, al azar

medido por aquel que se repliega

en el gesto de fijar

mientras afirma lo que todo niega.

No la letra, sino esta hendidura

en la tabla ya no rasa

desde esta herida por la que supura,

expulsada de su casa,

la savia silenciosamente pura

e inocente de la raza

precipitándose hacia su locura,

pendiente hasta que uno traza

la marca que separa mal de cura.

27.11.2023

Los desiertos obreros 4

El «Esqueleto» de Ciempozuelos (Madrid), demolido el 19 de octubre de 2023

Para Carla a la intemperie

Deconstrucciones

De una obra abandonada al sur del mundo

es posible extraer sobre todo sospechas. 

Aunque puede que valgan más los materiales,

en vías de extinción en todo el mundo

y de desaparición, por eso, en las viviendas deshechas.

El esqueleto de un sueño vendido se alza contra el telón

de fondo de la última escena, donde al incendio

final de cada tarde sobrevive, todo hueso

ya negro entre pliegue y pliegue de la carne a medio hacer,

montada escenografía para la estéril jornada a la espera,

la perfecta encarnación de lo abstracto abortado,

con sus muñones expuestos como una confesión

interrumpida, en suspenso entre la duda

y el arrepentimiento, dos maneras igual de lamentables

de errar sin por lo menos haberse guardado la orden de destino. 

El espectro de la cuadrilla alineada sobre la viga

en las alturas convertida en comedor

pende sobre nosotros, que sin siquiera un trabajo que perder

pasamos bajo las cortadas escaleras canturreando

cada uno un pedacito de melodía

a falta de otro alimento más sólido. Cerca de la estación

del suburbio del que nos separa todavía una larga caminata,

se yergue otro semiedificio y más allá otro más, igual de torcido

en su desvío de la voluntad de beneficio

que el que le sigue y aquel que lo anunció, dispersas estacas

de tiendas vagas y desgarradas como nubes

atravesadas en el cielo de poniente, nunca amarradas

a tierra alguna. Pesan los zapatos, liquidados por el rastro

de sus auscultaciones, pero así caen los pasos

uno tras otro, arrastrados por los talones precedentes,

hacia el abismo desplegado en horizontal, que borra el suelo. 

Crisis del ladrillo, de la fe en las alturas, de la idea

tomada como piedra o fundamento, del árbol

concebido para dar cuerpo al entendimiento en sazón.

Últimos puestos antes de las afueras desaforadas, mangrullos

de guardia ausente, de tablas y andamios bailando

donde nosotros pisábamos firme, muñidos de herramientas

y nociones tangibles. Embarcados. Ya desde aquí lejos

reconocemos el llamado de la sirena y, en el eco perdido,

la medida del hueco abierto por la mano sin huellas.

Nada saludamos en esos vanos interlocutores

que aquí y allá, desparramados ante el horizonte

a pesar de su verticalidad, atravesados

por el hielo limpio del paisaje que se les escapa,

abren las bocas desdentadas de sus ventanas sin terminar,

de sus puertas obstruidas sin revoque. Cuando pasamos

por delante o por enfrente de sus fachadas ciegas, 

siguen siendo desconocidos, imbautizados, engendros.

Diciembre 2016

La bicicleta perdida de Marcel Duchamp 1: La rueda inmóvil

«Desde que los generales no mueren a caballo, los pintores no tienen por qué morir ante el caballete.» (Marcel Duchamp) Rueda de bicicleta, su primer ready-made, anuncia el futuro retiro en vida del autor junto a la conservada potencialidad del movimiento, colocado entre paréntesis para ser puesto en marcha nuevamente en secreto y sólo revelado al final de su carrera: Étant donnés (1946-1966).

