Sam Shepard: “Odio los finales”

"I find it cheap solving things" (Sam Shepard)
«I find it cheap solving things» (Sam Shepard)

PARIS REVIEW: ¿Sabías cuando empezaste Fool for love que el padre tendría un rol tan importante?

SAM SHEPARD: No, estaba buscando un final desesperadamente cuando entró en la historia. Esa pieza me desconcierta. Me encanta el comienzo, en el sentido de que nunca podría hartarme de lo que pasa entre Eddie y May, simplemente querría que eso siguiera y siguiera. Pero sabía que era imposible. Una salida era hacer entrar al padre.

PARIS REVIEW: ¿Tienes idea de cuál será el final de una obra al empezar?

SAM SHEPARD: Odio los finales. Simplemente los detesto. Definitivamente, los comienzos son lo más apasionante, los medios son desconcertantes y los finales son un desastre.

PARIS REVIEW: ¿Por qué?

SAM SHEPARD: La tentación de la resolución, de cerrar todo en un paquete, me parece una terrible trampa. ¿Por qué no ser más honestos con cada momento? Los finales más auténticos son los que ya están dándose vuelta hacia otro comienzo. Ahí hay genio. Alguien me dijo alguna vez que fuga significa huir y que por eso las líneas melódicas de Bach suenan como si estuviera escapando.

PARIS REVIEW: Quizás por eso te gusta el jazz, porque no tiene final, la música simplemente sigue hasta agotarse.

SAM SHEPARD: Posiblemente. Es difícil, ¿sabes?, por cómo es una obra teatral.

PARIS REVIEW: ¿Intentaste alguna vez retroceder a partir de un buen final? ¿Empezar con uno en mente y trabajar hacia atrás?

SHEPARD: Evidentemente eso es lo que hacía Raymond Chandler, pero él era un escritor de policiales. Decía que siempre empezaba sabiendo quién había cometido el asesinato. Para mí hay algo falso en un final. Quiero decir, por cómo es una obra teatral, tienes que terminarla. La gente tiene que irse a casa.

PARIS REVIEW: Los finales de True west y Buried child, por ejemplo, parecen más resueltos que, digamos, el de Angel City.

SAM SHEPARD: ¿De veras? Ya ni me acuerdo de cómo acaba Angel City.

PARIS REVIEW: La baba verde entraba por la ventana.

SAM SHEPARD: Ah, sí. Ante la duda, recurre siempre a la baba y la sustancia viscosa.

Paris Review, The Art of Theater No. 12

"La idea de un final es intolerable para mí" (Henry Miller)
«La idea de un final es intolerable para mí» (Henry Miller)

Política de la literatura

No importa quien se dirige a no importa quien
Un partido sin afiliados ni votantes

La política de la literatura no es la política de los escritores. No concierne a sus compromisos personales con las luchas políticas o sociales de su tiempo. Ni concierne tampoco a la manera en que representan en sus libros las estructuras sociales, los movimientos políticos o las diversas identidades. La expresión “política de la literatura” implica que la literatura hace política en tanto que literatura. Y supone que no hay que preguntarse si los escritores deben hacer política o consagrarse más bien a la pureza de su arte, sino que esta pureza misma tiene que ver con la política. Supone que existe un lazo esencial entre la política como forma específica de la práctica colectiva y la literatura como práctica definida del arte de escribir.

