
1
“Un animal disfrazado de dios”,
como dijo al pasar alguien delante de un mito
viviente, de alguna de esas enormes,
largas sombras que de pie no pasan por las puertas,
un amigo del pueblo o del espíritu
saludado en salud por multitudes y élites,
devenido a través del Panteón
un tótem con levita acosado por los pájaros
y despojado de los atributos
que las caras de las especies representadas
habrían conservado con creencias
diferentes, en otra cultura, con un arte
menos mimético que el practicado
entre las rejas y las fuentes del parque público
donde se irguió sobre los peatones
durante décadas, hasta la última reforma,
que recortó, de su antigua figura,
la moderna, que envejece mal, y enterró el resto
con el tiempo en que el cuerpo aún servía,
dejando, para reconocerlo, a imitación
de los romanos que fueron modelo
de retórica en la época que en él pervive
llamándolo repúblico o tribuno
con letras polvorientas grabadas en la piedra
regular que lo separa del suelo,
la conservada cabeza encima de los hombros
y nada más, de animal ni de dios.

2
Yace aquí, pero de pie
y con la mano tendida,
aquel comendador que,
después de perder la vida,
invitado a una comida,
invitó, para el café,
a su anfitrión al infierno,
donde el destino es eterno,
según enseña su fe.
Pero al infierno él no fue.
13.10.2022
























