Hacer dulce un rechazo fue una vez mi virtud.
Éste, seco, se sirve en el mismo mostrador,
pero del otro lado y acredita mis faltas.

Preferiría que me aplauda un mono
a trepar por el laurel
cultivado por semejantes manos.
Preferiría perderme en la selva
a caer en el jardín
donde se encuentran tales iniciados.
Si se imprimieran sus conversaciones
en lugar de los monólogos
detrás de los que saben esconderse,
habría escrito un libro de plegarias
para que el coro recite
y purgue en el altar de la impureza.
Preferiría beber de esa acequia
que de la fuente en el cruce
de diagonales de un tablero suyo.
Preferiría comer sobre el polvo
a sentarme en esa mesa
de miradas siempre en el plato ajeno.
Los pasos dados en ese terreno
se vuelven contra los pies
que se hayan dejado ver descalzos.
Los golpes dados en tal cuadrilátero
se devuelven eludidos
por sombras que bailan hurtando el cuerpo.
Preferiría rodar por la lona
a subir las escaleras
de esa academia de danzas cerradas.
Preferiría perder cualquier silla
a ganar en ese juego
y hablar la lengua de su reglamento.
Por eso declino la tentación
y contemplo la virtud
contraria de una música sin eco,
más acá del oído interesado
al acecho de rumores,
donde el becerro no tiene papel.
27.6.2021