Postales y sellos I

VUELTA

Septiembre. Cae la tarde

mientras queda suspendida

la mezcla de sudores y perfumes

en el aire que se apaga.

La piel guarda su tostado

bajo las luces tempranas, la estela

de los cuerpos que pasan se demora,

pero los pies ya cansados

por los zapatos perdidos

hasta ayer bajo la arena barrida

se apresuran rumbo a casa,

donde aún trabajo espera.

18.9.13

INVERSIÓN

Si negocia ella misma,

no negocia su cuerpo;

lo que atenta vigila

se puede enumerar:

preciso como sus dientes,

cada uno real,

el conjunto de piezas

por su mano es tasado.

30.9.13

ISLA

Después de atraer

tantos marinos

a sus peñascos,

acabó saltando al mar.

El vacío estaba

delante de sus ojos.

12.5.2014

PARADA

La novedad permanente hace

de todo el mundo un extranjero.

Cortado. Lágrima doble. Nubecilla

de té. Fugaz comentario

entre una puerta que se abre

por el viento y otra que de un portazo

borra la silueta apenas entrevista

del conocido negado. Ella vuelve

siempre a ponerme delante,

con manos florecientes,

lo que yo dejaría atrás. Porque no hay

más allá para los pasos que en la sombra

encuentran su camino y no se pierden

nunca si borran, mientras parece

que vagan, a medida que avanzan,

las señales y los guiños del vigía.

En un lugar de paso estoy sentado,

mientras espero la vuelta de esa hora

circular a mi horizonte.

San Isidro, 10.3.2016

AMULETO

Esta flor sólo crece en los baldíos

y nadie nunca ha sabido sembrarla.

Su estación son estos días vacíos

y ha llegado la hora de cortarla.

16.2.2019

PAISAJE

Este aire humilde,

surcado de imprecisas voces bajas,

es el que queda para respirar

ahora que el cielo se ha desvanecido.

Ruinas irreconocibles

bajo las patas quebradizas de los pájaros

y el murmullo de un río seco

que corre aún de una sien a otra.

1.6.2020

IMAGEN

Tiempo y luz concentrados

en la roja aparición,

relámpago verdeamarillo,

del papagayo en la mente

detrás de los ojos que contemplan

la extensión de las hojas otoñales

virando del verde al rojo,

del rojo al amarillo,

en el lapso imaginario

condensado en súbitas plumas

al ver desplegadas, pendientes,

las alas del año en descenso.

Park Güell, 11.10.2020

PIEDRA

Querría ser el autor

del monolito de 2001,

magnético y hermético,

de nombre indescifrable.

1.1.2021

ALTO

Siempre un pájaro corona

la cresta del homenaje

al coloso cuyo traje

de piedra lo ata al suelo.

La canción que nadie entona,

suspendida igual que el vuelo,

por la bóveda radiante

y exterior, donde se extiende,

concentrada en el instante,

del hablar se desentiende.

Parc de la Ciutadella, 18.1.2021

AGUDEZA

Sutil es la aguja que entra a la piedra

y no la burbuja que un soplo quiebra.

24.5.2021

Cosechar y desechar

Nicolas de Staël, Agrigente (1954)

La siembra es más feliz que la cosecha,

que cae siempre tras la granizada.

Cae en el tiempo, ya que en el espacio,

una vez rota la cáscara, queda

mansa a la espera de ser levantada

y sopesada, aunque no de inmediato.

Antes hay una pausa sostenida

entre el joven despuntar de los frutos

y el ancestral regreso de la hoz.

El diamante del rocío en suspenso.

Antes permanece, como si eterno

fuera, encendido, lo que va a caer

pronto, llegadas su estación y su hora,

y resplandece ahora, recién visto,

dominando el aire que no verá

más. La primera impresión. Y después,

los pasos a los que se precipita,

con sus manos decididas, lanzado

por el tiempo a su rueda, que lo muele,

operado por sus dueños y esclavos.

Recoger, tumbar, cortar, arrancar,

pesar, tasar, embalar, distribuir,

son acciones que se suceden rápido

y aprendidas de memoria se olvidan,

igual que el alimento se asimila

o es eliminado. Pero antes,

entre ver y actuar, entre la imagen

plena y su declinación, troceada

en empleos y estados sucesivos,

cae, anunciado por la granizada,

el momento que interrumpe el encuentro

del sembrador con su obrado milagro,

haciendo la primera siega: lenta,

porque es un demorado interrogante

plantado delante del fruto súbito

al cabo de meses, ala vibrando

inmóvil frente a la sed de otra cosa

y el hambre familiar que desconoce.

La pausa se desgarra entre el origen

ignoto iluminado por el brillo

y la urgencia de los días opacos

que lo empujan al barranco futuro.

Lo nacido no puede resistir

la mirada de hambre y decepción

que lo arrancan de la promesa dada

o más bien tomada por los que vuelven

a ver cómo brotó a la luz y miden,

pasado el ancestral deslumbramiento,

su valor inmediato: la noción,

confirmada por su naturaleza,

de lo perecedero y lo oportuno,

determinante de su concepción

y su inminente uso. Aquí comienza

la transformación de lo cultivado,

pero no antes, es decir: su paso

de la esperanza oscura a la evidencia,

de la persistencia obtusa al propósito

y la elaboración de alternativas.

Transformación de lo muerto, una vez

sacrificado a la necesidad

y al deseo, yin y yang renqueantes

y aun así recurrentes. Pero no

satisfacción de la secreta espera

que sólo se pronuncia como sueño

al quebrarse la cáscara y al sol

aparecer el oro inagotable

adeudado a la sombra. Decepción,

porque el acto no excede la potencia

y corresponde exactamente al genio

de la especie, plantadora y plantada,

las dos, en la misma materia fértil.

Generación tras generación, vuelve

el molde hueco, sin resurrección.

Y cada vez, como en cada estación,

se divide el aire entre el soplo etéreo

y el respirable. Reconocimiento,

rencor, resignación y recogida,

previstos por el anuncio fatal:

entre siembra y cosecha, granizada.

