
3
¡Paso a lo que no pasa, a la santa madre virgen,
a la diosa otra vez recién nacida
que en nuestros hombros cargamos y en nuestra memoria
resplandece por siempre entre los mustios
ramos que cambiamos y las óseas reliquias
que lustramos en los meses sombríos
de la gestación, a la fría orilla del lecho
del río de la vida por venir,
mientras el fuego crece y la noche retrocede
previendo la victoria de la luz
en los ojos de quien nos alumbra, faro, reina
que conducimos donde nos conduce,
por encima del polvo, del barro y del deshielo,
sobre lomos doblados por el hambre,
hacia el palacio de la abundancia celestial,
residencia de nuestra pasajera
en su eternidad, de la que pródiga desciende
para guiarnos a la fuente terrena
de la que al fin del camino a nacer volveremos,
como hoy brotan los pétalos del año,
pero ya en su regazo, para ya no pasar!

4
“El que ve a su doble muere”,
repite el pueblo, en susurros,
desde el primero, a sus hijos,
para que no oigan terceros.
Pero busca, en su orfandad,
bajo puentes y escaleras,
el reflejo o sombra justa
que confirme su existencia.
Como si vidas pasadas
o un cadáver de regreso
devolvieran un sentido
al presente que no tiene.
Del doble, el original
se reserva, pero ¿dónde?
Lo que aparece se esconde
bajo apariencias gastadas.
Quien resucita ya es otro.
¿Podemos ser esos otros?
¿Reconocemos acaso
a nuestros dobles al verlos?
14.10.2022



