I
El misterio es un rostro vuelto hacia sí mismo
que hemos visto una vez y ya nunca nos da la cara.
Lo que uno recuerda siempre es misterioso
–el pasado y el origen son siempre misteriosos–:
cinco minutos después de ocurrido,
uno ya no sabe si en realidad sucedió
o qué sucedió en realidad.
La piel acariciada vuelve a tener frío
y el que baja las escaleras podría no haber subido nunca.
Se pierde en la galería de los rostros amados
y entre ellos ya nunca es vuelto a encontrar.
Nadie sabe nada. La memoria es un museo
con todos sus cuadros mirando a la pared.
Sin detenerse, alguien vive en estos corredores
y el frío, al levantarle el cuello del abrigo,
delata al detective en plena pesquisa.
Ciertamente, uno tiene un aire misterioso.
Se ha vuelto misterioso. Y el misterio
es un rostro vuelto hacia sí mismo.
Máscara dada vuelta, símbolo de sí mismo,
el que baja las escaleras llega al medio de la calle.
A su espalda se amontonan multitudes incompatibles.
Pronto lo rodean; nadie choca ni avanza. Es inútil
tocar bocina, inútil como un grito. Todos quieren lavar
lo que creen lágrimas en su cara. Crecen. Como un mar,
se lo tragan. Los hombres son irreconciliables.
El silencio está entre ellos como una mujer callada.
Y esta mujer, ensordecida, se asoma a una ventana
que nadie mira.
II
Aguas vacías como lágrimas viejas
inundan tu cuarto y empujan mi barca.
Me has visto llegar al otro lado de la calle
con el pelo al viento, como a través del mar.
Sola señal de vida, el viento impulsa la corriente
y cierra las persianas de tu casa. Uno pronto se pregunta
quién pasó por aquí y quién vivirá allá arriba.
III
Misterio, misterio. La violencia es la tristeza acelerada
y así todo misterio comienza violentamente.
Después va perdiendo velocidad
hasta volverse triste
como la rueda de un carro volcado.
Por este río seco se navega sin ancla.
Para encontrarse hay que ir con rumbo opuesto.
Después queda una huella como un pozo
despoblado. Y la tierra, girando, se la lleva.
Escaleras abajo, después de poco,
las lágrimas son sólo agua
olvidada en un rostro que no recuerda haber llorado.
En esto hay un misterio, un hecho oculto a la mente.
Uno ya no sabe qué sucedió en realidad.
La única testigo tiene frío. Se levanta el cuello del abrigo
y sale: la espera el agua mansa
de una calle siempre igual. Quien por aquí haya pasado
no pasó, no compró nada y nunca subió:
hasta que ella diga lo contrario. Entonces su voz sonaría
en valles sin eco y radios apagadas
hasta ahogarse en un río vacío. Ante este pensamiento se da vuelta
y mirando hacia su ventana, imagina la vista desde allí:
un paisaje tranquilo y devastado,
triste como la distancia abandonada.
1987
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