Después, a conciencia, tomar el trigo

y dejar caer los bordes dorados

con la luz del ocaso. Cargar pronto

lo que demora en convertirse en humo

y dar la vuelta con la rueda. Pasa

lento cada día, rápido el año,

cada uno de sus cuadrantes cercado

por las condiciones que lo definen,

incluyendo la fase en la que el suelo

vuelve a abrirse bajo los pies inquietos

para su previsión y su quimera,

nutridas por el saber y el olvido

que lanza otra vez su anzuelo al ausente.

14–21.11.2023

Estatuas ecuestres III

Para Marey era absurdo

reanimar lo compuesto.

Su disección de la acción

desnudaba cada pieza.

Lumière encendió el motor

y relanzó la carrera.

¿Cuántos muertos en batalla

revivieron desde entonces?

Siempre es posible elegir

entre tiempo y movimiento,

pero el camino tomado

al descartado regresa.

Ni el ojo alcanza al cometa,

ni Aquiles a la tortuga.

Y envejecen las estatuas

idénticas a sí mismas.

Caída la idea, vuela

su reflejo sobre el agua,

fantasma del movimiento

petrificado en efigie.

Multiplicada en su muerte

como el Cid, esta figura

compuesta para la fuga

resiste inmóvil el tiempo.

¿Existe continuidad

entre una herradura y otra?

¿Entre batalla y medalla?

¿Entre caballo y jinete?

La transmisión por la doma

que unció un cuerpo a otra cabeza,

su galopado circuito

cierra en esta efigie inerte.

Los caballos masacrados

en el siglo diecinueve

se extinguieron en el veinte

con los desfiles triunfales.

Desde su altura, no miran

al pueblo que los rodea

ni militar ni montura,

sino siempre más allá.

18–19.3.2022

El espejo insumiso

El espejo del destino

El espejo de Narciso era imperfecto pero verdadero. No hacía falta una brisa ni la caída de una hoja: ese falso cristal, animado por su propia corriente, jamás se detenía ni dejaba de ondular, perturbando sin cesar la imagen que devolvía. Era menos confiable que nuestros artefactos; también menos sumiso: un espejo común, manipulable, puede colgarse en cualquier pared; la fotografía o la imagen cinética, que la tecnología libera del azar, son pasibles de todas las alteraciones que una estética exija. El espejo de Narciso, nunca puro, siempre perturbado (por el viento, un guijarro, un casual pie dolorido), guarda entre sus círculos concéntricos una verdad afín a la oculta en el espejo de Blancanieves: la existencia del tiempo, que Heráclito comparó a un río, creando una metáfora que la tradición conserva, acata y repite. Contemplarse en ese río no carece de consecuencias, como bien lo refleja el destino de Narciso. Tampoco para la poesía, reflejo oblicuo de la experiencia humana; pues el tiempo habla a los poetas, que a su vez hablan por él. Así la poesía escribe otra historia, no paralela sino transversal, y la tradición altera el tiempo al unir ideas y versos separados a menudo por varias civilizaciones; así el pasado llega a aparecer profético y el presente, reflejado en él, puede volverse contemporáneo suyo. Es el revés de la sucesión: porque existe, el tiempo puede ser abolido; a través de la tradición, puede cambiar de naturaleza. De esto trata la más reciente literatura poética: la que en el siglo veinte se llamó “de vanguardia”.

Una de las versiones del mito de Narciso, no la más popular, relata que no era su rostro el que Narciso contemplaba en el agua, sino el de su hermana gemela, idéntico al suyo, que se había ahogado en aquel río. Este Narciso es algo más que un vanidoso: hay en él melancolía profunda, rasgo que en la Edad Media se asociaba casi inmediatamente al pensamiento introspectivo; hay el desgarramiento por un precioso tiempo perdido, aquel en que su hermana vivía. ¿Es la pérdida de un reino, la expulsión de un paraíso? Este desgarramiento es también el de la separación entre los sexos y, por consiguiente, el de la unidad de un ser en plenitud, completo, dotado de una identidad luego imposible en las coordenadas del tiempo sucesivo. Narciso presta su cara a una representación, la de la eternidad, cuya imagen es la belleza: olvida, abstraído en su constante  contemplación, la corriente que vuelve imperfecta esa imagen; es más, el movimiento del agua devuelve la imagen de su hermana a la vida, haciendo perfecta la ilusión. Entonces, Narciso cae: el río le revela su profundidad, a la vez que lo separa de quienes podían mirarlo contemplarse. ¿Recupera la unidad perdida al adquirir la misma condición que su hermana? La muerte nada nos dice; pero, una vez quebrado el tiempo suspendido, otros sentidos aparecen: la fugacidad de la belleza, imagen de la eternidad, y la restauración del orden de la duración y la reproducción sexual. Cumplida la fábula, queda la moraleja; habrá otras conclusiones, pero no se las encontraría en ningún cristal bruñido: falta allí la dimensión temporal, sin la cual Narciso, incapaz de ahogarse, languidece en una vanidad sin consecuencias, mientras en cambio su muerte lo enlaza al tiempo y lo rescata de la trivialidad, convirtiéndolo en un mito.

Los poetas órficos no veían en Narciso un vanidoso, sino el símbolo de la comunión del individuo con el cosmos. El mundo devolvía a Narciso su imagen, que así se identificaba con el mundo: había una identidad entre Narciso y la realidad. En nuestros días, podría verse como la vanidad más disparatada la pretensión de semejante identidad entre un ciudadano cualquiera y el universo que lo rodea. La racionalidad ha impuesto una severa distinción entre la conciencia y la suma de los objetos que percibe. Sin embargo, si hay un tema que caracteriza a la literatura moderna es el de la conflictiva relación entre sujeto y objeto, individuo y universo, tema que encuentra su expresión formal más típica en lo que se ha dado en llamar “monólogo interior” o, en inglés, recurriendo a una metáfora acuática, “stream of consciousness”, en traducción “flujo de conciencia”, imagen que reúne el fluir del agua y del tiempo con el del pensamiento, es decir, del lenguaje, para sugerir, a pesar de la separación, afín al desgarramiento de Narciso, entre conciencia y realidad, una posible identidad entre mente y mundo, capaz de suturar esa herida. A la pregunta por la propia identidad en un universo que no parece reflejarla, esta literatura opone un espejo fluido que se anticipa a la crónica para favorecer la inminencia constante del sentido. Aquí la escritura desarrolla un movimiento simultáneo al de su objeto, en un viaje introspectivo que por la palabra atraviesa las apariencias para devenir una exploración de la naturaleza de la realidad.