Lectores anónimos
Lectores anónimos

La literatura es ese nuevo régimen del arte de escribir donde el escritor es no importa quién y lo mismo el lector. (…) La literatura es el reino de la escritura, de la palabra que circula fuera de toda relación de destinatario determinado. (…) No se dirige a ninguna audiencia específica. (…) Circula sin destinatario específico, sin maestro que la acompañe, bajo la forma de volúmenes impresos que se encuentran un poco por todas partes y ofrecen sus situaciones, personajes y expresiones a la libre disposición de quien quiera apropiárselas. Basta con saber leer lo impreso, una capacidad que los ministros de las monarquías que realizan censos juzgan ellos mismos necesario extender entre el pueblo. En esto consiste la democracia de la escritura: su mutismo charlatán revoca la distinción entre los hombres de la palabra en acto y los hombres de la voz sufriente y ruidosa, entre los que obran y los que no hacen más que vivir. La democracia de la escritura es el régimen de la letra en libertad que cada uno puede retomar por su cuenta, sea para apropiarse de la vida de los héroes o de las heroínas de novela, sea para hacerse escritor él mismo, sea aun para introducirse en la discusión sobre los asuntos comunes. No se trata de una influencia social irresistible, se trata de una nueva partición de lo sensible, de una nueva relación entre el acto de palabra, el mundo que configura y las capacidades de aquellos que pueblan este mundo.

para nadie
Libre apropiación de la palabra

La era estructuralista ha querido fundar la literatura sobre una propiedad específica, un uso propio de la escritura que ha denominado “literaridad”. Pero la escritura es una cosa muy distinta de un lenguaje entregado a la pureza de su materialidad significante. La escritura significa lo inverso de toda propiedad del lenguaje, significa el reino de la impropiedad. Si se quiere entonces llamar “literaridad” al status del lenguaje que hace a la literatura posible, hay que entender lo opuesto de la visión estructuralista. La literaridad que ha hecho posible la literatura como forma nueva del arte de la palabra no es ninguna propiedad específica del lenguaje literario. Al contrario, es la democracia radical de la letra de la que cualquiera se puede apropiar. La igualdad de los sujetos y de las formas de expresión que define la novedad literaria se encuentra ligada a la capacidad de apropiación del lector cualquiera. La literaridad democrática es la condición de la especificidad literaria. Pero esta condición amenaza al mismo tiempo arruinarla, ya que significa la ausencia de toda frontera entre el lenguaje del arte y el de la vida sin más. Para responder a esta amenaza de desaparición inherente al poder nuevo de la literatura, la política de la literatura ha debido desdoblarse. Y se ha esforzado por romper esta solidaridad, por disociar la escritura literaria de la literaridad que es su condición.

Jacques Rancière, Politique de la littérature, 2007

ranciere

Nadie es profeta en su tiempo

Visión en piedra
Visionario en piedra

Según una tradición establecida, el escritor, en comparación con el hombre común, con el llamado hombre normal, tendría un suplemento de energía crítica y de razón clarividente. Es posible que en algún caso haya suplemento. Pero la clarividencia, o más exactamente la nebulovidencia, verdosa, ha guiado a la idolatría humana, que nunca se ha podido privar de su ídolo, de forjar su idea de “vate”. El apelativo de profeta, es decir, de vate, tuvo gran aceptación desde 1840 al 80 y entre nosotros hasta el 15: mil novecientos quince. Es más, hasta el 45: ¡cuarenta y cinco! Veintiocho de abril, esta vez. Muy ambicionado incluso por los que debían atribuirlo a los otros. Los que lo recibían estaban orgullosos de la adjudicación; tanto como de la atribución de caballero (de la Corona de Italia) un honesto funcionario mazziniano de correos, jubilado. Y, orgullosos, procuraban valorar su legitimidad ante la opinión ciudadana con actitudes y gestos “vatescos”, es decir, adecuados a la calificación; con vestidos y sombreros de insólitas formas, pero aptos para el fin propuesto.

