
Conversación con un escritor. Muchos personajes de la novela en que trabaja están basados en personas de su familia y amigos suyos. Teme el momento en que lean la novela y se reconozcan, o más bien las imprevisibles consecuencias de ese momento de reconocimiento. ¿Se enfadarán, se disgustarán al verse en el espejo que él les habrá puesto delante para entonces?
Yo no conozco a ninguna de estas personas, pero la historia de la literatura, o de su entorno, está llena de anécdotas por el estilo. Se recordará cómo Truman Capote, en la cima de su carrera, perdió la amistad de una tras otra de las celebridades cuyos retratos, inmediatamente reconocibles sobre todo dentro del estrecho círculo en el que todos ellos se movían, colgó a lo largo de los pocos capítulos de su novela Answered Prayers que dio a conocer; sólo Tennessee Williams, quizás porque también era escritor y había hecho lo mismo alguna vez, toleró el espectáculo por escrito de su intimidad súbitamente expuesta y no se enemistó con su par. El autor con el que colaboro en este proyecto quizás indiscreto no es tan conocido ni lo son sus modelos, pero no por eso consigue despreocuparse del todo ante la posible acusación de traición ni resignarse a la eventual incomprensión de los suyos; “Kill your darlings”, aconsejó Faulkner, pero es duro avenirse a seguir el consejo.

De todos modos no es éste el mayor problema que nos ocupa, sino un capítulo que es necesario, ineludible reescribir. Por un momento la fatiga, el desaliento ante la idea de rehacer un abrumador trabajo concluido parece abatir al cansado autor; no sé cómo se me ocurre decirle que no acometa la tarea como quien debe cumplir un pesado deber, sino llevado por el justo espíritu de venganza que sus personajes han atraído sobre ellos al obligarlo a volver a ocuparse de sus vidas. Es la ocasión de darles lo que se han ganado a pulso, no con violencia ni maldad ni crueldad, claro está, sino con una sonrisa, divirtiéndose, sobre todo teniendo en cuenta que después es tan probable que se lo cobren. La perspectiva resulta tentadora: de nuevo sus ojos brillan, no puede reprimir una pequeña sonrisa, quizás el comienzo de la que hace falta para consumar la pequeña venganza que se impone. Me gustará leer ese capítulo.
Y no por maldad, sino todo lo contrario. Porque muchos personajes nacen así: en el principio es la agresión, el ataque concreto a la realidad concreta que es algún individuo real; alguien que está ahí para frustrar, herir o incomodar a otro que de pronto esgrime la denuncia que no puede presentar en tribunal alguno. Es el propósito de desenmascarar, de exhibir lo que le ha sido escondido, lo que de a poco, según escribe, va convirtiéndose en algo mejor, así como la denuncia va refinando su grotesco trazo grueso para herir más hondo la imagen atacada y tropieza de pronto con la roca, la inesperada verdad ajena que sin embargo es el tesoro que lo esperaba y ha encontrado. Y del modelo al retrato el mismo proceso se cumple: la violencia inicial de la caricatura hace caer la fachada social, pero al desnudar la incómoda verdad que esa fachada aislaba y colocarla en cambio en un sitio ejemplar el trabajo literario trasciende el impulso agresivo y acaba produciendo un valor. Fatalmente devuelve bien por mal.
Cosa que a veces puede ser desconsoladora para los que escriben, que no son santos, pero han de recordar entonces que tanto ellos como sus modelos, en la realización de una obra, están ahí para servir a un fin superior. “La Oda a una urna griega vale más que un montón de buenas señoras”, dijo Faulkner en otra ocasión. Y aunque lo dijo un cineasta, Jean-Luc Godard, sobre lo que él quería captar al encender su cámara, vale también para definir esa presencia que surge desprovista de su armadura cotidiana cuando se logra realmente dar a luz un personaje: “lo eterno en su apariencia más frágil”, algo tan vulnerable como inamovible. La venganza consumada es este robo a los dioses.
Excelente material. Muy buena reflexión. Me es muy útil en estos momentos. Un abrazo fuerte.
Gracias, Iris. La idea es que no es sobre el papel, o ante la pantalla, donde hay que contener la agresividad sino al contrario, dejarla brotar porque allí encontrará espacio para abrirse otro camino.
Si vuestras dudas persisten llegado el momento de avenirse a seguir el consejo de Faulkner, el mismo Faulkner puede daros una pista cuando solia decir a aquellos que no entendian su escritura de leerla una y otra vez hasta dar con ella. El temor o la tentacion de herir, segun la intencion, existe al abordar una tal tarea, cuestion, en parte, de evitar un enfrentamiento de subjetividades. Al tender el espejo de sus vanidades a algunos de sus amigos, Truman Capote tambien desnudo su intimidad, mas el ego de aquellos que se sintieron traicionados les impidio de verlo de este modo, al menos en lo inmediato.
Je vous souhaite bon courage pour la suite,
Daniel.
Merci, Daniel. Todo depende de entender bien el significado de «darlings», difícil de traducir literalmente con ironía incluida. Saludos,
Ricardo
Agradezco vuestra respuesta pues la misma da lugar a un feliz malentendido. La pista de Faulkner de la que escribi no hace alusion a su frase «in writing you must kill all your darlings», sino al hecho de transitar una y otra vez la misma senda, en este caso la reescritura del capitulo en cuestion, afin de mejor avanzar por la misma. Dicho de otro modo, que otra cosa queda por hacer, salvo reescribir ese capitulo? En su frase, Faulkner aconseja dejar de lado aquello que, a lo mejor por egoismo o apego excesivo del autor, iria en detrimento de la historia que se esta contando, mientras que Capote, «abusando» del juego de palabras, invierte el proceso y deja en su «Côte basque» lo que, a jucio de algunos al menos, deberia haber quedado fuera.
Cordialmente,
Daniel.