Un reflejo de Narciso

Por lo menos tan antigua como la metáfora que compara el tiempo a un río es la idea, respaldada por los hechos, que vincula la navegación al progreso. Si el océano suele ilustrar el infinito, la navegación representa la ampliación del territorio civilizado. El barco que atraviesa el océano traza su propio río, una línea de tiempo en ese plano infinito, y señala con su paso un hito histórico. Así Colón, así Marco Polo; así, según el mito, los Argonautas, que alcanzaron los confines del mundo antiguo. Canta Séneca en su Medea: “Audaz en exceso el primero que surcó con nave tan frágil los mares traicioneros. Todavía no conocía nadie las constelaciones ni se servía de las estrellas con las que está pintado el firmamento. Aún no tenía nombre el Bóreas, aún no el Céfiro.” Pero algo se pierde durante el viaje. Sigue Séneca: “Nuestros padres vieron siglos espléndidos, alejados de engaños. Cada cual, tocando indolente sus costas y haciéndose viejo en la heredad del padre, rico con poco, desconocía las riquezas, excepto las que el suelo nativo había producido.” Enumera las hazañas y desdichas de los Argonautas y concluye: “¿Cuál fue el premio de ese viaje? El vellocino de oro, y un mal más grande que el mar, Medea, salario digno de la primera nave. Ahora ya cedió el Ponto y tolera todas las leyes. Cualquier falúa vagabundea por alta mar. Todo término ha sido removido y las ciudades han levantado murallas en tierras nuevas. Tiempos vendrán en años lejanos en que el Océano relaje los vínculos reales y se descubra la tierra por completo y Tetis desvele nuevos mundos y no sea Tule la última de las tierras.” Siglos después, el descubrimiento de América ponía un límite a los supuestos de la civilización europea, iniciando el proceso de liberación de las monarquías y la consiguiente pérdida del significado de la aristocracia, quintaesencia de los valores del Viejo Mundo. Pero aun el ateo y republicano Stendhal manifestaría su rechazo por la “democracia a la americana”, comentando que prefería verse obligado a hacer la corte al Ministro de Justicia antes que a cualquier tendero con derecho al voto. La tragedia del Nuevo Mundo, donde nada era sagrado para un europeo, parecía ser la de un territorio donde lo original –los pobladores nativos- era masacrado para dar sitio a unos pueblos cuya liberación de antiguos prejuicios tenía como consecuencia una vulgaridad pronta a convertirse en modelo.

Yo no sé mucho de dioses, pero pienso que el río

es un fuerte dios pardo –huraño, indómito, intratable,

paciente hasta cierto punto, reconocido al principio como frontera;

útil, indigno de confianza, como transporte de comercio;

luego sólo un problema al que se enfrenta el constructor de puentes.

Una vez resuelto el problema, el dios pardo es casi olvidado

por quienes moran en las ciudades –siempre, sin embargo, implacable,

conservando sus estaciones y furias, destructor, recordatorio

de aquello que los hombres eligen olvidar.

Aquí T. S. Eliot describe el proceso de degradación de un símbolo. Eliot, intelectual conservador, se declaraba “monárquico, anglocatólico y clasicista”. Su poesía, sin embargo, es un hito revolucionario en la tradición occidental. ¿Qué movimiento es éste, reaccionario o revolucionario? ¿En qué dirección se mueve? Al describir, en su novela El corazón de las tinieblas, cómo el Támesis fluye hacia su desembocadura “con la tranquila dignidad de una vía de agua que conduce a los más recónditos confines de la tierra”, Joseph Conrad, señalando la interconexión entre todas las aguas del mundo, planteó una evidencia que la metáfora del río convierte en utopía: la de un tiempo navegable aguas arriba y aguas abajo, hacia el pasado y hacia el porvenir, poniendo todos los tiempos en juego en cada momento presente. Es la apuesta de la literatura de vanguardia, cuyo modelo será un héroe muy antiguo, Ulises, quien regresa para cumplir un movimiento que no es de retroceso sino de resurrección, pues vuelve de entre los muertos de Troya, de un naufragio sin más sobrevivientes y, sobre todo, de la muerte que le desean quienes aspiran a su trono, su reina y su palacio. El movimiento de vanguardia, de acuerdo con esto, no es un avance que transgrede lo que se tenía por sagrado sino un movimiento de restitución del derecho y de recuperación, por parte del héroe, de lo que le es propio: todavía más que el día redondo de Ulysses, el Finnegans Wake de Joyce liga su fin a su principio para recomenzar eternamente; Proust, gracias a las recurrentes lagunas que dan paso a la memoria involuntaria, recupera el tiempo perdido y concluye su novela anunciando su redacción; Eliot, en East Coker, abre su discurso declarando “En mi comienzo está mi fin” para cerrarlo con una reafirmación que vuelve a abrirlo: “En mi fin está mi comienzo”; los Cantares de Ezra Pound, cuyo primer personaje es Odiseo, ponen la historia antigua y la contemporánea en un mismo plano temporal que se alza como un espejo en cuya corriente, como Narciso, el lector puede mirarse y ver a la vez el mundo entero. Entonces, dos cosas pueden sobrevenirle: la iluminación del reconocimiento, por la que el héroe percibe y deviene la verdad de su experiencia, y una acusación de narcisismo, firmada por el conjunto de la sociedad que lo cela.

Navegaciones y regresos

Las tragedias nos muestran cómo los griegos admiraban a Ulises por sus proezas mientras desconfiaban a la vez de la astucia que las hacía posibles. Hoy todavía pocos se atreven a leer a los famosos autores mencionados. Se elogia su rica complejidad, pero se advierte de la dificultad de su lectura, consecuencia de un estilo exterior a las normas de comunicación vigentes y del radical apego a sí mismos, la lealtad a su propia experiencia; y se deja así su ejemplo al margen de un mainstream cuyo modelo de ficción propone la lectura precisamente como pasatiempo. La sociedad prefiere mirarse en el espejo de su técnica que en el de su lengua. La tecnología digital devuelve una imagen perfecta que somete a nuestra voluntad; incluso anula, mediante la transmisión de datos vía satélite o internet, los avatares del tiempo y el espacio. El progreso aspira al control de los accidentes y poco a poco lo alcanza: por su acción desaparece lo indeterminado. Pero el sujeto, como Ulises en la pequeña isla que prefirió a todos los favores de los dioses, tiene algo que recuperar en el azar del tiempo, en el rumor de ese torrente al que puede abandonarse o remontar, pero no detener o dominar. Sólo ese espejo, el insumiso espejo de Narciso, guarda la verdad que se le escapa; pues el tiempo, el tiempo de la experiencia, real y no virtual, escapa a su dominio y así a su represión: sólo por accidente puede el sujeto regresar a sí mismo, pero a ese accidente tiene que exponerse. El agua como espejo, reflejo y transparencia, otorga la gracia de ver, verse a sí mismo y aún ver a través de sí; visto así el tiempo, flujo y reflujo, cada instante es profético, revelación: aquellas epifanías de que hablaba Joyce.

