Empiezo hoy a publicar aquí un largo relato que, de acuerdo con la querida tradición del folletín, seguiré colgando por episodios cada viernes hasta terminar. A continuación, la primera entrega:

Bajo la lluvia de Londres, Fiona Devon espera un hijo ajeno; bajo el sol de California, Madison Kane y Tamara Vélez desean uno propio. Seis meses antes, bajo un roble plantado en un hostal al sur de Francia, sobre los coloridos restos de un perfecto almuerzo de verano, Stefano Soldi, empresario afortunado del norte de Italia, y Elena de Souza, modelo portuguesa retirada, deciden encargar su descendencia. No es una decisión apresurada, imprevista; menos aún el fruto de un arrebato debido al vino, al calor, al bienestar o a la dicha: por el contrario, como sus cuerpos calmos asimilan, acariciados por la brisa y las ropas ligeras, los alimentos atentamente escogidos, lentamente su sangre ha ido madurando el nuevo designio durante los días de ocio y ejercicio acumulados a lo largo de la pródiga, insinuante estación; el consenso absoluto llega como la discreta pero definitiva coronación de un gozo prolongado cuyas raíces, para la admirable mujer en la cuarentena, se hunden en la exacta adecuación entre su espacio vital y los límites que el hombre, con su anuencia, ha dispuesto a su alrededor, y, para el hombre de manos seguras habituadas a la docilidad de cuerpos y bienes, en el dominio apacible de su demorada conquista. Tienen algo de leones, colmados por su propia plenitud: abandonados a su propio peso en las ubicuas sillas del albergue, al luminoso frescor de la sombra salpicada de breves reflejos, rodeados de mansedumbre por el rumor de las hojas, los pájaros y las aguas del arroyo local, ambos se sienten, maduros, en el pico de sus fuerzas, cuyo sereno y lúcido gobierno les confiere el equilibrio que, nivelándolos, confirma y restaura, cada vez, el mutuo respeto y deseo; ya no aislados en las respectivas cumbres de sus vidas, que cada uno ha sabido llevar hasta su encuentro afirmándose tanto en los sucesivos triunfos como en las ocasionales derrotas, juntos preparan el futuro como quien dispone, conteniendo apenas por previsión el exceso, un festín del que la alegre, no, la feliz comida compartida no es sino la entrada o el preludio. Sin embargo, el camino ha sido largo; y la fuerza que su voluntad y su entusiasmo, constantes, imponen a sus cuerpos, ya medida, tal vez no cuente al presente con todo el aval de la naturaleza; el proceso de enriquecimiento también lo ha sido de gasto, y lo que ha pasado, por así decirlo, de una divisa a otra no puede reconvertirse en lo que ha sido: la experiencia no reintegra reservas de salud. El matrimonio, considerando las posibles dilaciones, los razonables pasos en falso aun del mejor tratamiento médico, decide proteger del azar el cuerpo femenino, preservarlo además de una recuperación cuyas huellas podrían dañar el esplendor conservado; recurrirán a alguien más joven, a un organismo más a propósito, en sazón, y adquirirán en firme, como tantas otras cosas antes, esta nueva satisfacción y desafío a cuya altura, están seguros, sabrán mostrarse ambos; pues confían en sí mismos, saben que sabrán cómo criar un ser humano, cómo guiarlo, qué hacer de él, así como han sabido guiar sus propios pasos hacia este claro: su hijo será un magnífico heredero, sí, buscarán una madre. Resuelto el tema, de vuelta en París, la exaltación deja paso a la acción deliberada; el doble impulso, unido al hábito de la eficiencia, precipita averiguaciones y gestiones; marido y mujer, relevándose lealmente, avanzan a la par; encuentran, repetido, un obstáculo: la ley del país en el que viven; sin dudarlo, eficaces, prácticos, se trasladan a Inglaterra, fuera del ámbito de la religión católica, donde no tardan en contactar, a través de la agencia Hoping Families, pionera en reproducción artificial, a Fiona Devon, madre múltiple, quien ofrece su vientre en alquiler. A Elena le disgusta el desaliño de Fiona, que admira su elegancia; le irrita, de esta insípida mujer en la treintena, descuidada como si el tiempo fuera a perdonarla, la negligencia que parece gobernarlo todo en ella, desde el vestido inadecuado y el peinado fallido hasta los torpes modales tentativos, imprecisos, además de la confusa blandura de los rasgos, no feos pero sí insatisfactorios por su expresión ambivalente sin enigma: contemplándola con su taza de café titubeándole en la mano, como a punto