En Nueva York, en un rincón del MoMA, se encuentra detenida la rueda de bicicleta que Marcel Duchamp, entre las dos Guerras Mundiales, plantó invertida sobre un banquito para sorpresa, deleite o desconcierto de sus contemporáneos. Poco antes de la Caída de las Torres, yo mismo me encontraba en Nueva York y en el MoMA, ante esa rueda que otros turistas, a su vez, rodeaban. Bueno, no esa rueda exactamente, sino otra, igual de redonda, explicó la guía, aunque casi seguro no la otra, pensé yo, de la misma bicicleta, sino otra, otra cualquiera, con la que el mismo Duchamp, artesano, rehizo su invención una vez que el original, perdido, hubo rodado fuera de su alcance. Existen fotografías que muestran una de las dos piezas en la desordenada habitación de Duchamp, compartiendo el azaroso momento con otros adornos, herramientas y objetos de uso diario. Pregunté a la guía del grupo si la rueda giraba y ella, con la sonrisa de las maestras que han logrado abrir el pico de uno de sus polluelos, giró hacia mí y nos informó a todos que efectivamente ésa era la intención: cuando la rueda se expuso por primera vez se esperaba, contrariamente a lo habitual en este tipo de eventos, que los visitantes se acercaran a la obra y “participasen” poniéndola en acción; algo común en los tiempos que corren, ya aturdidos por el concepto de “interactividad”, pero no entonces, cuando empezaba a comprenderse que a los impresionistas había que mirarlos de lejos; de todos modos, en la actualidad toda participación estaba prohibida, debido al deterioro que el contacto, inevitablemente excesivo, terminaría acarreando al ready-made. Pensé que Duchamp no había reparado el Gran Vidrio, que cualquier obrero manual al menos tan calificado como él, aunque no tan renombrado, podría reconstruir o reponer lo que ya había sido repuesto y, halagado por el anterior reconocimiento de mi perspicacia, observé que aquí la conservación del objeto iba en contra del sentido de la obra. Sin una palabra, con una sonrisa china que la convirtió inmediatamente para mí en la curadora ideal de cualquier muestra, la guía dejó en suspenso ese sentido y en perfecto equilibrio el trabajo del artista y el del museo: crear y animar signos, proteger el legado cultural. Todo había sido dicho entre nosotros: en su estado latente, la rueda giraba; pero era demasiado tarde para que los visitantes, de hecho, la hiciésemos girar. El museo, ya cerrado en este sentido, protegía su propiedad, cuyo valor de reventa jamás podría restituir el hipotético obrero que la actitud de Duchamp autorizaba. Obra sin firma, la firma le era adjudicada por el establishment cultural y la arrebataba así a las masas, no sólo una vez sino a lo largo de todo el tiempo. Ante esta forma sutil de la censura, sólo cabe la ironía para ponerse a un lado e interpretar a la autoridad. Pues aquí, como en las religiones, la Obra, por inalcanzable, pierde su cuerpo para dejar el sitio a una imagen, la del objeto que no puede tocarse, y a un mito, su creador insustituible, que cierran el paso a lo anunciado. ¿Qué oculta y a la vez muestra el movimiento detenido, en la quietud consagrada del orden previsto, sino el paso del tiempo y con él, en su seno, el ascenso de lo pequeño que crece y la caída de Aquello que ya no se sostiene?

2002

De ocaso en ocaso, La decadencia del arte popular (2002-2018)

La biografía como desmitificación

El regreso de Truman Capote

En relación con el autor, la obra se encuentra siempre en el extremo opuesto al de la biografía y a menudo señala el sentido inverso. Lo que en la obra aparece destilado y transfigurado, despojado ya del sustrato circunstancial en que la inspiración pudo hallar estímulo, corresponde no a un origen que, por otra parte, cuando se trata de arte o pensamiento, no es la única fuente sino tan sólo uno de los muchos puntos dinámicos que alimentan toda una espesa red de referencias, sino al destino sugerido por la disposición, el desplazamiento y la sucesión de los signos distribuidos en el espacio creado. Desechadas las bases puestas en juego cada vez que se arrojan los dados de la interpretación sobre el tablero fijado por las reglas internas de composición en cada caso –la tradición, las tendencias de la época, los encuentros accidentales con otras disciplinas pueden ser algunos de los otros nudos-, lo que persiste como estrella y guía en el cielo oscuro de una configuración imaginaria es una diferencia irreductible a los principios que ordenan su discurso y que excede el resultado de su ecuación: no justamente el sentido, aunque éste determine las coordenadas de que es posible servirse para orientarse dentro de este movimiento, sino algo que ha logrado crearse más allá del círculo de las explicaciones posibles, por efecto del azar de las combinaciones ensayadas. Faro ilocalizable en la dimensión que precede a su aparición pero cuya luz irradia, sin embargo, la totalidad de sus partículas en el interior de ese espacio ajeno, el cuerpo que resulta del acoplamiento planeado pero impredecible entre sus núcleos generadores ni coincide con los cálculos ni se ajusta exactamente a las definiciones imaginables a partir de las premisas. Respuesta a un llamado excluido de las vocaciones rentables, al margen del efecto colateral de riqueza que puede producir en ocasiones, el signo singular que se ha trazado no sólo ilustra un mito sino que además proyecta otros, como, sin ir más lejos, el de su autor, en cuyo desciframiento por los hechos en los que ha dejado rastro se empecinan los biógrafos, aunque antes lo que logran es su disolución. Es decir, la evaporación de aquella nube a cuya sombra el objeto de la obra alcanza expresión y trascendencia, en nombre de las cuales la indagación había comenzado.  