D'Annunzio y su doble
D’Annunzio y su doble

Al vate se le atribuían vuelos de águila, por encima de las miserias de los hombres; con menos frecuencia, de halcón. Cisne, lo era por derecho, por nacimiento. Alguna vez era saludado como león. Estaba al caer el 27, era comparado a un combatiente; la vida era una batalla. No se sabía bien contra quién era preciso combatir, quizás contra el Papa, pero con palabras, en casa y fuera de los Estados Papales. Quizás contra algún pobre diablo que escribía a su vez frases, poco más o menos del mismo peso que las suyas, o versos, ni mucho más enfáticos ni mucho más necios que los suyos. Las profecías aisladas, no susceptibles de réplica por parte de la profecía contraria, se sostenían con toda una cadena de acontecimientos que hoy nos permiten admirarnos de su exactitud: a la profecía de la paz, del sol nuevo y del amor entre los pueblos, guerras homicidas entre caníbales, estragos de tigres, llevados a cabo por la misma ferocidad de los pueblos, dado que los pueblos eran unánimes con el jefe: Ein Volk, ein Reich, ein Führer. En otras ocasiones, los vates profetizaban, mediante profecías gemelas, y ligeramente décalées en el tiempo (desfasadas), acontecimientos contradictorios entre sí, pero alternativamente imposibles; por ejemplo, el triunfo de Belcebú y luego el de María Santísima. En fin, otras veces la palabra del vate se refería a, e incluso predecía, acontecimientos acaecidos ya; y otras veces los ignoraba totalmente.

Parque de los poetas (Colombia)
Parque de los poetas (Colombia)

Como podéis ver, siento el más profundo interés por los vaticinios; tengo un gran respeto por los vates; pero no trabajo como los vates: yo trabajo como los no-vates. Las exaltaciones místicas poco me exaltan. Nuestras frases, nuestras palabras, son momentos-pausa de una fluencia (o ascensión) cognoscitiva-expresiva. Duran lo que duran, un decenio, medio siglo, dos siglos, ocho siglos. Cambian de significado con la costumbre, con las variaciones de la luna, con el lento o rápido correr del tiempo; y a veces cambian de valor, de peso. Su historia, que es la loca historia de los hombres, nos ilustra sobre el significado de cada una. Detesto el tono terso de la calidad narcisística, aun cuando pueda incurrir en él sin querer, por defecto de inhibición estética, o moral. Pecamos por desconsideración. El “freno del arte” no siempre nos dirige.    

Carlo Emilio Gadda, Cómo trabajo

Carlo Emilio Gadda (1893-1973)
Carlo Emilio Gadda (1893-1973)

Muray portátil

Mínimo respeto (el álbum)
Mínimo respeto (Muray cantautor)

Incursiones de un inactual:

Diario

El diario íntimo. El diario de viaje. El póstumo, la posteridad.

Un diario no debería siquiera poder ser dado a difusión bajo cuerda, siquiera confesable, aunque fuera a una sola persona. El diario es el arte de lo inconfesable. Poseer este arte de lo inconfesable es demostrar que se conocen exactamente los límites de lo que puede soportar la sociedad oficial y pestilencial; es entonces conocer la sociedad y esto es lo esencial. Hace falta tener mucho que disimular para tener algo interesante que mostrar. El valor de una obra pública debería poder medirse con todo lo que ésta supone enterrado debajo de ella, escondido, clandestino. Lo publicado se juzgará así según la cantidad de lo impublicable. Trescientas páginas a plena luz, tres mil a grifo cerrado, ésa es la proporción adecuada en tiempos de abyección. La puesta en escena de lo impublicable sin máscara: eso es el diario íntimo.

Un diario que se respete no puede ser sino de ultratumba. Tan provocadores como puedan parecer, los libros que se publican en vida no son más que concesiones.

Fuera del panteón
Muray fuera del panteón

Desconocimiento

El desconocimiento ha devenido, notablemente en literatura, un factor positivo. En On ferme, hablo del “desconocimiento tenaz de las causas” como clave de los best-sellers: no saber por qué un personaje hace lo que hace, vanagloriarse de no saber –cuando se es el autor- por qué un personaje te “arrastra” aquí más bien que allá; la acciones deben “caer del cielo”; es por ahí que la literatura, en su degradación última, se reúne con la poesía, la magia más oscuramente arcaica, el ocultismo por supuesto, y finalmente se hunde en las cavernas de la estupidez…