2002

Vanguardias en fuga, La decadencia del arte popular (2002-2018)

Lectura recomendada: Brodsky en Venecia

Poeta a bordo
Poeta a bordo

Sobre Marca de agua, de Joseph Brodsky

El agua es igual al tiempo y proporciona un doble a la belleza. A lo largo de esta serie de prosas sobre Venecia, la ciudad acuática por excelencia, el poeta ruso Joseph Brodsky (San Petersburgo, 1940-Nueva York, 1996), disidente expulsado de la Unión Soviética en 1972, exiliado eminente en las universidades norteamericanas de la región de los Grandes Lagos hasta su muerte y Premio Nobel de Literatura en 1987, reflexiona sobre el variado contrapunto que ofrecen agua y tierra, pasado y presente, luz y oscuridad, mientras recorre unos canales que le sugieren tanto imágenes como ideas y estimulan su memoria despertando unos recuerdos personales prontos a fundirse con la historia veneciana: igual de imborrable es la marca que este libro deja en su lector. La lágrima (al despedirse el viajero de la ciudad, que permanece) es el resultado de sustraer lo mayor a lo menor: la belleza al hombre. Lo mismo sucede en el amor, porque nuestro amor es más grande que nosotros mismos.

leon

La historia toma rumbo

California dreaming
California dreaming

Pocas semanas más tarde, mientras Madison en California sigue pensando que hizo bien en obligar a la pareja a invertir, pues así ha asegurado el viaje, Charlie a bordo del avión sigue diciéndose que hubiera debido apretar, que entonces podría haber llegado hasta a sacarle efectivo, si la americana había ido a Londres debía estar desesperada, calcula erróneamente, como si el cine no fuera una industria internacional, debí haber vuelto al ataque, se repite, pero ahora debe esperar, sentado entre su mujer del lado del pasillo y el dúo de niñas ya nacidas junto a la ventanilla, la mayor procurando distraer a la menor, cuando despierta, con las nubes fugitivas y cambiantes, el reencuentro al cabo de la peregrinación forzosa para intentar cualquier reclamo. De a ratos dormitan, a veces él y Fiona van tomados de la mano, pero, cuando oscurece, mientras ya casi nadie lee y casi toda la luz de la cabina proviene de la pantalla con que intentan entretenerlos, aunque sigan, más por costumbre que por interés, las mismas imágenes ambos, cada uno, separado entre sus auriculares, va hundiéndose en sí mismo lentamente, sin advertirlo, hasta llegar a oír, con idéntica inconsciencia, en sordina, como una radio a bajo volumen, por debajo pero más persistente que las de los actores, incisiva a pesar suyo, la monótona voz incesante a la que apenas reconoce como propia. Es ésa la voz que identifica, para Fiona, los modelos reales de la ficción a la que asiste, y gradualmente va corriendo el velo de las caras célebres sobre la identidad representada, hasta que acaban surgiendo, de los fingidos gestos de la aplaudida pareja hollywoodense, los sobrios modales del italiano y la portuguesa fugitivos a la turbia media luz de la conciencia negada. Fiona vuelve ligeramente en sí, mientras la imagen que regresa le obstruye la que le están pasando, y a su cabeza vuelve la noticia, recortada al subir al avión de un vistazo al periódico que más tarde hundió Charlie entre los asientos, de la demanda millonaria entablada por el dúo de estrellas contra el mayor representante del sensacionalismo inglés por violación de intimidad durante la última estadía londinense de la pareja, y mientras mira a las víctimas exhibirse una vez más vestidas por nombres supuestos, que bien podrían ser los de Elena de Souza y Stefano Soldi en su versión anglosajona, si ella tuviera el ingenio capaz de imaginarlos, llega al fin a preguntarse a cuánto ascendería o aun, tratando de acercarse a una respuesta, aunque imaginaria, concebible, en qué consistiría su demanda contra sus propios ofensores y dónde o a quién la presentaría, problema compuesto cuya aparente solución, diferida ahora por fuerza hacia el final de la línea de tránsito en curso, parece también simplificarlo al oponer su confuso planteo a la nítida figura de Madison, para Fiona sin duda la única que podría sostener el hilo de cada voz de la película tramándolos uno con otro y en quien vuelve a sentir la fervorosa confianza depositada al nacer su admiración por el talento, hasta entonces ignorado, de quien urde por detrás de los que posan; como una mano en el centro del pecho o sobre el vientre ese sentimiento la apacigua y reafirma su disposición a la entrega, que confirma sin darse cuenta apretando la mano de su compañero a la vez que sus propios párpados, resuelta ya a dormir hasta completar su destino. En el aeropuerto, Charlie reconoce enseguida a la rubia y luego repara en la latina, que sobresale como una sombra por detrás de la otra. Fiona siente miedo de ella, pues su displicente reserva le recuerda de inmediato a Elena; se apega a Madison cuanto puede, y ésta pronto le echa el lazo y la arrea hacia la salida, sabiendo que el grupo seguirá a la portadora de su núcleo. Mientras habla, aligerando el tránsito, amenizando con trivialidades californianas el traslado del equipaje al automóvil, bajo un sol que desborda todo límite, no percibe de Fiona más que el calor, el peso y la colmada silueta de la maleta en la que viajan sus niñas; pero Tamara, que desde un principio ha observado a la extranjera con la sorna que le despiertan los anglosajones fuera de lugar, al contrario que Madison, a quien suele considerar del mismo modo, detiene en ella su mirada y al contrario que Elena, centrada en sí en cualquier geografía, le halla atractivo a pesar de la carne cansada, trabajada por ineludibles o buscadas fatigas, y desde la otra orilla que ella misma representa mide la pérdida: éste es el efecto de una vida normal, se dice, y también que la oportuna atención de alguien capaz de tomar iniciativas, de empujarla fuera del habitual vacío interior que clama mudo por ser ocupado y en consecuencia se deja habitar por lo que sea, un trabajo, un amor o un problema de salud, formas del destino en el horóscopo, tal vez podría haberla salvado, cuando aún había fuerzas para soñar con un rescate, pero ya es tarde, decide al fin, para dar un perfil nítido a una figura tan borroneada por el tiempo y la nula, vana experiencia, con lo que, al igual que a su conservadora familia en el lejano pasado, abandona el motivo de su reflexión y desvía la mirada hacia la ventana, donde espaciadas construcciones, sólidas y precarias, pasan de largo. Charlie, que nunca ha tenido a su lado mucho tiempo una mujer tan imponente, apretado en medio del asiento trasero ve entre las nucas de las dos de adelante cómo el paisaje desconocido se le viene encima con su ola nunca rota de automóviles, señales camineras, anuncios comerciales, y desbordado fija la mirada, mientras flota en el aire la voz sin aristas con que Madison dirige a Fiona sus garantías de bienvenida, en el diestro puño femenino sobre el volante, cuyos nudillos afilados ignoran la suavizante intención de las palabras que circulan dentro del coche y mudos confirman la violencia latente en la carretera; a su izquierda, remedando esa suavidad sin darse cuenta, cuidando que su voz tan ininteligible para los adultos como para su hermana permanezca bajo el nivel sonoro establecido por el trato entre su madre y la señora de la televisión, Joan muestra a Julie sobre su falda el nuevo mundo en tránsito procurando mencionar las piezas sueltas cuyo nombre recuerda del viejo antes de perderlas kilómetros atrás. Extrañamente, dejando un vacío que hubiera chocado a una Fiona con los pies en la tierra y que Charlie, al caer en la cuenta, vagamente atribuye a la homosexualidad de estas mujeres, ninguna de ellas ha manifestado éxtasis alguno ante la cría que ya tiene casi un año, a pesar de la ilusión que se les supone, ni han tratado de caerle en gracia a Joan, tan dispuesta a practicar el rol materno que pronto deberán desempeñar. ¿Quizás cuando Julie empiece a ensayar sus balbuceos obtendrá alguna respuesta?

