
“José se llama Ricardo”,
me encontré haciéndome oír,
cuando empezaba a hacer frases
como hacían los mayores.
Remedaba el pensamiento
con mis trenzas de palabras
y al tropezar descubrí
el asombro filológico.
Yo era uno y era dos,
el primero y el segundo,
que además eran el mismo
y cambiaban de lugar,
de predicado a sujeto
y de estrella a acompañante,
aunque era difícil ver
quién era quién o qué eran.
Como verse en el espejo
y ser otro además de uno.
Ser uno y otro a la vez,
el del espejo y yo mismo.
Pero distintos y juntos,
sin el cristal de por medio.
Yo es Otro y juntos van
nosotros y ellos o vamos.

El acento redoblado
por la rota simetría
y la inversión de los nombres,
el que usaba y el que no,
agravaba agudamente
la noción desenterrada.
Sin haber leído a Mao,
analfabeto en la época,
revolucionado supe
que uno se divide en dos.
No se fusionan en uno
dos, sino que, dividiéndose,
uno, yo, se multiplica
por dos: el primogénito
“más fuerte que el soberano”
y el segundón, a su sombra,
anunciando “añadiduras”.
¿Qué significan reunidos?
¿Por qué van juntos? ¿A qué?
¿Por qué, una vez descubierta
su dualidad, en mí viven
su condición de siameses?

En la guerra de Ricardo
sólo contaban los muertos.
Su nombre, su obra y su tiempo,
para inscribir su leyenda.
Del epitafio nacía
el rastro en que se buscaba.
Poco escrito o pronunciado,
José lustraba las lápidas.
De cornudo de Dios padre
a Padre del Hombre, el paso
no se dio, en mi perspectiva,
hasta caer del caballo
quien creía en la victoria
de la piedra sobre el polvo.
Caballero y escudero,
a la par sobre el camino,
intercambiaron sus armas
y el humilde al derrotado
sirvió de espada en la lona
y el derrotado al humilde
sostuvo frente al ingrato.

Entre estos dos he vivido,
asombrado del espacio.
“La soledad me ha forzado
a hacer de mí un compañero”,
leí y vi que “el cigarrillo
es el tierno compañero
del preso”, que se consume
demorando pedir fuego.
Colillas de igual tabaco,
astillas del mismo palo.
El empeñado en firmar
y el solapado heredero
tienen el mismo destino
con caracteres distintos
escritos sobre mi espalda.
Yo soy los dos, dividido
por la conciencia de serlo:
el bautizado con fuego
y el descubierto más tarde,
reconocido después,
suplente como yo mismo
con mis dos nombres usados,
del vacío el habitante.
31.10–3.11.2022
NOTA: «La soledad me ha forzado a hacer de mí un compañero» y «El cigarrillo es el tierno compañero del preso» son frases de Jean Genet.