Jacques Henric
Arqueología con Jacques Henric

Novela

De una intuición de 1989 (La época y su novela), de una comparación entre las novelas de hoy en día y los automóviles, me haría falta extraer todas las consecuencias. Si los automóviles son tan indiferenciados, es bajo el golpe del cordicolismo carretero (limitaciones de velocidad, por ejemplo) cada vez más tiránico. Las novelas se indiferencian por razones análogas. Hay unos límites de pensamiento, un permiso de escribir por puntos, multas por composición en estado de ebriedad, etc. De allí la disciplina cada vez más visible de los literatos. Hilan fino. Basta de accidentes, es decir, basta de excepciones. En un mundo de igualdad, la excepción ya no es deseable.

Cordicolismo: a decir verdad, en El siglo diecinueve a través de los tiempos, este Imperio del Bien ya estaba presente: el Armonismo con el que me batía era una forma arcaica, ingenua, de cordicolismo.

La sonrisa con rostro humano
La sonrisa con rostro humano

Respeto por el otro

La cuestión de la supervivencia de la literatura está ligada a contrario a la del respeto por el otro.

Philippe Muray, Le Portatif

Fumando espero a mis lectores
Fumando espero a mis lectores

Lectores de autopista

Circulación en tiempo real
Circulación en tiempo real

Hace cuarenta y cinco años Norman Mailer escribió lo siguiente:

Una de las argucias más viejas del novelista –algunos la llamarían vicio- es la de llevar su narración (tras incontables meandros) a un grado de intriga en el que el lector, sea cual sea su nivel cultural, quede reducido al estado de una bestia casi sin resuello para preguntar: “¿Y entonces qué? ¿Qué pasa luego?” Entonces el novelista, amante de consumada crueldad, introduce una digresión, sabedor de que una dilación en este punto acrecienta la adicta entrega del lector.

Ésta, claro, era la práctica victoriana. Los lectores modernos, habituados a las superautopistas, al primer contratiempo dejan a un lado la lectura y encienden el televisor. Así, el novelista moderno ha de disculparse –y de forma encarecida- por osar dejar la narración en suspenso, ha de absolverse a sí mismo de la acusación de emplear una argucia, ha de alegar estado de necesidad.

Norman Mailer al volante
Norman Mailer al volante

Cuarenta y cinco años después, cuando dar la vuelta al mundo tomaría aún menos de ochenta horas y ni un minuto si uno está dispuesto a la excursión virtual, el escritor enfrenta una acusación mucho más grave por la misma falta, que si en tiempos más felices o propicios pudo haberle costado la perpetua, en la era del tiempo real bien podría llevarlo ante el verdugo. ¿O qué editor actual se atrevería a invitar a un lector último modelo a recorrer el sinfín de probables desvíos y accidentes que supone una novela cuando toda amenaza de demora o interrupción de la acción bajo la forma de descripción, digresión o complicación no ha sido conjurada? Grueso como es ancha la autopista, el típico best seller con sus cientos de páginas por leer a cada vez mayor velocidad se ajusta sin mayor dificultad a esta metáfora.

Los peligros de las carreteras secundarias
Los peligros de las carreteras secundarias

La palabra extranjera

Voces en piedra
Voces en piedra

Los bellos libros están escritos en una especie de lengua extranjera.

Marcel Proust

maquina

Cada uno crea

de las astillas que recibe

la lengua a su manera

con las reglas de su pasión

–y de eso, ni Emanuel Kant estaba exento.