Dos veces Virginia

La lectura de la biografía de un autor de vida difícil, marcado por la tragedia o por la simple desgracia, por circunstancias adversas o por estados de conciencia dolorosos o complicados, suele ser más deprimente que la de sus obras; los pormenores e interpretaciones tenazmente reunidos y elucubrados por los investigadores son parte del mismo orden de cosas que el rumor y la opinión, convenientes para la difusión de una obra pero enemigas de su verdad, que no se deja diluir, y caen más del lado del vaivén que procura la restauración de lo que la obra procura superar, o de aquello de lo que procura reponerse, a lo que quiere imponerse, que del que sirve a la catapulta para lanzar su carga sobre o en contra de la muralla enemiga. “El conocimiento del mal es un conocimiento inadecuado” (Spinoza). La multiplicación de caminos que alejan de lo esencial se produce hasta en las biografías escritas desde una justa admiración, en la medida en que falta lo que las justifica y hay que buscar en otra parte; pues ni el biógrafo más riguroso, ni el más dedicado, ni el más perspicaz podrían lograr que la suma de los hechos demostrables y los testimonios fidedignos diera alcance al significado siempre en fuga de una invención inesperada. Muchas veces el empeño en descubrir la vieja verdad padecida esconde la voluntad de desenmascarar para degradar. No es el caso de todos los que escudriñan una máscara impulsados por el deseo de ver a través de ella el emprenderla a martillazos contra su forma o su materia, ni el querer a toda costa fundirla o malvenderla. Pero, sin embargo, la honestidad tampoco alcanza a ofrecer un equivalente a la inexplicable o, mejor dicho, irreductible diferencia puesta de manifiesto por la obra concluida. Philippe Sollers, en su prólogo a los ensayos de La guerra del gusto publicado en 1994, ya lo dijo muy bien y puede repetirlo cualquier creador: “El prejuicio quiere sin cesar encontrar un hombre detrás de un autor: en mi caso, tendrá que habituarse a lo contrario.”