continuará

trolley

El olor de los eucaliptos

"Elle est retrouvee. Quoi? L'eternité."
«Elle est retrouvée. Quoi? L’éternité.»

La escena está en Pierrot le fou (Jean Luc Godard, 1965). Belmondo y Karina van caminando por un bosquecito bajo el sol radiante del sur de Francia ese verano. En un claro invadido por el cielo azul del día, Belmondo se detiene, saca su cuadernito y se sienta en una piedra para escribir, mientras Karina, un tanto impaciente, se resigna a esperarlo. El diálogo, que cito de memoria, iba más o menos así:

–En el fondo –dice en voz alta Belmondo mientras lo escribe (a veces, en la película, se ven estos textos incluso surgiendo mientras son escritos)-, lo único interesante es el camino que toman los seres. El problema es que una vez que sabemos quiénes son, y adónde se dirigen, todo es aún misterioso.

–Como el olor de los eucaliptos –aporta Karina, inmóvil contra el fondo azul.

–Y la vida es ese misterio nunca resuelto –concluye Belmondo, que se guarda el cuadernito en el bolsillo, y siguen su camino.

En busca del tiempo abolido
En busca del tiempo abolido

Hay en la narrativa actual una tendencia, quizás cada vez mayor, a narrar no ya en pretérito indefinido, según la convención tradicional de la restitución de una historia, sino en presente, con el consiguiente efecto de mostrar esa cadena de acontecimientos pasando al mismo tiempo en que es leída, o escrita, y el efecto subsiguiente de abrir una inaprensible brecha de incertidumbre sobre la verdad de lo narrado, al faltar el sello de verosimilitud que aporta el uso del pretérito en su presentación de cada asunto como un caso cerrado. Cuando aquello que se narra está ambientado en una época ida, contarlo en presente puede también aportar una instantánea puesta en cuestión de todo aquello que un día pareció inamovible. Tal actualización del pasado puede resultar tan emocionante como el procedimiento más habitual de evocarlo. Pero la pérdida de perspectiva implícita en la maniobra de situarlo todo en un tiempo-ahora, un espacio-aquí constante, plantea más de un problema respecto a la puesta en relación de sucedidos en que consiste un relato, particularmente en cuanto al ensamble de las causas con las consecuencias.

Los tiempos de la marquesa
Los tiempos de la marquesa

La perspectiva histórica, y también su variante más simple, la cronológica, es una perspectiva racional. Favorita en su tiempo de la razón burguesa, situó muy naturalmente al pretérito indefinido como vehículo privilegiado en el proceso de reconstrucción de la experiencia y no tardó mucho en ganarse la enemistad de los poetas, fastidiados por esta cadena unidireccional de sentido y ansiosos por librarse de sus condiciones. “La marquesa salió a las cinco”: ejemplo clásico de las precisiones triviales sobre cuya acumulación descansa el edificio de la novela burguesa, independientemente del valor de cada obra dependiente del modelo. Pero no se sale de allí sencillamente cambiando de conjugación, ni la ausencia de perspectiva orienta porque sí hacia un nuevo punto de vista. Incluso, como ocurre con el empobrecimiento de la lengua atestiguado por la actual crisis de la educación, puede pasar que en su rebelión hasta los narradores pierdan el pleno dominio de los tiempos verbales tradicionalmente necesario para el oficio. Es un problema, el de la reducción de los tiempos verbales a tres o cuatro empleados para todo con el consiguiente descenso de precisión, que puede apreciarse en más de una novela actual y todavía más en muchos manuscritos que esperan ser publicados. Una simplificación que acompaña a la impaciencia con que la voz narrativa que procura beneficiarse de esta nueva tabla rasa suele ir arrojando sus testimonios y frases a la cara del lector, en una celebración de la urgencia como valor supremo apenas empañada por la desesperación de que hacen gala unos personajes incansables en la manifestación de su intensidad vital.