Juan José Saer, El arte de narrar

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Julia Kristeva, búlgara en París
Julia Kristeva, búlgara en París

Palabra nula o barroca

No contar para los otros. Nadie te escucha, la palabra nunca es tuya, o bien, cuando tienes el coraje de tomarla por la fuerza, pronto es eclipsada por las palabras más volubles y desenvueltas de la comunidad. Tu palabra no tiene pasado ni tendrá poder sobre el futuro del grupo: ¿por qué la escucharían? No tienes base suficiente –“ninguna superficie social”- para hacer tu palabra útil. Deseable, puede ser, sorprendente también, curiosa o seductora, sea. Pero tales atractivos son de poco peso frente al interés –que precisamente falta- de los interlocutores. El interés es interesado, quiere poder utilizar tus palabras contando con tu influencia que, como toda influencia, está anclada en los lazos sociales. De los cuales, precisamente, careces. Tus palabras, aunque sean fascinantes por su propia extrañeza, no tendrán consecuencia ni efecto ni provocarán mejora alguna de la imagen o del renombre de tus interlocutores. No te escucharán más que distraídos, divertidos, y te olvidarán para pasar a las cosas serias. La palabra del extranjero no puede contar más que con su fuerza retórica desnuda, con la inmanencia de los deseos que haya en juego. Pero se encuentra desprovista de todo apoyo por parte de la realidad exterior, ya que el extranjero es mantenido precisamente aparte de ésta. En semejantes condiciones, si no se hunde en el silencio, deviene de un absoluto formalismo, de una sofisticación exagerada –la retórica es reina y el extranjero un hombre barroco. Gracián y Joyce debieron ser extranjeros.   

Julia Kristeva, Extranjeros para nosotros mismos

cuneiforme

Lo que dice el psicoanálisis a propósito de la novela actual

Éxtasis de Santa Teresa (Bernini)
Éxtasis de Santa Teresa (Bernini)

Todas las disciplinas nos ofrecen reportajes de viajes al país del goce. No sólo los de aquellos que consagran su cuerpo a la exhibición, sino también los de aquellos que se consagran a los juegos de palabras. La literatura no se dirige ya al estómago, como denunciaba Julien Gracq, se dirige al órgano “fuera de cuerpo” que presentaba Serge Cottet en las Jornadas (La langage, corps subtil, Revue de la Cause freudienne 44). En el país del goce el escritor tiende a situarse como periodista: cada uno describe su incesto, su estancia en el país de tal o cual práctica más o menos perversa, nos cuenta cómo fue adepto de tal o cual manera de gozar. En el epicureísmo de la época, la ascesis abierta por el atomismo lucreciano se transforma en estancia estúpida cerca de las partículas elementales. Lo importante es que el sujeto se exceptúa de ello: pasa esa estancia, juega de nuevo su partida en otra parte. Que no crea otra cosa. Más que ser célebre un cuarto de hora, el sujeto moderno quiere atravesar las diferentes santificaciones del cuerpo, las diferentes maneras en que el goce lo marca, sin ser verdaderamente clasificado. En este sentido, se trata de una posición femenina del sujeto, menos definida por la fijeza de la perversión del lado macho, en donde el objeto a verdaderamente localiza su huella.

Por ejemplo, Amelie Nothomb
Por ejemplo, Amelie Nothomb

Así como el barroco ha querido regular los cuerpos por medio del agotamiento de todas las representaciones posibles del exceso pulsional, la mostración de estos juegos del cuerpo y del goce intenta producir una regulación a través del agotamiento de las formas de representación del exceso de goce. Cualquiera que sea el rasgo de perversión imaginado, ya habrá sido representado: una identificación es ya “prêt-à-porter”.