La crítica entusiasta

crítica
Satisfacción garantizada

Cierta crítica tiende más al mito que a la razón y es, en nuestro tiempo de comunicación publicitaria en continuado y caída de las identificaciones ideológicas, quizás la más habitual y tal vez, considerando las presentes circunstancias de la producción artística y cultural, también la más necesaria o, por lo menos, la que más se agradece. Pues a través de la transmisión de sus entusiasmos, ya basada en el énfasis, la insistencia o, sobre todo, la frase rotunda y penetrante como un slogan, logra acuñar mucha más moneda que distribuir entre fanáticos y aficionados de lo que es capaz de analizar su propio objeto de satisfacción, fingida o no, presentado en bloque a su percepción y de inmediato traducido a una clave, un sello, por su intervención y su aptitud para la síntesis. Tales resúmenes suelen ser torpes, como esas expresiones –“estado de gracia”, “necesario”, “imprescindible”- a las que recurre cuanto puede y cuya misma existencia, por otra parte, es una demostración del poder, más que de convicción, de legitimación del método que aun inconscientemente aplica. Pero su propia bastedad sirve quizás mejor que toda o cualquier sutileza a la función encomendada a sus redactores por sus respectivos órganos de difusión: como un animal superviviente, y lo es, de esta manera la crítica se adapta mucho mejor al medio, es decir, a los medios. Con lo que no resulta una exageración decir que el crítico así formado y empleado resulta mucho mejor como promotor que como crítico –aunque él no cambiaría una calificación por otra-, como lo prueba su repetida contribución a leyendas a menudo bien fundadas, o más bien dotadas de soporte, junto a las cuales difícilmente podría trazar las correspondientes historias plausibles y verosímiles cuya culminación es la obra aludida, o su autor. Sólo que, con tanto ícono como circula en la civilización contemporánea, es raro el ídolo capaz de sostenerse mucho tiempo una vez apagados los ecos de su aparición; esto deja el pedestal, más que vacío a menudo, bajo amenaza permanente de vacío y, en un mundo que desmitifica a sus figuras por exceso de presencia o las olvida, los encargados de suministrarlas no pocas veces llenan el hueco pasando por alto las faltas que a un espíritu crítico no se le escaparían. Si damos por cierto que, como escribió en otro siglo Lautréamont, “el gusto es el nec plus ultra de la inteligencia” y que, como se responde el acervo popular después de haber intentado la conciliación con el viejo argumento de que “sobre gustos no hay nada escrito”, “hay gustos que merecen palos”, tendremos que convenir en que más de una mano emplumada –por tradición conservémosle el atributo- arriesga la cabeza con cada uno de sus juicios. Sin embargo, como ocurría con los acusados en El proceso de Kafka, la sentencia y en especial su aplicación pueden quedar suspendidas por tiempo indeterminado a falta del brazo lo bastante fuerte y bien guiado como para dar a cada quien su merecido. Entre la violencia y la razón, el lazo siempre es secreto y, sobre todo, inesperado.

Reserva de Faulkner

faulknerEn el fondo, sabemos muy poco de William Faulkner; no de la obra, sino del autor. Él, sin duda, lo prefería así: ya opinaba que, de no haber nacido, algún otro lo habría escrito. Pero, de todos modos, hay un desequilibrio entre esta parca biografía, puntuada por anécdotas en general simpáticas o pintorescas, y la pasión transmitida por la obra, que delata una experiencia de una hondura cuyo origen desconocemos, así como nada de lo sabido alcanza a compensar su intensidad. Lo que Faulkner escribió entre fines de los años veinte y comienzos de los cuarenta, cuando el caudal de su inspiración da la impresión de haberse apaciguado lo suficiente como para permitirle participar como pudiera en los conflictos contemporáneos, parece escrito bajo una presión apenas más débil que la sufrida por Quentin Compson debatiéndose con los espectros de todo Jefferson hasta dejarse caer a un río extraño y arrastrar por éste hacia el pasado. Pero lo distribuido en tantos personajes como pueblan el reconcentrado cosmos que es el condado de Yoknapathawpa tiene origen en un solo cuerpo, aun si el de aquel que sufrió el drama entero más que ningún otro en carne propia, verdaderamente acosado, fuera descrito por su padre literario como “un salón vacío lleno de ecos de sonoros nombres derrotados”, pues “él no era un ser, una persona, en una comunidad. Era un cobertizo lleno de espectros tercos que miraban hacia atrás y que –después de cuarenta y tres años- no se habían repuesto de la fiebre que había curado el mal”. El relativo graduar el paso de Faulkner en su producción durante su segunda etapa, desde fines de los años cuarenta hasta su propia caída fatal, esta vez desde el lomo de un caballo, podría ser también un síntoma, positivo, de la curación de una herida muy lenta, tanto como apremiante había sido la urgencia en tratarla, en cerrarse y cicatrizar de una vez, como la tinta que se seca por fin sobre el papel.

