
Para Carla a la intemperie
Marcha a coro
No para holgar ni regocijarnos sobre terrenos de cultivo estériles,
ni para usar como lecho la materia reservada a la edificación
o para entrar en el juego de las fieras por nuestra mano acorraladas,
y menos para entregarnos a la admiración sentada de lo que arde solo,
hemos puesto el pie en el camino y el camino a través del llano,
sino para inscribir, con piedras bien afiladas y regularmente hundidas
en el dócil paisaje indeciso que vamos dejando, orgullosos, de lado,
el recorrido definitivo, aunque el viento cubra de polvo nuestras huellas,
por el que este mapa existe y nuestros seguidores habrán de copiarlo.
Legionarios de baja, nosotros que reunidos herimos y sangramos
sin piedad ni terror ante los ojos de jueces bajo la misma amenaza
en Farsalia, Salamina, Maratón, Marengo, Lepanto, Waterloo,
hemos dejado nuestras fortalezas desguarnecidas hace largos años
y ni siquiera hemos recogido las tiendas de olvidados campamentos
entre los que aún florecen los campos nutridos por los rezagados,
para errar desembarcados lejos de las costas, como dentro del círculo
inagotable y azul del deshabitado centro del mundo, sobrevolado
por mensajeros y presagios, en flagrante y ostensible contradicción
con el principio a partir del cual tendimos puentes y talamos bosques,
abriendo el claro donde mostrar, de una conciencia por fin resuelta,
el designio y su cumplimiento, el signo y su proliferación acorde.
“Verás el mundo”, decían, “harás amigos”, decían, “tendrás oro”, decían,
“y mujeres”, agregaban, resumiendo en la última posesión toda riqueza,
pero nada podían decir, educadísimos propagandistas del imperio,
del país aún cerrado, ni del hermano ignoto, ni del súbito fuego en el río,
ni mucho menos de la esclava oculta entronizada hasta la deserción
por cada uno que supo defender, de un programa orientado a su retiro,
el destino leído por las cantineras en las líneas de su propia mano,
o cifrado en los dados por ésta arrojados al polvo casual, sobre la mesa
despejada de inmediato tras cada partida, al margen de en qué dirección.
Enrolados para huir del arado, para no ver pasar los dorados estandartes
inclinados junto a los bueyes recibidos en herencia, fatales como la lluvia,
marchamos sobre las ciudades dispersos, por vías separadas, paralelas
a pesar nuestro por lo común de nuestras historias, intercambiables
entre las sombras de los funcionarios, desembocamos bajo las chimeneas
más altas, las que se veían desde lejos, donde nada era asado excepto
las espaldas de los forjadores, acopiamos musculatura heterogénea
detrás de la rueda, bajo la grúa, sobre la palanca, dimos al brazo un oficio
y a la mano el valor de su multiplicación por los dedos, fina conciencia
depositada partícula a partícula, recogimos la bandera de Espartaco
desplegándola de fábrica a fábrica y con los mismos sentidos despiertos,
las consecuencias de las declaraciones formuladas en aquellos días.
Los veteranos reconocemos a nuestros semejantes aunque se escondan
y saludamos con discreción el aire de su retirada, testigos confiables
por haber sido acusados, con razón, de los actos que ahora toca callar,
deudos de guardia ante el abismo desde el que crece, recomenzando,
el círculo desplegado a partir de su azul recóndito sobre la llana extensión
desatada en el oleaje amarillo que crece y crepita elevado al cuadrado.
Diciembre 2016