Éric Laurent, El reverso del síntoma histérico

Pasiones de quita y pon

Observaciones sobre el negocio editorial en 2009

Estudios literarios

Durante mucho tiempo, todavía confiado ingenuamente en el viejo mundo que se hundía por todas partes, imaginé el cuidado con que, después de mi muerte, serían tratados mis manuscritos, mis cuadernos, mis libretas, mis documentos, mis notas. En resumen, todavía era religioso, creía en un más allá asegurado. Debo confesar que ya veía, con una cierta delectación mórbida, a investigadores e investigadoras, honestos y apasionados, examinando mis archivos. Y después comprendí que todo eso había terminado, que no había ya nada ni nadie a quien confiar lo que fuera. ¿Debo proceder a un auto de fe privado? Así pienso. “Los fondos se han acabado”, me ha dicho un responsable, “nos ocupamos del viejo stock del siglo veinte, pero nada ha sido previsto para el veintiuno. Usted comprende, la Historia, de ahora en más todo el mundo pasa de ella. Y además el ciclo de creación está acabado, ya no habrá escritores en el sentido antiguo del término en los años por venir. “Escritoras”, sin duda, pero la sola invención de esa palabra extravagante lo dice todo. Por otra parte, ¿por qué va a haber escritores puesto que ya casi nadie lee? Se entiende, la humanidad, en su conjunto, jamás ha leído gran cosa, pero aún se la podía culpabilizar más o menos sobre este punto. Desde ahora leerá cada vez menos y no sentirá ninguna vergüenza, al contrario”.

Philippe Sollers, Les Voyageurs du Temps, 2009

«It stinks!»

El autor como intérprete

El aprendiz de sí mismo

No se puede aprender con métodos establecidos. Es inútil que tratéis de encontrar fuera de vosotros mismos la forma de interpretar un papel determinado, la forma de modular la voz, la forma de hablar o de moveros. Os encontráis con una serie de clichés establecidos que no merecen que os molestéis en aprenderlos. No utilicéis estos métodos establecidos: vuestro trabajo resultará estereotipado. Aprended por vuestra cuenta vuestras limitaciones personales, conoced a fondo los obstáculos y tratad de superarlos. Después de esto, todo lo que hagáis, hacedlo de todo corazón.

Jerzy Grotowski, La conferencia de Skara

La acción de escribir

Aunque Grotowski se dirige a los actores, ¿por qué habría de ser distinto para un escritor? También él interpreta, es decir, traduce la realidad a su propio lenguaje y la vuelve así elocuente, resistiendo a las mismas tentaciones que debe desdeñar el actor. “La perfección es la tranquilidad en el desorden.” (Zhuangzi) O también: “No se trata de ir por el camino correcto, sino con el paso correcto.” (Brecht) No avenirse a lo establecido antes de la propia aparición, hacer hablar al propio cuerpo, corregir límites y fronteras con la propia huella: no menos el escritor que el actor.

En el circo no caben excusas. Errores sí, pero se pagan o se disculpan. Se acepta la benevolencia del público. ¡Cuantas novelas, en cambio, basan su discurso en el lamento por el pasado desde un presente supuestamente más lúcido, en la ilusión de poder corregir con palabras impuntuales lo que ya acaeció una vez por completo! No se trata, sin embargo, de no corregir: para eso están los ensayos. Pero es con la misma presencia insustituible por una explicación o una referencia que deben aparecer los signos en la página, los personajes, sus actos y pensamientos en el imaginario ofrecido al lector. Eso no puede venir de archivo alguno, ni ser reproducido para que pueda vivir.

Jerzy Grotowski (1933-1999)

Declaraciones sobre el negocio editorial en 1954

«Realmente vivo en una época sombría…» (Brecht)