bourbon

Perspectiva inversa

espejo
No hay espectáculo como el público

Tradicionalmente la crítica se ocupaba de los objetos de arte que se ofrecían al público y procuraba guiar a éste tanto a la apreciación de aquellos que pasaban su examen como a la condena de los que no. Desde que las voces autorizadas han sucumbido al reinado de la opinión, es decir, desde que el público ha dejado de hacer caso a la crítica para ejercerla él mismo a su manera no especializada, o sea, desde que al haber tantas críticas como críticos la crítica misma casi ha desaparecido por el desprestigio de su función, son más de una las barreras que se han levantado: entre público y artista, al imponerse aquél como razón de ser de éste; entre obra y público, al pasar a ocupar éste el centro de atención; y entre narcisismo individual y colectivo, al no tener aquél más que fundirse en éste para ser aceptado. Los objetos producidos en contexto semejante desalientan la crítica, que prefiere renunciar a interesarse en el arte del aficionado ansioso de reconocimiento. Pero, al faltar su concurso y las líneas divisoras que traza, es finalmente el propio público, siempre igual a sí mismo, el que cumple todos los papeles y ejecuta todas las funciones, tanto de creador que debido a su formación sólo sabe imitar como de admirador que lo es fatalmente para exaltar su propia persona o de “juez último” –democrático crítico absoluto- cuyo veredicto, eximido de toda razón suficiente, es tan ambiguo como inestable y así incapaz de fundar escuela alguna. En esa ausencia de cátedra, librado a sus recursos –interactividad, participación, selfies, redes sociales-, el público toma la escena para intentar hacer de sí mismo el objeto de su deseo. La anulación del circuito por el que éste se desplaza, con sus intérpretes tanto dramáticos como críticos, pues la crítica es interpretación, es el horizonte último de la constante crisis de representación de las sociedades actuales, perseguidas por su condición de referente en su frustrada carrera hacia el rol de significante. Es la oportunidad de dedicarse a lo que no se hace por sistema, o sólo en el campo de la sociología: la crítica no aduladora de este nuevo artista fracasado en su momento triunfal, cuando no queda margen para comentarios entre las obras y las visitas que colman su continua exposición.
reciclar

La obra o la vida

PASOLINI
Una desesperada vitalidad

En relación con el autor, la obra se encuentra siempre en el extremo opuesto al de la biografía y a menudo señala el sentido inverso. Lo que en la obra sólo se encuentra destilado y transfigurado, despojado ya del sustrato circunstancial en que la inspiración pudo hallar estímulo, corresponde no a esta clase de origen, que por otra parte, al tratarse de arte o pensamiento, no es la única fuente sino tan sólo uno de los muchos puntos dinámicos que alimentan toda una red de referencias –la tradición, las tendencias de la época, los encuentros accidentales con otras disciplinas pueden ser algunos de los otros nudos- puestas en juego cada vez que se arrojan los dados de la interpretación sobre el tablero fijado por las reglas internas de composición en cada caso, sino al destino supuesto por la disposición, el desplazamiento y la sucesión de los signos distribuidos dentro de ese campo: no exactamente al sentido, aunque éste determine las coordenadas de que es posible servirse para orientarse dentro de este movimiento, sino a lo que ha logrado crearse más allá del círculo de las explicaciones posibles, faro ilocalizable en la dimensión previa a su aparición cuya luz irradia sin embargo la totalidad de sus partículas dentro de ese espacio ajeno. Respuesta a un llamado excluido de las vocaciones rentables, al margen del efecto colateral de riqueza que puede producir en ocasiones, no sólo ilustra un mito sino que proyecta otros como, sin ir más lejos, el de su autor, en cuyo desciframiento por los hechos en los que ha dejado rastro se empecinan los biógrafos, aunque antes lo que logran es su disgregamiento.

