
Ahora que tanta gente se hace artista, o se hace el artista, o hace el artista, reconocer a un artista fuera del taller se ha vuelto difícil. Además, por motivos publicitarios, son tantas las actividades que se presentan como arte que ya no son suficientes nueve musas para inspirar a todos. ¿Qué nombres, de raíz griega para no desentonar, podemos imaginar para las musas de la Gastronomía, la Moda, el Diseño, el Marketing, la Comunicación, el Lenguaje Audiovisual, la Programación Informática, la Gestión Financiera o las Relaciones Públicas? El paso de un cerrado círculo de nueve a una red de contactos siempre abierta no ayuda a la legitimidad ni a la memoria. La multiplicación de los mitos que dan cuenta de un origen, de una fuente, sólo enturbia el agua que corre. Pero las causas de la inspiración resultan cada vez más claras a medida que los métodos y las técnicas de la creatividad tan en boga son expuestos en cada vez más eventos y centros de estudios creados a tal fin.

Tradición oral. Cómo crecen en nuestro relato interior aquellas historias ajenas que hemos convertido en mitos propios. El asalto a la Rochela de los Tres Mosqueteros, el llanto final del Corsario Negro, la defensa de Falstaff por sí mismo en el papel del rey como padre… Lo que admiramos casi nunca es admirado de manera satisfactoria por aquellos con que intentamos compartirlo y la insuficiencia de su aprecio nos hiere como un desprecio si no estamos advertidos. Pero son los inocentes, justamente, los niños, los que conforman para cada teatro privado el mejor público, el más ávido: cualquier abuelo lo sabe y todo el mundo lo espera. Lo más impresionante es cómo, bien recreada por el verbo, si el que relata se deja llevar por sus ilusiones y no se deja nada en el tintero, el destinatario de la fábula se la representa con tal intensidad que en los momentos culminantes es su propia existencia, o lo que se juega en ella, lo que parece estar en juego si se presta atención a sus reacciones. La experiencia imaginaria provista por una narración apasionada deja una huella mucho más honda que cualquier moraleja y abona un territorio tan íntimo que difícilmente, llegado a la adultez, quien la ha vivido pueda transmitirla a sus pares: cada uno tendrá una selva parecida que proteger y para ello recurrirá a igual deshabitado mimetismo que los otros, oponiendo la civilidad común a las mitologías de sus contemporáneos mientras guarda las leyendas de su corazón para los sucesores que adopte.
La historia sin fondo. Aplicación de la teoría, explicación de la práctica: ni la primera coincide con la cuarta, ni la segunda con la tercera. ¿Salto dialéctico o ruptura epistemológica? A fuerza de comunicarnos acabamos pensando lo mismo, pero eso no lleva a la paz sino a la lucha cuerpo a cuerpo.

La comedia del perdón. Según la dueña de una casa en la que viví unos meses, dicho por ella de pronto una tarde aunque daba la impresión de haberlo pensado mucho tiempo, el amor es un estado mientras que el odio persiste; el afecto, si aceptamos su conclusión al cabo de una larga experiencia de matrimonio y maternidad, como la sangre circula o se coagula según su modo sea positivo o negativo. Este tipo de juicios no se demuestran o, si dan pie a una argumentación, ésta no es más convincente que la mera presencia física de quien los formula: la verdad la aportan su fe y su franqueza más que el grado de acierto, discutible al tratarse de percepciones tan subjetivas, de sus afirmaciones. Pues la verdad tiene muchas caras; de manera que, con el mayor respeto por mi fatalista locataria (“El amor pasa, pero el odio queda”), puedo disentir aunque sea parcialmente de su memorable observación y señalar mi impresión, contraria, de que, en los encuentros afortunados, felices, las afinidades se dan en lo esencial, mientras que son las circunstancias las que determinan las separaciones. Cualquiera puede comprobarlo al considerar las rupturas amistosas y amorosas, sobrevenidas habitualmente a causa de cambios que vuelven insostenible por más tiempo, en el tiempo, lo que participando de algo eterno se ha vuelto incompatible con el devenir. Si las consecuencias de las rupturas se imponen a la instantánea armonía es porque habitualmente se vive en la ceguera, fuera de la revelación de la que se es sucesivamente expulsado. ¿Es entonces comedia el perdón? ¿Sólo es posible hacer las paces al precio de un odio petrificado en el vientre, enquistado, que como una obstinación defienda el territorio ofendido de toda renuncia a una satisfacción? Si es así, es la comedia lo cierto y la imagen que en nuestro interior se rehúsa a que aquella la arrastre debe ser vista, aunque sea en secreto, por cada uno como la caricatura perversa que los espejos deformantes de los parques de atracciones le reservan a la hora de la consulta extraviada. Mejor dejar hundirse esa piedra en su sombra y ser absuelto, pues no pesa menos el rencor que la culpa y la sensación de ligereza al cortar la cadena que los une es casi idéntica desde ambos lados.