La verdad, la verdad pura y simple, es que la librería sufre de una gravísima crisis de venta. ¡No vaya usted a creer un solo cero de todos esos pretendidos tirajes de cien mil! ¡Cuarenta mil y hasta cuatrocientos mil ejemplares!… ¡Atrapabobos! ¡Ay!… ¡Ay!… ¡Sólo las “novelitas rosas”… y eso… todavía se defienden…, y un poco la “serie negra”… y la “espanto”! En realidad, ya no vendemos nada… ¡Es grave!… El cine, la televisión, los artículos domésticos, las motocicletas, los autos de dos, cuatro, seis caballos hacen un daño terrible al libro…; todo vendido “a crédito”. ¿Se da cuenta? ¡Y los “weekends”!… ¡Y las buenas vacaciones bi, trimestrales! ¡Y los cruceros Lololulu!… ¡Adiós presupuestitos!… ¡Vengan deudas!… ¡Ni un cobre disponible!… Entonces, claro, ¿comprar un libro?… ¿Una carreta? ¡Pase!… ¿Pero un libro?… El objeto que más se presta a ser prestado… Un libro es leído, ya se sabe, por veinte al menos… veintiocho lectores… ¡Ah, si el pan o el jamón, digamos, pudieran también deleitar, con una sola tajada!… veinte… veinticinco consumidores…, ¡qué ganga!… El milagro de la multiplicación de los panes nos deja soñando, pero el milagro de la multiplicación de los libros, y por consiguiente de la gratuidad del trabajo del escritor, es un hecho bien asentado. Este milagro ocurre, con la mayor tranquilidad, gracias a los “préstamos”, a los escaparates y, con un poco más de elegancia, en las salas de lectura, etcétera… En todos los casos el autor revienta. ¡Es lo principal! Se supone que él, el autor, goza de una sólida fortuna personal, o de una renta de un gran partido, o que ha descubierto (más difícil que la fisión del átomo) el secreto para vivir sin comer. Por otra parte, toda persona de condición (privilegiada, atorada de dividendos) le afirmará a usted, como una verdad sin vuelta de hojas, y sin ninguna malicia: ¡que sólo la miseria libera al genio…, que es bueno que el artista sufra! ¡Y no sólo un poco… ¡tanto y más!…, ¡porque él sólo pare con dolor!… ¡y que el Dolor es su Maestro!… Y encima, todo el mundo sabe que la prisión no hace ningún daño al artista…; al contrario, que la verdadera vida del verdadero artista no es sino un juego del escondite, más corto o más largo, con la prisión… y que el patíbulo, por terrible que parezca, lo deleita perfectamente…; el patíbulo, por decirlo así, espera al artista, y todo artista que escapa al patíbulo (o a la picota, si usted prefiere) puede ser, pasada la cuarentena, considerado como un farsante… (…) ¡Esto es lo que se espera para el escritor! ¡Payaso también!… ¡coño!… no llega a escaparse de lo que se le cocina sino por astucia, servilismo, tartufería o por una de las Academias…, la grande o la pequeña, o una sacristía… o partido…, todos precarios refugios. ¡Nada de ilusiones!…, y cómo se van al demonio, y tan a menudo, esos “refugiados”… y esos “comprometidos”… ¡ay!, ¡ay!…, aun aquellos que tienen tres o cuatro “inscripciones”…, ¡tres o cuatro pactos con el Maligno!… En suma, si usted mira bien verá cantidad de escritores terminar en la miseria, y sólo muy raramente un editor que se muera de hambre…

(…)

En suma, la novela lírica no es rentable… he ahí la evidencia!… El lirismo mata al escritor, por los nervios, por las arterias y por la hostilidad de todo el mundo… No hablo por hablar, profesor Y… ¡Muy seriamente! ¡Lo increíblemente fatigosa que es la novela de “habla emotiva”!… ¡La emoción no puede ser captada y transcrita sino a través del lenguaje hablado…, del recuerdo del lenguaje hablado!, ¡y al precio de una paciencia infinita!, ¡de pequeñísimas retranscripciones!… ¡y salud, compadre!… El cine no puede hacerlo… ¡Es la revancha!… A pesar de todo el estrépito, de los millones de publicidad, de los miles y miles de close-up… ¡de las pestañas que tienen un metro de largo!… ¡de los suspiros, sonrisas, sollozos, más de lo que uno puede soñar, el cine sigue siendo huero, mecánico, frío…, sólo que su emoción es huera!… no capta las ondas emotivas… es inválido de emoción… monstruo inválido… ¡La masa tampoco es más emotiva!…, ¡es cierto!…, ¡se lo concedo, profesor Y!… ¡Sólo ama la gesticulación! ¡La masa es histérica!… ¡pero cuán débilmente emotiva!… ¡cuán débilmente!… Hace mucho tiempo que no habría guerras, señor profesor Y, si la masa fuera emotiva… ¡No más carnicerías!…, ¡pero no será para mañana!… Usted observará, profesor Y, que los “momentos de emoción” de la masa degeneran en histeria, ¡en salvajismo!, ¡en pillaje, de frente, en asesinato, para ser más claro! La humanidad desbocada es sanguinaria…