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La espina en la carne

La lectura de la biografía de un autor de vida difícil, marcado por la tragedia o la simple desgracia, por circunstancias adversas o estados de conciencia dolorosos, o complicados, suele ser más deprimente que la de sus obras; los pormenores e interpretaciones tenazmente reunidos y elucubrados por los investigadores son parte del mismo orden de cosas que el rumor y la opinión, convenientes para la difusión de una obra pero enemigas de su verdad, que no se deja diluir, y caen más del lado del vaivén que procura la restauración de lo que la obra procura superar, o de aquello de lo que procura reponerse, a lo que quiere imponerse, que de del que sirve a la catapulta para lanzar su carga sobre o contra la muralla enemiga. “El conocimiento del mal es un conocimiento inadecuado.” (Spinoza) La multiplicación de caminos que alejan de lo esencial se produce hasta en las biografías escritas desde una justa admiración, en la medida en que falta lo que las justifica y hay que buscar en otra parte; pues ni el biógrafo más riguroso, ni el más dedicado, ni el más perspicaz podrían lograr que la suma de los hechos demostrables y los testimonios fidedignos diera alcance al significado siempre en fuga de una invención inesperada. Muchas veces el empeño en descubrir la verdad padecida esconde la voluntad de desenmascarar para degradar. No es el caso de todos los que escudriñan una máscara impulsados por el deseo de ver a través de ella el emprenderla a martillazos contra su forma o su materia, ni el querer a toda costa fundirla o malvenderla; sin embargo, la honestidad tampoco alcanza a ofrecer un equivalente a la inexplicable o, mejor dicho, irreductible diferencia, precisamente, puesta en evidencia por la obra concluida. Philippe Sollers, en su prólogo a los ensayos de La guerra del gusto (1994), lo dijo muy bien y puede repetirlo cualquier creador: “El prejuicio quiere sin cesar encontrar un hombre detrás de un autor: en mi caso, tendrá que habituarse a lo contrario.”

 

urna

Taller literario

tipos
Materiales de trabajo

Momento de una fuerza. Una idea es algo que se sustrae a la opinión pública antes de que ésta produzca consenso. Por eso su aparición es fulgurante: hay que apoderarse de ella justo en ese momento en el que los actores sociales vacilan a la espera cada uno del otro, durante ese instante en el que todos ellos ceden un turno que nadie toma, precisamente en reconocimiento no de una persona sino de una instancia que, como el cemento entre los ladrillos, una especie de vacío, es la que determina su estar juntos, o su condición de pared. Una idea es el ladrillo que se sustrae a ese muro y permite mirar a través de él.

Para guionistas y dramaturgos. Entrar a un teatro es salir de un laberinto. Todo escenario es un plano inclinado. La novela es un teatro en conserva. Bajo la lógica de la acción, cuando las cosas caen por su peso, el laberinto se vuelve camino. Bajo el imperio de la apariencia, cuando el relato rechaza el análisis, la narración se estanca. ¿Cuántos actos son necesarios para llevar a su conclusión una escena, cuántas páginas puede una obsesión interponer entre un planteo y su desenlace?

Cómo tramar historias. Hay que enlazar las apariencias con los sentidos como si las caravanas pudieran beber en los espejismos.

Unidad de la sustancia. El movimiento que define la forma y el pensamiento que aclara el contenido son uno y el mismo.

Forma y circunstancia. Las cuestiones formales pretenden ser esenciales, encarnar la esencia misma del arte, pero son las más determinadas por las circunstancias. Todo aquello que aspira a definirse en una forma –poesía, música, pintura y demás- pretende ser o alcanzar una esencia, pero una forma no es una esencia ni aun si la expresión no encuentra mejor forma de transmitir esencia alguna. Por eso, cuando una forma alcanza lo que cree su esencia empieza a empobrecerse. Lo que gana en autonomía lo va perdiendo en significación al devenir cada vez más parecida a sí misma en cada una de sus manifestaciones. Y en esa imitación de una idea de sí, antes que a la igualdad con lo que cree su propio ser, llega a la parodia de lo que fue su propia expresión.

Crítica. El pensamiento se hace con ideas ajenas. Cuando se cree tener ideas propias, se deja de pensar.

Solipsismo. Cuando a alguien no le importa hacerse entender, es que le basta con sus propios signos.

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Sujeto a interpretación

La criatura creadora. Crear es ir más allá de la experiencia, ya que la experiencia es el acontecer condicionado y los condicionamientos se padecen: se desea ser creador para dejar de padecer. Pero ninguna obra de criatura puede ser pura creación, en la medida en que también es expresión; aun así, toda confesión ha de entrañar una teología. Piglia: “El genio es la inexperiencia.” ¿Fuego siempre amenazado por la lluvia que abona la tierra? Dificultades vitales: yo sé navegar por las estrellas, pero el comercio se hace en los puertos.

Orden. Junto a las notas, los apuntes y los fragmentos debe existir la obra acabada, como el monumento en medio de los restos y el cociente a la derecha del resto.

A narradores y fotógrafos. No te pares delante de lo que quieres mostrar.

Show business. Un gran espectáculo ilustra un gran relato o no es más que el monumento a su propio concepto.