de caérsele sin acabar de caer, pareciera haber llegado, cualquiera que éste fuera, a los empujones y por carambola al sitio en el que está, llevada por circunstancias siempre imprevistas e indiscerniblemente encadenadas a la vez que, para Elena, perfectamente previsibles para cualquiera dispuesto a ejercer un mínimo de discernimiento. Stefano cree reconocer, en la estúpida guardia indefensa de Fiona, en su afectada expectativa, idénticos motivos y estrategia a los de tantos empleados y colaboradores suyos a lo largo de los años: una actitud sugerida por el temor a la oportuna autoridad de la que se espera recibir algo y cuyo poder de concentración se procura cansar con el balbuceo y la indefinición. El mismo miedo reflejo creyó distinguir en el hombre cuyo nombre no entendió bien y cuya mano flaqueó en la suya para enseguida corregir y exagerar el apretón, antes de huir a refugiarse en la habitación contigua, supuestamente vigilante, oído avizor, con la hija mayor y la beba nueva. A un costado, solo, obligándose a prestarles atención, Stefano espera que las mujeres se acomoden; reconoce, entonces, lo repetido de su situación, pendiente de un proceso que lo excluye en su mayor parte, vaga silueta de fumador meditabundo al fondo del corredor del hospital; siente, leve, el temblor de una vieja impaciencia, aplacada al inicio del matrimonio y reavivada ahora por la súbita visión, largo tiempo a sus espaldas, de Elena redescubierta sobre el natural plano inclinado: puede verla frente a la otra mujer, lanzada a la arena, proyectada como una imagen contra la opaca pared de esta sala sin gracia, airosa y casi profesional en el rol que ha de cumplir, de tal manera que por un momento es su propia juventud la que lo toca, de igual manera que una vez fueron sus ojos de estudiante los alcanzados por la imagen de la exótica modelo portuguesa naciendo a la fama, un momento multiplicado por portadas y portadas de indistintas revistas, antes de perderla en algún punto de su carrera y sólo mucho más tarde darle alcance; en los ojos pasmados de Fiona Devon vuelve a ver la inefable admiración de las otras mujeres por Elena, más regular y más alelada aún que la de los hombres. ¿Qué hay detrás de esa especie de fascinada afasia? Por debajo del balbuceo, como los pobres las irregularidades de su economía, Fiona oculta las anomalías de su historial médico, disponible pero no recomendable; Elena preferiría una chica más joven, saludable y entera, en lugar de este cuerpo fuerte pero visiblemente cansado, cuyo engranaje transitado por seis fetos, dos propios y cuatro ajenos, comienza seguramente a resentirse. Pero la decide a confiar en la experiencia de Fiona la supersticiosa creencia de su razonante cerebro, responsable de su físico y sus maneras, tan cultivados, en cierta infalible fatalidad con que la naturaleza, supuestamente, preservaría a sus instrumentos más dóciles; el relincho discreto del teléfono, inesperado, arranca su cabeza del agua oscura de semejante meditación y así despierta, decidida, volviendo del cálculo imposible en el que se había sumergido; ahogando una risa cruel, originada sin duda en la mal disimulada ostentación con que Charlie, el jefe de familia según tenía entendido, irrumpiendo desde el cuarto vecino levanta el tubo y procura hacer ver, si alguien lo mira, que se trata de una llamada de trabajo, o sea, que trabaja y que, cualquiera que éste sea, es su trabajo y no el vientre de Fiona el que trae el pan a la casa, Stefano Soldi experimenta el alivio debido a la distracción bajo la forma de un implícito acuerdo consigo mismo y se relaja; Fiona Devon, localizada y detenida en el devenir de lo casual, es ya la elegida de Elena de Souza; contento de poder sacarla al fin de allí, benévolo el empresario secunda a su mujer. Costean el viaje a Atenas, donde el vientre que alquilaron recibirá sus cuatro embriones, producto de la alianza entre el semen anónimo de un donante norteamericano y los óvulos de otra inglesa cuya identidad, aconsejados por Hoping Families, están de acuerdo en ignorar así como existe entre ambos el acuerdo de permanecer fuera del acto, ajenos por igual al proceso biológico iniciado, equidistantes de la gestación y con idéntico derecho, de este modo, ante su hijo, y devuelven de inmediato su atención al rendimiento de sus bienes, como es costumbre para el propietario, mientras dejan que madure, organizada, la sorpresa que esperan de la tierra.