Tablas rasas. De la comedia a la farsa, degradación: lo seductor se vuelve ridículo, como un galán con la bragueta abierta. Elegancia, potencia, gusto, coraje, habilidad, brío, destreza, todos esos atributos del juego brillante y sutil de una escena animada decaen en ostentación, grosería, presunción, impudor y un largo etcétera que la farsa denuncia pero un gusto pervertido no tarda en convertir en modelo. Que la palabra comedia en su más reciente acepción remita a un tipo haciéndose el vivo delante de una pared de ladrillo debería autorizar la conversión inmediata de tal pared en paredón y la igualmente inmediata ejecución del usurpador. ¿Es soñar tal vez demasiado esperar del público que se convierta en pelotón y dispare? La comedia se convierte en farsa cuando dejas de creer en sus valores, pero la farsa pierde su objeto al convertirse en velo o paño de lágrimas. La obscenidad es esta coincidencia sin resquicios, el atropello completo de lo que se muestra por lo que representa y así logra enmascararse de inefabilidad, imagen cuya repetición en continuado estabiliza la continuidad de la máscara. Tan eficaz resulta que no es reconocida como obscena y jamás autoridad alguna se ha propuesto censurar o clausurar ningún teatro que la albergue.
1) Que los niños son el mejor público para las representaciones teatrales lo dijo Jean Cocteau en su mensaje a propósito del primer Día Internacional del Teatro.
2) Muy bueno y conciso lo de la historia sin fondo.
3) Yo viví un encuentro de mucho odio y desbordante pasión recíproca, fuimos como dos felinos en celo (“Te odio, te odio, yo no quería amar así”). El amor pasó y el odio no quedó. Ahora lo que resta es ausencia y nostalgia tierna, queda, por así decirlo, poesía no escrita.
4) Por algún lado leí en buena fuente que la farsa, en tanto que género teatral, es más difícil de escribir que el drama y la comedia.
No sabía que Cocteau había dicho esto, pero es perfectamente coherente con su modo de ver, en lo bueno y en lo débil. Me gusta Cocteau, aunque no absolutamente. Respecto a la farsa, considerada ya como género y no por la valoración que hace de sus personajes, o más bien de los modelos de éstos (ahí estaría la «degradación»), lo que creo es que es un género posterior a la tragedia y a la comedia, un género que implica siempre más o menos parodia, y en cierto sentido su conciencia de lo no espontáneo del drama lo hace, bajo su forma a menudo «tosca», algo que puede ser de lo más sofisticado. En este sentido tal vez sea más difícil: todo ha de dar en el blanco y a la vez, para tener calidad, debe crear una complicidad de muy alto nivel con el espectador. Es esto lo que es más raro: lo habitual es que esa complicidad se dé a un nivel bajo, como en la sátira política fácil, oportunista (ojo: no toda sátira política, sino la oportunista). Lo del amor y el odio es la descripción de un testimonio cierto: lo que me impactó fue su verdad subjetiva, que puede variar de una experiencia a otra. Por último, te agradezco el comentario sobre La historia sin fondo. «Cuando un espíritu llama, otro espíritu aparece», como decía Thomas Bernhard. Sigamos hablando. Saludos,
Usted puede encontrar una tangencial referencia al mensaje de Jean Cocteau el 27 de marzo de 1962 en
http://www.journee-mondiale.com/144/journee-mondiale-du-theatre.htm .
Mucho más fogueado que yo en estas lides, quizás usted pueda ubicar dicho mensaje en caso le interesara. Lo que me parece recordar es que Cocteau pedía al espectador comportarse como los niños ante un espectáculo teatral.
Me agradan sobremanera sus entregas.
Muchas gracias por el mensaje y la referencia. Es difícil muchas veces localizar citas de Cocteau para nosotros, lectores hispanoamericanos, dado de que a la dispersión natural, por su variedad de registros, de su obra, se suma el hecho de que sus traducciones y ediciones, aunque numerosas (por Losada, por Bruguera, por ejemplo), son ya de hace cuarenta o cincuenta años en la mayoría de los casos, además de que nunca se organizó una edición ordenada de sus obras, sino que ésta ha sido siempre un poco azarosa. ¡Vaya uno a saber dónde estará ese mensaje sobre el teatro!
Mi última entrada en el blog es sobre teatro, precisamente. Espero que le guste como las anteriores. Saludos,
Ricardo
Me disculpo por la insistencia y preferiría que no publicara usted este comentario. El mensaje se tradujo, como todos sus similares cada año el 27 de marzo, a (casi) todos los idiomas y es seguro que algún conocedor del teatro lo tiene en Barcelona y en español. Cordial saludo.