Modelo. La perfección es la apoteosis de las convenciones.

Contemporáneos. Hay dos tipos de clásicos que produce una época: los que se escriben durante su transcurso y los que ella misma consagra, aunque se hayan escrito mucho antes. Pero ni en uno ni en otro sentido toda época produce clásicos.

Al paso. Las ideas peregrinas llevan lejos.

Cosecha. Una idea se impone cuando pasa del campo intelectual al dominio de las costumbres. También inicia así su decadencia, tan prolongada como súbita fue su aparición. Pero es durante esa caída, comparable a la del hombre a la tierra, que rinde sus beneficios a la abandonada tribu.

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La biografía o la obra

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El otro, el mismo

En relación con el autor, la obra se encuentra siempre en el extremo opuesto al de la biografía y a menudo señala el sentido inverso. Lo que en la obra aparece ya destilado y transfigurado, despojado del sustrato circunstancial en que la inspiración pudo hallar estímulo, corresponde no a esta clase de origen, que por otra parte, al tratarse de arte o pensamiento, no es la única fuente sino tan sólo uno de los muchos puntos dinámicos que alimentan toda una red de referencias puestas en juego cada vez que se arrojan los dados de la interpretación sobre el tablero fijado por las reglas internas de composición en cada caso –la tradición, las tendencias de la época, los encuentros accidentales con otras disciplinas pueden ser algunos de los otros nudos- , sino al destino supuesto por la disposición, el desplazamiento y la sucesión de los signos distribuidos dentro de ese campo: no exactamente el sentido, aunque éste determine las coordenadas de que es posible servirse para orientarse dentro de este movimiento, sino más bien lo que ha logrado crearse más allá del círculo de las explicaciones posibles, faro ilocalizable en la dimensión previa a su propia aparición cuya luz irradia, sin embargo, la totalidad de sus partículas dentro de ese espacio ajeno. Respuesta a un llamado excluido de las vocaciones rentables, al margen del efecto colateral de riqueza que puede producir en ocasiones, no sólo ilustra un mito sino que proyecta además otros como, sin ir más lejos, el de su autor, en cuyo desciframiento por los hechos en los que éste ha dejado rastro se empecinan los biógrafos, aunque antes lo que logran es su disolución.

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Sólo hay un Johnny Cash

La lectura de la biografía de un autor de vida difícil, marcado por la tragedia o la simple desgracia, por circunstancias adversas o estados de conciencia dolorosos o complicados, suele ser más deprimente que la de sus obras; los pormenores e interpretaciones tenazmente reunidos y elucubrados por los investigadores son parte del mismo orden de cosas que el rumor y la opinión, convenientes para la difusión de una obra pero enemigas de su verdad, que no se deja diluir, y caen más del lado del vaivén que procura la restauración de lo que la obra procura superar, o de aquello de lo que procura reponerse, o a lo que quiere imponerse, que del que sirve a la catapulta para lanzar su carga sobre o contra la muralla enemiga. “El conocimiento del mal es un conocimiento inadecuado.” (Spinoza) La multiplicación de caminos que alejan de lo esencial se produce hasta en las biografías escritas desde una justa admiración, en la medida en que falta lo que las justifica y hay que buscar en otra parte; pues ni el biógrafo más riguroso, ni el más dedicado, ni el más perspicaz podrían lograr que la suma de los hechos demostrables y los testimonios fidedignos diera alcance al significado siempre en fuga de una invención inesperada. Muchas veces el empeño en descubrir la verdad padecida esconde la voluntad de desenmascarar para degradar. No es el caso de todos los que escudriñan una máscara impulsados por el deseo de ver a través de ella el emprenderla a martillazos contra su forma o su materia, ni el querer a toda costa fundirla o malvenderla; sin embargo, la honestidad tampoco alcanza a ofrecer un equivalente a la inexplicable o, mejor dicho, irreductible diferencia, precisamente, puesta en evidencia por la obra concluida. Philippe Sollers, en su prólogo a los ensayos de La guerra del gusto (1994), lo dijo muy bien y puede repetirlo cualquier creador: “El prejuicio quiere sin cesar encontrar un hombre detrás de un autor: en mi caso, tendrá que habituarse a lo contrario.”

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