Slice of life
«The uncertain pleasures of swift-footed time…»

“Atrapar el instante” es el deseo de la lírica, que aflora aquí y allá además en toda épica, ya sea ésta del tiempo de la lira o del de la imprenta. Detener ese instante que pasa para fijarlo en la eternidad que transmite y puede volver a transmitir cuando se lea sobre él, si la instantánea ha sido bien tomada, es una de las funciones del arte, y quizás corresponda más bien a la crítica, asumida en si misma por la narrativa si permanecemos dentro del campo de la literatura, establecer las relaciones, sucesivas o no, entre esos momentos captados por el artista. Cada una de esas iluminaciones tiene algo de edénico que la hace chocar con la noción de paso del tiempo puesta en juego por el solo hecho de narrar una historia. En el inconsciente no hay tiempo y por consiguiente tampoco necesidad de tiempos verbales, pero narrar una historia, construirla, implica todas estas escansiones por las que un ser deviene y se da cuenta de su fatal desplazamiento entre modos y condiciones. Paraíso perdido de Proust o historia infernal de la que Joyce quería despertar, ni uno ni otra se manifiestan en el sordo discurso del escritor incapaz de percibir cómo el tiempo discurre. Ni el olor de los eucaliptos ni ninguna otra epifanía encuentran sitio en ese vértigo monótono que arrasa, contra toda intención de sus responsables, con cualquier posibilidad de ritmo, o lo asimila a una noción televisiva del concepto: que nada se demore tanto en la superficie de la pantalla que empiece a hundirse por su propio peso, a falta de material vivo capaz de sostenerse por sí mismo y flotar, o eventualmente emprender vuelo, elevarse. No son los medios de comunicación los que vayan a tolerar ese suspenso.   

La vida como una bañera que se vacía a la misma velocidad a la que se llena: así definía Godard Pierrot le fou. Lo que pone en evidencia que sin marco no hay cuadro, ni revelación sin perspectiva, pues la bañera requiere instalación y sin ella habría sólo un derrame. O el puro vértigo sin matices de lo no enmarcado ni ritmado. Incontinencia: la exhibición de un ciego, el discurso de un sordo, los desvaríos de una mente que ya no distingue las palabras de las cosas ni el ayer del hoy, o del mañana.

 eucalipto

Cabalgando el río mecánico

En el curso del tiempo
En el curso del tiempo

Campos arados. A lo largo de dos siglos vanguardias y modas se sucedieron devorándose unas a otras como si siempre hubiera un más allá y el manantial nunca fuera a secarse. Pero hacia fines de la segunda centuria las agotadas corrientes fueron quedando una junto a otra varadas al descubierto en la playa definitivamente horizontal de la actualidad, meseta en continuado cuya circunferencia, como es lógico al faltar el centro, puede encontrarse en todas partes. Yo nací en el último segmento de esa recta, durante un período de fiebre que, como toda culminación, anunciaba a las espaldas de los precipitados hacia el porvenir la caída, la desembocadura del río crecido en el mar de siempre o el callejón sin salida inminente a partir de cuyo fondo sólo cabría dar marcha atrás, recoger lo caído, la restauración por vacío de poder de cuanto se había considerado decapitado. De ahí la costumbre, para quien creció y recibió su formación, aunque ésta sea autodidacta, en aquel tiempo, de esperar y exigir la novedad, el valor agregado que cada muestra de creatividad debería lucir para entrar y ser tolerada en su muy personal canon. Ideas típicas de períodos de abundancia, aunque el joven crítico de entonces, por inexperiencia de otras épocas con las que comparar, fuera incapaz de darse cuenta. Noción a la que debe el hábito, sostenido ya durante décadas, tanto de una decepción regular como de un relativo desdén a propósito de la sucesiva acumulación de variaciones en que a sus ojos consiste la producción de su era de epígonos. Pero esas variaciones, con su desarrollo lateral en lugar de frontal, es decir, sin avance pero con presencia, tienen su valor, así como tiene también significado que él, en su impaciencia, se negara a reconocerlo. Pues no es bueno abandonar la tierra conquistada, aunque alcanzado un horizonte esto indique labrar una y otra vez los mismos surcos, que no son para la codicia sino filones pasibles de explotación. Otra función de la estética: conservar las verdades ya descubiertas ante los ojos de todos, para que cada nuevo argumento nihilista tenga un punto de comparación. Cuando la estrella del camino palidece, es la tierra de la que venimos y sigue bajo nuestros pies la que nos da una patria en común, donde enseguida reconocemos a voluntarios y veteranos: no cualquiera forma parte de este plural en primera persona.

Campo de fuerza. El dinero es la llave de los objetos: abre paso hacia la nada en su interior y al atravesarlos se desvanece en esa nada como crédito.

