
Quita los retratos y las escenas de caza.
Vela las aristas. Diluye el contraste dado
y toma lo que se extiende. Allana las texturas.
Peina sábanas y cortinas, cuelga toallas,
chaquetas y corbatas hasta la rigidez
vertical de todas sus líneas sobre el plano
aéreo, el cristal ideal sin tercera
dimensión, de pie sobre el espacio que reposa,
y desliza despacio la puerta corrediza.
Deja todo en reposo. Ponle llave al armario
y empótralo en la pared. Píntala transparente,
blanquea la cerradura. No dejes indicios
de tus inclinaciones ni huellas en la alfombra.
Tamiza la luz hasta dejar su fuente helada.
Concentra bajo control el calor necesario.
Escena del crimen sin cadáver ni violencia.
Paisaje póstumo sin horizonte ni puntos
suspensivos ni de fuga. Planicie cerrada
por los cuatro cardinales. Perspectiva nula
de la retina pegada al cristal cual cristal
vuelto retina. Mirada contraída y plana,
fuera del ojo. Como se pliega un catalejo
reduciéndose a un lente indiferenciado y vago
a cambio de la neta superficie fijada.
Planos verticales, horizontales, oblicuos
y entre todos, así dispuestos, definitivo,
neutralizando la tensión entre los espacios,
el retirado terreno de una retirada
a la abstracción, al plan, al plano, desde el suelo
abierto y las abruptas pendientes encontradas.
Del verbo al sustantivo cubierto de adjetivos,
del paraje convulso y recargado de cuerpos
tramados entre sí en alianzas y antagonías
a convalecencia sin rehabilitación,
goteo imperceptible de los días de paso
junto a la cama bien tendida ante la pantalla
que exhibe y guarda las conflagraciones ausentes
en la ventana velada. Representación
en continuado, en trance, recapitulación
marginal de los deshechos, décadas, ciudades,
generaciones desenterradas. Hoy blanquea
tu heredado sepulcro, temperatura ambiente
dominada de la amplitud exigua. Recoge
los restos que dan peso. Con una dimensión
de menos se vive más: indefinidamente.
21–22.1.2024









