Malos tiempos para la lírica

¡No hay sino dos clases de hombres, o de lo que sea, y en lo que sea: los trabajadores y los chulos…, una cosa u otra, no hay más!… ¡Y los inventores son la peor especie de los “laboriosos”!… ¡Malditos!… ¡El escritor que no se las da de vivo, que no plagia tranquilamente, que no panfletea, es un hombre perdido!… ¡El mundo entero lo odia!… ¡No se espera de él sino una cosa, que reviente de una vez, para esquilmarle todos sus hallazgos!… ¡El plagiario, el fraudulento, por el contrario, tranquiliza a todo el mundo… nunca se siente muy seguro un plagiario!…, depende enteramente de todos…; por un quítame allá esas pajas se le puede hacer recordar que no es sino un pobre diablo… ¿Se da usted cuenta?… ¡Soy incapaz de decirle, yo, en persona, cuántas veces me han copiado, transcrito, refundido!… ¡Obvio!… ¡Obvio!… ¡Y fatalmente, claro está, por los que peor me calumniaban y hostigaban a los verdugos para que me cuelguen!… ¡Ni que decirlo!… ¡Y desde que el mundo es mundo!…

–Luego, ¿éste es un mundo malvado según usted?

–Es decir, que es sádico, reaccionario, además de tramposo y tonto…; escoge lo falso, naturalmente…; ¡no ama sino lo falso!… ¡Las etiquetas, los partidos, las latitudes, no cambian! ¡Nada!… Necesita su falso, su camp, en todo, en todas partes…

(…)

¡Se ha perdido el gusto de lo auténtico!… ¡insisto!, ¡insisto!, ¡observe!… ¡mire en torno suyo!… ¡Tiene usted algunas relaciones!… personas capaces… digo capaces: que tienen fortuna, que pueden comprar mujeres, cuadros, tonteras… ¡Y bien, usted los verá siempre, invenciblemente, caer sobre el falso!… ¡Como un cerdo cae sobre la trufa… ídem, el obrero, mírelo!… ¡Ese es imitación falso!… ¡Compra imitación falso!… ¡El “postal” retocado!…

(…)

¡La verdad esencial del mundo actual: que éste está paranoico!… ¡Sí, paranoico! ¡Atacado de locura presuntuosa! ¡Sí, coronel, sí!… ¡Usted que es del ejército, coronel, usted ya no encontrará un solo “segunda clase” en todo el efectivo! ¡No hay sino generales!… ¡Usted no encontrará ni un guardaguja en todos los ferrocarriles! ¡No hay sino ingenieros jefes! ¡Ingenieros jefes guardagujas! ¡Ingenieros jefes portaequipajes! (…) ¡La peste paranoica devasta la ciudad y los campos! ¡El “yo” fenomenal se traga todo! ¡No se detiene ante nada!… ¡Exige todo!… ¡No sólo las artes, los conservatorios, sino también los laboratorios!, ¡y por consiguiente, las escuelas comunales!, ¡los alumnos caen y los profesores con ellos!… ¡todo cae!

(…)

¡El público es animal débil mental, etcétera, pero en cuestión de instinto no se le puede engañar ni de un micrón!… ¡Ni un cuarto de micrón de su ronrón!, ¡de su ronroneo conforme y postal!… ¡Una décima de tono de más… o menos!… ¡y el público lo araña!, ¡desgarra!… ¡Postal o Muerte!… ¡He aquí cómo es el asunto!… ¡La Belleza Eterna o la Muerte!… ¡Así es el público!    

Louis-Ferdinand Céline, Conversaciones con el profesor Y, 1954

La risa de Céline