continuará
qué bueno ese estilo lento, recreándote en el lenguaje, en el los matices de cada detalle, en la psicología de los personajes y en el ambiente/ destacan frases como: No es una decisión apresurada, imprevista; menos aún el fruto de un arrebato debido al vino, al calor, al bienestar o a la dicha: por el contrario, como sus cuerpos calmos asimilan, acariciados por la brisa y las ropas ligeras, los alimentos atentamente escogidos, lentamente su sangre ha ido madurando el nuevo designio durante los días de ocio y ejercicio acumulados a lo largo de la pródiga, insinuante estación; el consenso absoluto llega como la discreta pero definitiva coronación de un gozo prolongado cuyas raíces, para la admirable mujer en la cuarentena, se hunden en la exacta adecuación entre su espacio vital y los límites que el hombre, con su anuencia, ha dispuesto a su alrededor, y, para el hombre de manos seguras habituadas a la docilidad de cuerpos y bienes, en el dominio apacible de su demorada conquista.
Me alegro de que te guste. Esta historia es un experimento un poco extremo en ese sentido, como ver hasta dónde se puede hacer del mundo un ovillo y después desovillarlo tirando del lenguaje sin dejar que se corte nunca (aunque lo publique en episodios: entero va todo seguido, sin punto ni aparte). La continuación, el próximo viernes.
Sigo y espero con mucha atención, los enlaces posteriores. Fibra de narrador.
Gracias, Luis Manuel. El viernes que viene, la continuación.
Una interesante primera entrega de este folletín prometedor de “un continuará” semanal que sin duda habrá suscitado la impaciencia lectora de algunos. De una temática algo inédita (sería extraño que no haya sido antes tratada literariamente lo cual ignoro) y asaz atractiva, Baduell asume el difícil rol de narrador omnisapiente en el sentido de que sabiendo todo lo de sus personajes, éstos podrían dar la impresión, por muy tenue que sea, de carecer de libre albedrío y estar sometidos a los dictados del autor, de estar “construidos”. Personalmente me agradaría –lo que en modo alguno pretende decir que sería mejor así– que esta primera entrega cumpliera el papel de exordio descriptivo de la situación base del tema, de su punto de partida. A resaltar el estilo agudo e inteligente, perspicaz en el detalle y que al parecer podría ser exactamente lo dicho, un estilo. Sin embargo esta lucidez que no decae podría dar margen a la pertinencia del consejo literario de Gide: “Ne profiter jamais de l’élan adquis”. De pronto me doy cuenta de que en mí también se ha suscitado la comezón lectora, impaciente, ante la próxima entrega. Meilleurs vœux.
Gracias, Luis. Lo que dices del narrador omnisapiente me ha hecho pensar en un artículo que me gustaría estar publicando hoy o mañana, pero será imposible escribirlo ya y tendrá que esperar, por lo menos hasta la semana próxima. Antes vendrá el próximo episodio. Me interesa mucho tu mirada, que me parece muy independiente en el juicio y me permite separar el texto de mí y también a mí de mí mismo. Que sigamos. Saludos
Me place muy de veras que me digas «Me interesa mucho tu mirada». No me esperaba semejante elogio que, sin fórmulas de expresión, me parece inmerecido. Muchas gracias.
Lo digo de veras. Mañana sigo con la historia, a ver qué te parece.