Here comes everybody
Here comes everybody

Viruta de taller. El pensamiento en la ficción de género es el examen crítico de sus convenciones. Su solo uso es acatamiento, aceptación del orden evidente en esas convenciones aunque el contenido de la ficción parezca crítico. Wittgenstein decía que para entender una expresión no había que interrogarse a propósito de su significado, sino de su uso. Julia Kristeva observó cómo, en la poesía llamada de vanguardia, el goce no está en el uso del lenguaje, sino en su transformación. El gobierno diestro de las convenciones según las cuales las máscaras circulan, aunque se ignore su lógica o más bien el fundamento de ésta, es lo que hace de los autores de ficciones comerciales profesionales con un oficio y señala sus límites, pues lo que no pueden manejar lo ignoran, como tiende a hacer todo poder. Esa visión paranoica adecuada a la vertiginosa circulación de estereotipos que caracteriza a la época, incapaz de ver cara alguna a causa de su obsesión por las máscaras, es lo que permite al autor comercial ser un profesional y lo salva, a menudo a pesar suyo, de ser un artista, como esos que suelen ser objetos de su recelo. La cultura del entretenimiento es el culto al pasatiempo, que obviamente no resiste mucho tiempo culto alguno. Del arte como trascendencia al arte menos perdurable que los mortales hay la distancia que procura cubrir cada día más veces el circuito de las celebridades, pero su paso no deja en las circunvoluciones del cerebro más huella que la garza en el agua al rozarla en su vuelo. La fama ofende la memoria. Recuerdo mucho que ha sido olvidado y lo que en cambio ahora recibe atención me parece robársela a lo que la merece. Librerías de viejo: volúmenes arrojados a la corriente del tiempo y no alojados en la ilusoria eternidad de las reediciones triunfales. Primeras ediciones de bolsillo contra el concepto Biblioteca de Autor. Por una literatura sin nombres propios. Aversión a los inicios con gancho, con anzuelo para el lector desprevenido (también tiendo a apartar la mirada de lo que insiste en llamar la atención). Preferencia por el establecimiento brutal de situaciones. Disgusto por el uso comercial de la provocación: lo que sembró el surrealismo lo cosecha la publicidad. La ficción es un rodeo. Pero no hay modo de llegar a ningún lado en este mundo o fuera de él sin dar alguno, por la forma triangular de sus procesos que impone pasar por B para llegar a C sin que haya posibilidad alguna de acceder allí como Colón, haciendo el camino a la inversa,  pues el tiempo es lineal para nosotros y en su recta retroceder no nos es dado. La ausencia de ideas suele confundirse con la realidad, donde desde ese punto de vista las ideas estarían de más, pero el reproche al intelecto por complicar lo que procura aclarar al llamar la atención sobre ello no es más que una calumnia de propietarios empeñados en ocultar mejor su botín: para que un homicidio llegue a crimen hace falta que alguien lo investigue. Y sostener en la vida lo que se sostiene en el arte es muy difícil: ¿quién no tropieza en ese escalón, el pasaje del ensayo al estreno, y, sobre todo, el regreso de la proyección al infinito a la estadía en un cuerpo entre otros, expuesto a las mismas circunstancias cuya representación ofrece un destilado mucho más asimilable? Resbalón, caída repetida, eterno retorno cumplido cada día cuando querríamos ser capaces de dar la vida entera, según decía Rimbaud saber hacerlo en la primera persona de un plural tan desconocido como ignoto es para su prójimo quien ha dictado las palabras que éste acaba de leer.

reloj

Diario apátrida

Silencio, exilio y astucia
Silencio, exilio y astucia

Casa del huérfano. Quien no es capaz de llevar adelante una carrera, cumplir un rol u ocupar un cargo, un puesto, un sitio cualquiera, todavía puede darse forma a través de un objeto, es decir, hacer una obra. Pues en ella lo que le faltaba estará de más y lo que le impedía seguir un camino será su guía. Pero también tendrá que admitir que su situación es justamente la de un bastardo, cuya paternidad sólo será reclamada si puede aspirar a ser causa de orgullo.

Desfiladero. La rebelión es un ejemplo para pocos. Por más admirada que sea la negativa a cumplir un destino impuesto para en cambio inventar y darse otro, esperar o creer que un ejército de semejantes se levantará a espaldas del que haga el primer gesto cuando esto ocurra, como en el cine, es esperar en vano y autorizar una creencia que antes o después conducirá a la decepción. El precursor pasará y lo seguirán pocos; menos aún verán sus huellas. Con el tiempo, si sobrevive, su leyenda crecerá, pero también la distancia entre la realidad y su ejemplo. To the happy few: estrecha es la vía de escape entre la moderación y el totalitarismo.

Libertad es no recordar el nombre del tirano
Libertad es no recordar el nombre del tirano

Jornada electoral. Totalitarismo de las mayorías, aunque más no sea por la terca voluntad, quizás inconsciente pero sin duda insistente, de estar juntos y hacer lo mismo, a lo que se agrega el sueño pertinaz de además hacerlo juntos; de hecho, es la tendencia misma al totalitarismo la que constituye las mayorías, el impulso constante que las hace posibles. “Creced y multiplicaos”, dijo el Señor. Pero dijo también “su nombre es Legión” y el espíritu concentracionario lo demuestra, ya que señala justamente la dirección contraria, el horizonte que se cierra en un punto donde todo converge para desaparecer en una fosa común: tumba anónima. “Al final siempre es la muerte la que gana la partida”, firmó Stalin. Pero Dios conoce a cada uno por su nombre: donde sólo te pidan que seas uno más, procura ser siempre uno menos.

Sin partido. La única manera positiva de desconocer a la autoridad es reconocer a los que no la tienen. Así opera uno un trasvase de fuerzas y contribuye a una nueva división de poderes cuando el de facto ya ha reunido en su puño a los tres reconocidos por la constitución. Pero esta política, aunque sea constante, aunque crezca, no puede institucionalizarse; es puro activismo, ya que no tiene estado.

Cruz. ¿Qué esperamos del tiempo? Que nos libere del espacio. Pero el espacio nos distrae del paso del tiempo.

Lo mejor que se puede hacer con la patria es olvidarla.
Lo mejor que uno puede hacer con la patria es olvidarla

Atermia. Indiferencia del emigrante hacia las tradiciones de su patria de adopción, del medio en el que ha caído, mayor cuanto mayor sea la distancia entre su origen y su destino. Los chinos no beben el café que sirven en las terrazas de Barcelona, aunque imiten perfectamente los bocadillos que desde años antes de su llegada se preparaban en las granjas de la ciudad. (¿Qué entenderán los no advertidos, del lado del océano del que vengo, por granjas y terrazas?) Ubicua atmósfera indiferenciada de los locales de inspiración aeroportuaria que brotan como hongos por el centro y los barrios, ambientación repetida que mezcla música, radio y televisión familiares en una sola red sonora rara vez interrumpida en algún punto, perdido en el mapa urbano, por alguna transmisión en quien sabe qué lengua hermética infiltrada, trama cuyo rumor se desliza como el agua por las plumas del pato sobre la conciencia atareada en objetos y sumas, ya que es para nativos y turistas, absortos en sus ilusiones y siempre igual de distantes del recóndito corazón del inmigrante arraigado.

