
Para Carla a la intemperie
Deconstrucciones
De una obra abandonada al sur del mundo
es posible extraer sobre todo sospechas.
Aunque puede que valgan más los materiales,
en vías de extinción en todo el mundo
y de desaparición, por eso, en las viviendas deshechas.
El esqueleto de un sueño vendido se alza contra el telón
de fondo de la última escena, donde al incendio
final de cada tarde sobrevive, todo hueso
ya negro entre pliegue y pliegue de la carne a medio hacer,
montada escenografía para la estéril jornada a la espera,
la perfecta encarnación de lo abstracto abortado,
con sus muñones expuestos como una confesión
interrumpida, en suspenso entre la duda
y el arrepentimiento, dos maneras igual de lamentables
de errar sin por lo menos haberse guardado la orden de destino.
El espectro de la cuadrilla alineada sobre la viga
en las alturas convertida en comedor
pende sobre nosotros, que sin siquiera un trabajo que perder
pasamos bajo las cortadas escaleras canturreando
cada uno un pedacito de melodía
a falta de otro alimento más sólido. Cerca de la estación
del suburbio del que nos separa todavía una larga caminata,
se yergue otro semiedificio y más allá otro más, igual de torcido
en su desvío de la voluntad de beneficio
que el que le sigue y aquel que lo anunció, dispersas estacas
de tiendas vagas y desgarradas como nubes
atravesadas en el cielo de poniente, nunca amarradas
a tierra alguna. Pesan los zapatos, liquidados por el rastro
de sus auscultaciones, pero así caen los pasos
uno tras otro, arrastrados por los talones precedentes,
hacia el abismo desplegado en horizontal, que borra el suelo.
Crisis del ladrillo, de la fe en las alturas, de la idea
tomada como piedra o fundamento, del árbol
concebido para dar cuerpo al entendimiento en sazón.
Últimos puestos antes de las afueras desaforadas, mangrullos
de guardia ausente, de tablas y andamios bailando
donde nosotros pisábamos firme, muñidos de herramientas
y nociones tangibles. Embarcados. Ya desde aquí lejos
reconocemos el llamado de la sirena y, en el eco perdido,
la medida del hueco abierto por la mano sin huellas.
Nada saludamos en esos vanos interlocutores
que aquí y allá, desparramados ante el horizonte
a pesar de su verticalidad, atravesados
por el hielo limpio del paisaje que se les escapa,
abren las bocas desdentadas de sus ventanas sin terminar,
de sus puertas obstruidas sin revoque. Cuando pasamos
por delante o por enfrente de sus fachadas ciegas,
siguen siendo desconocidos, imbautizados, engendros.
Diciembre 2016



