
Para Carla a la intemperie
Calle desenmascarada
Lunes otra vez. La hora y el entorno, acribillados de colectivos,
nos resultan familiares. Pero no así el contenido de estos parajes,
ayer paisaje fabril sembrado de máquinas duchampianas,
hoy paseo comercial apenas repuesto de la resaca dominguera.
La calle Nueva York desaparecida con su histórica estampa
en las fauces provincianas de las liquidaciones voraces.
Las superficies titánicas alimentándose por sus puertas traseras
para pronto repoblar sus arboledas con vistas a la Gran Poda.
Cruzamos con cuidado el río sacudido por especies de feroces
depredadores obsesionados por las normas de tránsito vigentes,
desocupados disponibles en los escaparates de supernumerarios,
y secándonos al sol del vago examinamos nuestras existencias:
después de tanto andar hacia el infinito de limpios horizontes,
llegamos a este anillo de Moebius que cada urbe ahora lleva,
desposada por los portadores de los nombres favorecidos,
y a través de esa turbia red de anzuelos locales y extranjeros
pasamos ignorados, como peces ya pútridos para la caña,
considerando en frío, imparcialmente, la calle vaciada.
Aquí iban a pasar grandes cosas, aquí había hasta un hombre
propio del lugar. Aquí no queda pólvora ni vino, ni siquiera
el eco de una mala canción. The place lacking in interest.
Someday my prince will come. Desenterrada mazmorra.
Para cruzar este valle de lágrimas, como cualquier otro curso
de agua, has de buscar los vados y esparcir las piedras,
una tras otra, igual que Pulgarcito, aunque sin casa alguna
a la que volver. Sin casa alguna, porque el pueblo ha mostrado
sus cartas y sobre la mesa no se ve tu camino. Las afueras
desembozadas, el pueblo ausente y más allá, la inundación.
Después del diluvio. No recordamos, detrás de esa película
repetida proyectada sobre la seca superficie de la historia,
relieve en piedra, grabado a fuego, súbito calor incandescente
a través de la fogata aparecida de improviso entre los espectros
de las cosas acostumbradas por entonces, sino el impulso análogo
por el que hicimos nuestra entrada en la escena detrás de las batallas,
donde el sudor de la frente es invisible al igual que las barricadas.
Abiertas avenidas se entrecruzan al borde actual del campo raso,
como la tabla de nuestras enmiendas a la ley recibida. Más allá
no hay monstruos, sino vacío: espacio ofrecido al tiempo
para volcar sus novedades. Aquí ya todo está muy visto, tanto
que a pesar de los lanzamientos que continúan desplazándonos
hacia la nada con nuestras torpes herramientas, preferimos
quedarnos mirando el horizonte, confundidos con la nostalgia
de otros por el gastado transporte de madrugadas extintas.
La calle. Traicionera como una serpiente que no deja de crecer,
indiferente a la orientación de sus anillos. No vendrá a llevarnos
vehículo alguno a la obra en curso de ningún constructor. Refresca
el aire inhóspito de la autopista y no hay abrigo a nuestras espaldas.autopista,
La fe viene de atrás de la montaña, aun en este llano que enfrentamos.
Diciembre 2016



























