
El objeto de la literatura
se ha disuelto
como un azucarillo en el café.
¿Dulce negrura?
Ilegible entre tanto libro suelto,
no se lo ve.
¿Se habrá perdido
así la antigua comedia moderna
con el esclavo
privilegiado y hundido? Dormido
en prenda eterna
yace el verbo debajo del centavo.
Inmenso mediterráneo encantado
por la palabra
no dada sino extraviada en su orilla.
Venido a vado,
aunque al sol transversal su pecho abra
casi no brilla.

Desenterrado
friso de caravanas y batallas
detrás del canto.
Superficie o paréntesis delgado
sobre las rayas
de los carros pasando sobre el manto.
El culto a las euménides define
la posición
de la cultura, al margen de la escena
como en el cine
o debajo del diente del león
como la hiena.
Conversación
inclinada hacia el fondo de la mesa.
Alguien se explica
dudando entre razón e imitación
de la cabeza
que peina con las frases que fabrica.

Descenso de un dios empequeñecido
sobre las tablas
iluminadas por las marquesinas.
Entretenido,
permanece bailando con las diablas
entre las ruinas.
Paladeando
palabras como pétalos abiertos
bajo los párpados,
pasan años y cráneos rumiando
sus desconciertos
con la fe en los augurios de los bárbaros.
El sujeto al objeto móvil fija
representado
y ágil en el sentido que suspende
y el tiempo lija,
mientras él, cada vez más alejado,
ya se desprende.

Mal visto y dicho,
maldito y con mal ojo percibido,
lo malo atrae
sobre su rastro cuanto fue predicho
pero perdido
en el antiguo oído que decae.
Sentimiento, real e insostenible
pájaro mudo
por el cual se abandona la constancia,
piedra sensible
sobre el erguido territorio crudo
de la sustancia.
Montaña alzada
sin magia ante los dedos que maniobran.
La ambigüedad
del diálogo consigo mismo nada
da a los que obran
según las rectas de la voluntad.
8–12.2.2024
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