mapa

Lo que se esconde a los niños

Doinel descubierto
Doinel descubierto

Sexo y violencia son tradicionalmente dos de los reclamos más pertinaces del espectáculo para adultos, a la vez que dos clásicos favoritos de la censura. Sobre esta última, en nuestra época, la red tiende un velo mediante la proliferación de imágenes que escapan a toda regulación, pero este relevo de la curiosidad por la exhibición no es ajeno al mismo frenesí que con tanta dificultad, en todos los tiempos, la tribu ha debido dominar para ser dueña de sus energías, al menos durante el día o de a ratos entre asalto y asalto. El espectáculo en continuado las 24 horas, disponible desde cualquier lugar del globo, no enseña lo que el tabú sí transmite: la necesidad de tomar en serio ese nudo indiscernible que no tolera la irrisión y exige, para dejar espacio al humor, su debido tributo en carne y en sangre, que la necesidad de conservar el propio cuerpo obliga a pagar en plazos y a crédito. “¿Hay peleas? ¿Hay chicas desnudas?” Éstas eran, según recuerda François Truffaut, las primeras preguntas que sus compañeros le hacían, en la clandestinidad del patio escolar, al niño que aquel fin de semana había logrado colarse a ver una película prohibida –para ellos, claro está, no para sus padres-. Para ver eso ya no hace falta esconderse en la oscuridad de ninguna sala, pero el peligro ni entonces ni ahora estaba en la imagen, sino en lo invisible: la ciega corriente que, como el fuego incesante de Heráclito, crece y decrece pero nunca cesa ni queda atrás, ya que va por detrás del ojo y no interesa sólo a este órgano. El velo que pone el tacto adulto entre los niños y el mundo, la mediación que opera el descubrimiento gradual y a veces guiado de la realidad, alerta sobre los límites del que crece frente a lo ilimitado: como no encontrará en su búsqueda un huevo de Pascua sino una bomba, más le vale saber sentir el calor antes de quemarse y poder recordar, una vez en medio del incendio, que hay agua en el lugar de donde viene.

Un mundo para armar
Un mundo por armar

El hilo de la historia. Así como a los niños les resulta difícil seguir el hilo de una historia si ésta o aquél se prolongan demasiado, a los adultos les cuesta seguir atentos mucho tiempo cualquier fenómeno sin una historia que despliegue y disponga sus elementos en sucesión. Ver una obra de vanguardia suele ser para un adulto como ver una película de adultos para un niño, pues si en el caso de éste debe lidiar con la sombra de un porvenir totalmente irreal para él, en el del otro es el abandono de la perspectiva cronológica por una simultaneidad aleatoria lo que lo aliena de la tradición y la costumbre de enlazar causas y consecuencias para comprender. Se vuelve al desconcierto de la infancia como al contrario se es empujado al orden de la madurez, pero a los dos lados del tiempo la realidad representada se vuelve escurridiza, como si esperara a la salida del laberinto para volver a tirar del hilo y derribar el castillo de naipes sobre su enredado destinatario. Si la historia ha podido ser vista por Joyce o Benjamin como una pesadilla a causa de su continua irrevocabilidad, la abolición del tiempo en su representación no equivale a un despertar, sino a un sueño: el del niño con un hilo por desovillar en su bolsillo en lugar de una cuerda floja bajo sus pies, en el que el adulto por la mañana ya no cree.

La sombra del mañana
La sombra del mañana

El paso del tiempo. Mi hija de seis años ha escrito un libro de cuatro páginas. El título es el que da nombre a este texto. En la cubierta, bajo las letras, una niña con vestido largo ocupa el centro del espacio; el sol se asoma por sobre las palabras, en el ángulo superior derecho, aunque no se lo ve de cuerpo entero sino sólo como un gran semicírculo anaranjado. En la primera página, el sol ha desaparecido y la niña camina por la hoja vacía; al dar vuelta la página, el sol vuelve a asomar, todavía incompleto, pero enorme mientras sus rayos ya alcanzan el cuerpo de la niña. En el desenlace, el sol arde solo y rojo en el medio de la hoja, donde antes estaba ella. La contratapa está vacía. Interrogada sobre el relato, mi hija explica que la niña va hacia el sol y se quema. No dice que como Ícaro, aunque conoce el mito. Un amigo pasa las páginas en sentido contrario y sugiere que también podría venir –o nacer- del sol. Es el sentido religioso, que re-liga, como tantas veces oí decir en el colegio, al ser humano con el amenazante poder que lo hace vivir. Pero el paso dado va en dirección contraria y lo que ilustra es la desaparición en el seno de esa luz y por su causa. Me gusta el libro por su plena representación de lo natural, sin sombra de especulación ni repliegue en la negación.

Soñar, soñar
Soñar, soñar

Oscurecimientos. Las iluminaciones, como las llamaba Rimbaud, no vienen de la experiencia sino de lo inalcanzable, lo perdido por definición, definitivamente, tal vez la fuente original de toda conciencia y lenguaje. Pues las cosas, como todo el mundo sabe, echan sombra. U obstaculizan, o no muestran sino su propio cuerpo, o el recto camino a alguna tarea cuyo destino también es agotarse. Las cosas muestran progresivamente a cada uno los límites de su mirada, de la heredada luz con la que aspira a penetrarlo y atravesarlo todo, y cada encuentro, cada tropiezo con una cosa es también un eclipse, mayor o menor; el destello que la inteligencia alcanza a preservar de ese roce, ineludible accidente, no es distinto de cualquier línea excedida en todas direcciones por el plano en el que se inscribe ni más difícil que ésta de borrar: por lo menos, de esa obtusa superficie superpoblada de cuerpos y objetos. En la conciencia, con los años, se va tejiendo todo el cielo nocturno: las estrellas, los puntos luminosos equivalentes a las revelaciones sobrevenidas de quién sabe dónde, a través de una distancia mensurable en años luz, y la densa oscuridad de fondo que, sobre el claro de las explicaciones adultas, cada niño, mientras deja de serlo, va obteniendo por superposición de materiales cuya fórmula de composición, a estos efectos, importa siempre menos que el grado de consistencia y lo no verbal de su naturaleza. Cuando el verbo se hace carne, entra en la sombra; el cuerpo, hecho palabra, se hace luz. La resurrección de la carne, siendo así, puede ser predicada, pero es negada por todo lo que calla; y si lo entrevisto en las iluminaciones de que hablamos suele pasar por indecible, se debe a la falta de objeto al que referirlo con propiedad: el mismo cuya ausencia ha permitido el paso de la luz. Todo lo que comprendemos a tal punto que podemos explicarlo por completo pertenece al mundo que hace sombra y crece con los años; la luz rodea la experiencia como ese margen que queda bajo la puerta cerrada del dormitorio infantil y no desaparece hasta que alguna de las partes, el niño o el adulto, logra conciliar el sueño.

juguetes