
Para Carla a la intemperie
Aliento plural
Desembocamos en la olla cuando empezaba el hervor,
en el momento en que subían, desde el fondo, pequeñas risas
desahogándose, invertidas lágrimas, las primeras burbujas, gregarias,
persiguiéndose, agrupándose y creciendo a través del aire espeso
de la concentración cada vez más pesada de cuerpos sedientos.
Estadio espontáneo de las masas reunidas, indiferentes a la causa
de la ocasión, de la invitación surgida antes del tiempo
que de la mano atenta a firmar lo que estaba escrito, lo periódico
irregular que ha de cumplirse. Cuerpos anónimos bajo un solo nombre
oportuno, concebido desde el vientre ancestral del hambriento
para ser coreado, repetido hasta perder todo sentido,
como enseñan los maestros de la negación. Allí se afirman
los pies que resbalan, deslizándose entre las columnas de hierro
en despiadada sustitución de las de mármol, fuera del aéreo alcance
del ojo que proyecta y vigila, y dando alas, empeñosos, al movimiento
diagonal con que se inicia el balanceo, momentáneo, de la materia
viva sacudiéndose las riendas del arado, prometido al horizonte
en recesión, se elevan con su carga reanimada sin un paso
al frente, cerrando en cambio el paso a todo avance y ocupando el sitio,
desplegando los brazos al fin ociosos y ansiosos de continuación,
e instalan su nube de humano vapor en el recinto sin muros.
Cuerpo de baile. Espíritu de cuerpo. Danza de espíritus perdidos
entre su propia encarnación y el gran espíritu sin cara,
ya ni solos ni sujetos en la marea ascendente del verano en su cénit.
Allí entramos, pasándonos el vino y la cerveza. A la olla, a mezclarnos
con los que están de paso, los que tienen sitio, los que descansan
de un cansancio que jamás conocimos, la sosegada calma
de este mismo mar cuyas aguas jamás nos admiten ni siquiera reflejan
cuando están tranquilas. Entramos en la corriente, en su seno
de corrientes encontradas, temperatura variable, desordenado oleaje
gobernado por el metrónomo del artista de variedades
destacado bajo las luces, proveedor de músicas, desconocedor
coreógrafo del ansia y la nostalgia que la música despierta
en los cuerpos arrastrados a su drama sin objeto ni argumento.
La multitud baila sola. No en parejas. Solitaria, se pierde, disgregada
en conciencias flotantes, mientras conserva su lugar en la tierra
bajo sus pies, apretada, entre los vientos pasajeros a través de las islas
asomando, inconscientemente pensativas, sobre la superficie
sonriente, espumosa, cabezas separadas por sus largos o fuertes cuellos
del tronco común y entregadas sin saberlo a nociones riesgosas,
evocaciones de desastres, escenas de las que no se escapó a tiempo,
imaginarias invasiones comparables al rapto de las sabinas
o fantásticos naufragios sin mañana, cosas ocurridas lejos o a punto
de acaecer, entre tragedias domésticas y la comedia cotidiana
barrida ahora por la ola de sangre, sudor y lágrimas debida al canto
de las sirenas animadoras, de su espejo. Pero lo falso es el modelo
y lo verdadero, la imitación. Magna amalgama. Gana magna.
Iluminados, pasamos juntos del alcohol al aire estrellado.
Enero 2017



















